Por Lissette Fossa
CIPER CHILE
CIPER CHILE
La carrera más angustiosa se está corriendo otra vez esta semana. Participan varios miles de jóvenes, la mayoría de clase media y pobres. El premio: entrar a una de las mejores universidades y dar un salto en la historia familiar. La brecha de calidad que diferencia a los de colegios particulares y los otros hace que la carrera la ganen los más ricos. Una prueba predecible. Porque la PSU deja afuera a 12 mil estudiantes de excelencia de los colegios municipales, con promedio sobre 6, que no logran sacar 400 puntos porque les preguntan cosas que jamás les enseñaron. Una ola de talentos desaprovechados.
Doscientos setenta mil estudiantes definen en estos días de diciembre parte de su futuro de vida a través de la Prueba de Selección Universitaria (PSU), vigente desde 2003. No es una prueba más. Porque las voces que la cuestionan cobraron esta vez una fuerza inédita. Como las de un importante grupo de académicos e investigadores que insisten en que esta prueba está construida de tal manera, que aunque los jóvenes crean que tienen todas las posibilidades abiertas y que el destino depende de ellos, sus caminos están delimitados por surcos profundos y el resultado de la PSU será en buena medida un reflejo del sector económico del que vienen. A los que provienen de familias con más recursos les irá mucho mejor que a los de familias más vulnerables. En promedio, ser del quintil más rico asegura 150 puntos de ventaja sobre el quintil más pobre.
La tendencia es tan marcada y constante, explica el académico Francisco Javier Gil (derecha), que “si el movimiento universitario de este año hubieran conseguido la educación gratuita que pedía, no habría significado mucho para los alumnos más pobres, porque ellos no están llegando a las universidades”.
La frase de Gil, ex decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Santiago (Usach) y ex rector de la Universidad Cardenal Silva Henríquez, es un espolonazo a las demandas que movilizaron a tantos jóvenes este año: “Lo hemos dicho cientos de veces: lo primero que hay que cambiar es la forma como los estudiantes son seleccionados. Luego viene el tema de la gratuidad”.
Gil ha estudiado por muchos años los efectos de las pruebas de selección universitaria. Era un acérrimo adversario del examen anterior, la Prueba de Aptitud Académica (PAA). En ese entonces sostenía que la PAA no medía ni inteligencia ni constancia, tampoco la publicitada aptitud para seguir estudios superiores. La PAA, media conocimiento. Igual que la PSU.
¿Qué tiene de malo medir conocimiento?
Los argumentos de Gil apuntan a que a los jóvenes cuyas familias tienen más recursos no les va mejor en la PSU porque sean más listos que los de quintiles más bajos. La inteligencia, las aptitudes para el estudio o el esfuerzo están uniformemente repartidos en la sociedad. Pero el conocimiento no está igualmente distribuido. Aprender implica haber tenido acceso a aprender; haber contado con libros y profesores de calidad; haberse formado en ambientes donde la cultura tiene sentido. Todo eso cuesta dinero. Para Gil, preguntar por conocimientos es, entonces hoy, casi como preguntar por la cantidad de recursos de que dispuso la familia para educar a su hijo.
Hoy la PSU permite postular a 33 universidades. De ellas 25 componen el Consejo de Rectores (CRUCH), las tradicionales. Y hay ocho privadas más que usan la prueba para seleccionar a sus alumnos: UDP, U Mayor, Fines Terrae, U. Andrés Bello, Adolfo Ibáñez, U. de los Andes, U. del Desarrollo y Alberto Hurtado.
Junto a un grupo de académicos, dirigentes estudiantiles e investigadores, Gil ha sido uno de los impulsores de sistemas alternativos de admisión a las universidades, pues cree que la PSU no sólo refleja la desigualdad de ingresos que existe en Chile (récord en el mundo según la OCDE), sino que constituye un nuevo acto de discriminación: impide a estudiantes pobres que tienen habilidades -pero no tuvieron acceso a conocimientos- continuar una carrera profesional de cierta calidad.
Según sus cálculos, cada año -y éste no será distinto- se pierden 12 mil alumnos de excelencia de la educación municipal. Alumnos que se esforzaron para obtener un 6,0 de promedio. Jóvenes que si hubieran tenido la oportunidad de estudiar en otros colegios, podrían haber aprendido más. “No podemos tener un paradigma de mérito basado en la PSU, porque el rendimiento en la PSU depende del sector socioeconómico”, concluye Gil.
Un reciente estudio de los académicos Mónica Silva (izquierda) y Mladen Koljatic (derecha), ambos de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Católica, refrenda las críticas expresadas por Gil. Los argumentos de Koljatic y Silva son fundamentalmente tres.
El primero es que, en la medida que la PSU ha incrementado la medición de los contenidos específicos de la enseñanza media, ha ido discriminando cada vez más a los alumnos de colegios municipales. Entre 2004 y 2007 la PSU aumentó gradualmente la cantidad de contenidos que evalúa y, a medida que éstos crecían, se incrementaban las diferencias de puntajes entre colegios particulares pagados y los municipales. Entre 2004 y 2011, en la PSU de Matemáticas, los primeros subieron su rendimiento en 17 puntos promedio, mientras que los municipales técnico-profesionales han bajado 6 puntos promedio. La brecha actual entre ambos establecimientos es de casi 100 puntos: 551 para los particulares; 455 para los municipales técnico-profesionales.
En el caso de la PSU de Lenguaje, los establecimientos particulares han progresado en 13 puntos durante estos ocho años, mientras que los municipales técnicos han bajado 7. La diferencia actual en Lenguaje es de 88 puntos entre los dos tipos de establecimientos. Solo si ocurre un cataclismo la PSU que se está rindiendo en estos días arrojará resultados distintos.
La PSU, dicen los investigadores, fue diseñada para evaluar los contenidos mínimos de la enseñanza científico humanista, desde 1º a 4º medio. Sin embargo, en su creación y aplicación no se tomó en cuenta el currículum de los colegios técnicos profesionales, que carecen de cursos de Ciencias desde 3º medio. Un grave defecto del sistema educativo que perjudica la formación de estos estudiantes. Y la PSU vuelve a sancionarlos al incluir preguntas sobre estos contenidos.
Hoy, según un estudio del Ministerio de Educación, la mayoría de los alumnos de colegios técnicos profesionales aspiran a continuar sus estudios en la Educación Superior. Pero los casi 74 mil alumnos de colegios técnico-profesionales que rindieron la PSU en 2010 -cerca de un 30% del total- se encontraron en el examen con materias que nunca pasaron en sus salas de clases. Y esa es solo una parte de la desventaja que tienen.
Opina otro experto
Mario Waissbluth, líder del movimiento Educación 2020, afirma que no es posible cambiar el sistema de admisión sin cambiar el sistema educativo en Chile, desde la educación básica hasta la universitaria. Para ello, insiste, el rol del Estado debe modificarse. “Con la PSU estamos diciendo que los jóvenes que están sacando 500 puntos pueden entrar a la Universidad. Y 500 puntos implican haber contestado bien 12 preguntas de 70 (en el caso de Matemáticas).
Si eso lo llevamos a una evaluación de 1 a 7, 12 preguntas equivalen a sacarse 1,9. Sacarse 500 puntos en Lenguaje implica que el alumno no entiende lo que lee. Nosotros planteamos que si de gratuidad se trata, a estos estudiantes habría que ofrecerle un sistema ‘propedéutico’, un año gratuito de formación en la universidad para que se asegure que entiendan lo que leen, que sepan sacar porcentajes y que además les den orientación”, declara Waissbluth.
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