Ese pareciera ser el convencimiento profundo que guía la acción cívica de los chilenos. Una actitud que resume brillantemente la frase más famosa del ex presidente Patricio Aylwin: “Justicia en la medida de lo posible”.
Todo aquí es en la medida de lo posible. Siete meses de paro y marchas estudiantiles….y, bueno, qué se le va a hacer. Ahora no hay que perder el año. La Concertación y el Gobierno se las arreglan para que el presupuesto de educación se apruebe primero en el Senado y luego en la Cámara. Lo que piensa un 80% de los chilenos de la educación, vale hongo.
Cerramos los ojos al lucro desenfrenado o a que la educación en Chile sea la más cara del mundo, según un estudio de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), a la que orgullosamente pertenecemos.
En Chile, la familia paga el 85% de los costos educacionales y el Estado se pone sólo con el 15%. En Dinamarca, en cambio, el Estado aporta el 86,5%. Evidentemente, nosotros no seguimos el modelo escandinavo. Entre 142 países, en materia de competitividad mundial estamos en el lugar 31, pero en educación caemos al 123, igual que Mali y El Salvador. Para resumir, los peores indicadores de Chile se encuentran en educación e innovación.
Bueno, pero ya pasó. Los muchachos hicieron huelgas y ahora están preocupados de sacar el año. Las soluciones adoptadas por el Gobierno y la oposición darán frutos…en la medida de lo posible. ¡Y a otra cosa, mariposa!, como le gusta decir al presidente Sebastián Piñera.
Sin embargo, no todo es tan sencillo. Sólo en los últimos años tenemos ya dos manifestaciones que deberían alertar a quienes se han transformado en nuestros dirigentes. En 2006, la revolución pingüina fue una alerta. Luego, este año, los estudiantes paralizaron durante siete meses sus actividades. Las marchas fueron más de 40 y el movimiento contó con el apoyo de cerca del 80% de la ciudadanía.
El Gobierno optó por jugar al desgaste. Aparentemente, la estrategia ha dado resultados. Pero es un triunfo a lo Pirro. Si en 2006 fueron los estudiantes secundarios y en 2011 se les unieron los universitarios, seguramente habrá otros episodios. Porque no hay que olvidar que las convulsiones que se han vivido este año no han sido sólo las provocadas por los escolares. También protestaron los ambientalistas y en manifestaciones igualmente masivas. Casi periódicamente, ciudadanos hartos se toman las calles porque la locomoción es cara y de pésima calidad.
Y hay otros índices inquietantes. Desde 1990, la tasa de suicidios se ha incrementado en un 100%. Entre 1990 y 2004, el consumo de antidepresivos creció en 470,2%. Es posible que este año la pobreza muestre un alza. Así los estiman previsiones hechas por cercanos al Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Y las encuestas siguen mostrando agudo descontento con los índices de violencia, con los logros alcanzados en reconstrucción, con la atención de salud y las redes de locomoción de Santiago. Frente a esta realidad, que el presidente Piñera suba dos o tres puntos en la consideración ciudadana, es poco significativo. Incluso si sobrepasara el 50% de aprobación -meta de la que se encuentra al menos a 15 puntos-, aún resultaría una nimiedad comparado con lo que parece haberse larvado en la conciencia ciudadana.
Para cualquier estudioso de los comportamientos humanos, es evidente que Chile ha entrado en una nueva etapa. Pese a los esfuerzos de la autoridad, las instituciones se encuentran en una fase de agudo desprestigio. La clase política, la justicia, la religión institucional, el sistema económico, el sistema político, se hayan cuestionados severamente. Y eso redunda en disconformidad que se manifiesta en hastío y escasísima credibilidad acerca de las propuestas oficiales.
En medio de este escenario, nuestros líderes siguen impertérritos haciendo política en la medida de lo posible. Un ejercicio peligroso, porque cada vez se alejan más del sentir ciudadano donde, dicho sea de paso, reside el verdadero poder de la democracia.
Pese a las advertencias que entrega el acontecer social, nadie parece interesado -ni oficialismo, ni oposición- en cambiar las viejas prácticas. El presupuesto de educación fue aprobado, pese a que todos -opositores y oficialistas- están conscientes que no repara ninguno de los males de fondo.
Nadie parece interesado en introducir variaciones profundas en el esquema político que nos rige. Pese a que la elección de las autoridades no representa el verdadero sentir de la ciudadanía. Los distintos grupos políticos han sido incapaces, o no han querido, transformar en verdaderamente democrático el esquema electoral binominal que les legó la dictadura.
En los últimos meses vivimos, además, un sainete absurdo. Los dirigentes estudiantiles sólo fueron considerados agentes testimoniales. Pero en cuantos a las soluciones, esas debían surgir de los “mayores”. Hoy es evidente que muchos de los líderes juveniles tenían más expertise en materia de políticas públicas que muchos de los diputados y senadores encargados de aportar soluciones.
No se puede dudar que hay problemas de recambio generacional. Pero los chilenos preferimos cerrar los ojos, hasta que el próximo terremoto social nos despierte.
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