POLÍTICA-ACUÑA-SEGUNDO TIEMPO-ENSAYO-KRADIARIO
UN ‘SEGUNDO TIEMPO’ COMPLICADO
UN ‘SEGUNDO TIEMPO’ COMPLICADO
Por Manuel Acuña Asenjo
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Es un hecho cierto que el actual Gobierno inicia una nueva
etapa, el llamado "segundo tiempo". Contagiada por el ambiente futbolístico que ha embargado al país durante
la ‘Copa América’, ha sido la presidenta —que no se caracteriza por sus
aciertos analógicos—, quien ha empleado el término ‘segundo tiempo’ para
describir el nuevo escenario a enfrentar y el nuevo equipo que va a salir al
campo político a realizar el ‘juego’. En realidad, y dentro de sus
limitaciones, la analogía describe una realidad imposible de desconocer: se
inicia un ‘segundo tiempo’ dentro de ese ‘partido’ que, constantemente, ha
estado jugando el pacto ‘Nueva Mayoría’ con su oponente la ‘Alianza Por Chile’
disputándose la administración del país.
Pero, si ese juego político se realiza constantemente, ¿a
qué se debe el hecho de que se hable de un ‘segundo tiempo’, de un ‘realismo
sin renuncia’, de una nueva etapa o fase en el gobierno de Bachelet?
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Comencemos diciendo que (todavía) el sistema político
chileno funciona, por decirlo así, a dos bandas. Es un juego ‘de alternancia’,
en donde a la derrota electoral de un grupo político sucede el triunfo de su
oponente, y viceversa; es, aún, un sistema binominal en donde dos grandes
conglomerados políticos disputan el manejo de la nación en el campo de la
escena política de la misma, conglomerados que dominan, igualmente, el campo
comunicacional. Y, por lo mismo, el control en la fabricación de ideología. La
libertad de voto del elector se reduce a elegir entre esos dos campos, pues no
hay más alternativas.
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Dadas esas condiciones, dado que nada ha cambiado en el
panorama político chileno, las explicaciones de ese ‘segundo tiempo’ hay que
buscarlas, en primer lugar en lo que ambas coaliciones señalan. Y ahí, por
supuesto, las opiniones no sólo están divididas sino son múltiples.
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En qué consiste este segundo tiempo
Para la ‘Alianza Por Chile’, el nuevo giro del gobierno es
un retorno (aunque insuficiente) hacia una realidad imposible de ignorar: las
posibilidades reales que el pacto ‘Nueva Mayoría’ tendría de llevar adelante el
paquete de reformas en el que estaba empeñado; la ‘nación’ (o ‘Chile’) tolera
reformas, pero no aquellas que quiere realizar el gobierno de Bachelet porque
todas ellas han sido mal concebidas y mal ejecutadas .
Para la coalición gobernante, las razones del cambio han de
encontrarse en la crisis económica que
afecta a la nación y que aún no se aleja o, como lo señalara la propia
presidenta: a.- en la desaceleración económica que se ha prolongado más de
lo esperado; b.- en errores cometidos al momento de redactar el programa o
en los obstáculos que hemos heredado y tal vez los
subestimamos (aunque) nuestra responsabilidad es no hacer diagnóstico sino que
hacer mayores esfuerzos; y c.- en la incapacidad de las estructuras estatales para
asumir las tareas que implicaban el programa de Gobierno. O como lo explicara
ella: "en nuestro déficit de gestión en la marcha de las
reformas. Debemos reconocer que la administración estatal no estaba totalmente
preparada para procesar cambios estructurales simultáneamente".
La ‘Alianza Por Chile’ replica, por su parte, que, si bien
es cierto se sabía de la proximidad de la crisis, ésta se vio agravada por la
inminencia de las reformas contempladas en el Programa de Gobierno que nunca
debieron plantearse.
Una posible explicación
A diferencia de lo expresado por las coaliciones
‘Nueva Mayoría’ y ‘Alianza Por Chile’, decimos nosotros que las causas de la
crisis en Chile no constituyen algo nuevo o actual, sino estaban ya presentes
al momento de realizarse las elecciones de 2013 pues en esos meses ya nadie
ignoraba el desprestigio de las
instituciones políticas ni, mucho menos, la inminencia de la llamada
‘desaceleración’, convidados de piedra para el sistema de alternancia en esos
momentos. No fue ocasionada sino por circunstancias directamente relacionadas
con lo que sucedía en el plano de la escena política nacional la baja
participación electoral en los comicios de ese año: la confianza en las
instituciones públicas y, en consecuencia, en las autoridades, se había ya
reducido a porcentajes ínfimos. Por otra parte, la ‘desaceleración’ se
manifestaba con persistencia el último año de la administración de Piñera y era
ingenuo pensar que no iría hacerlo bajo el gobierno que la sucedería .
En consecuencia, sostenemos en esta parte que las
llamadas ‘mayorías’ tanto por los medios de comunicación como por quienes se
atribuyen el hecho de serlo no son tales pues se trata de ‘mayorías políticas’.
Por lo mismo, y con mayor razón, no es mayoría el llamado pacto ‘Nueva Mayoría’
aunque haya tomado ese pomposo nombre para hacer su estreno en sociedad.
Porque, en términos reales, jamás ha sido ‘mayoría’ dentro del espectro social
sino, apenas, ha intentado serlo en términos políticos. Es, en verdad, una
mayoría aritmética dentro de la escena política nacional, con lo que se quiere
decir que es una mayoría política, no una mayoría social. Porque nunca ha sido
esto último en el pasado; tampoco lo es en el presente, y parece muy difícil
que pueda serlo en el futuro. Y eso es importantísimo.
La generalidad de la población chilena no desconoce la
circunstancia que, en el proceso eleccionario de 2013, las votaciones sólo
evidenciaron el desprecio absoluto hacia los actores políticos de la nación;
casi un 60% no concurrió a entregar su voto. Del 40% de la población que llegó
hasta las urnas, en términos absolutos, un 60% votó por Bachelet y el resto
apoyó a la ‘Alianza Por Chile’.
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La conclusión que podemos extraer hoy de estos
hechos es que si bien el gobierno de Chile partió apenas sostenido por un 25%
de la población, su contrincante (la ‘Alianza Por Chile’) se encontraba en
peores condiciones porque apenas recibió el apoyo de un 20% del electorado.
Gran parte de la población nada quiere saber de estos dos bloques políticos.
Esta tendencia se ha venido manifestando en forma constante desde fines de 2013
—año de las elecciones—, hasta el día de hoy (julio de 2015) en que los
resultados de la última encuesta Adimark han radicalizado esos porcentajes.
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sí, el apoyo al pacto ‘Nueva Mayoría’ se encuentra reducido apenas a un 18%, en tanto que el brindado a
la ‘Alianza Por Chile’ alcanza sólo a un 13%, mientras la presidenta cuenta con
un 23%. La conclusión es que la condición de minoría de ambos bloques políticos
no se resuelve apoyando a uno u otro sino permitiendo la emergencia de otra
alternativa; en palabras más directas: orientando la búsqueda en una dirección
diferente. Porque la población chilena no desea resolver sus problemas a través
de ese juego político llamado ‘alternancia’ sino busca un camino propio, un
camino que aún cuando no se abre, sí se avizora. Y esto no es una aseveración
antojadiza. No hay confianza en la escena política nacional pues se advierte
que el único interés que guía a ambas coaliciones es perseverar en sus
recíprocas existencias. Y eso sólo pueden lograrlo perpetuando al sistema que
los hizo posibles. De ahí la persistencia en seguir permaneciendo instalados en
las instituciones estatales, llámense éstas Parlamento o Administración
Pública.
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De manera que esa problemática no se resuelve, como lo
piensan algunos congresistas autoritarios, con el retorno al voto obligatorio y
amenazas de reclusión dirigidas a doblegar la voluntad del elector rebelde. El
desafecto al mundo de la escena política se origina en el comportamiento mismo
de esa escena que solamente reproduce la conducta de un empresariado tan
inescrupuloso como el de su representación parlamentaria .
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No podemos pedir que esta lógica sea considerada por los
actores que se desplazan por la escena política nacional; tampoco por los
diferentes grupos de presión que existen en el país. En la escena política
campea otra forma de razonar, en donde unas minorías sociales se enfrentan a
otras descalificándose entre sí o atribuyéndose la realización de determinadas
acciones con el objeto de obtener el apoyo del campo social que jamás abandona
su carácter de ‘clientela electoral’. Y es natural que así sea pues la
existencia de todos esos actores igualmente depende de la existencia de ese
sistema que ha hecho posible la vida de ellos, por lo que—como ya se ha dicho—
deben mantenerse donde están situados al precio de lo que sea. La solución al
problema de la legitimidad se transforma, entonces, en un problema de
supervivencia para esos actores.
Así en la relación política-dinero no puede sorprender, en consecuencia, que la generalidad de
los involucrados en los escándalos tributarios y de falsificaciones se nieguen a hacer abandono de sus cargos y
se aferren a ellos sin intentar siquiera un acto de contricción por lo cometido
ni manifiesten la mínima intención de retirarse de la política. Y es que ésta ha
dejado de ser, para ellos, el arte de resolver los problemas de los demás y de
una sociedad a la que se pertenece, sino un negocio bastante lucrativo en donde
lo importante es vender o ser vendido.
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Así, pues, el ‘segundo tiempo’ de este ‘partido’ entre la
‘Nueva Mayoría’ y la ‘Alianza Por Chile’ no se encamina sino a constituir una
forma de resolver conflictos en el plano de la escena política y no en el del
campo social. Porque el verdadero enemigo ha pasado a ser este último. Lo cual
tampoco es casual pues constituiría un error de proporciones ayudar a un eventual
‘enemigo’. Por lo mismo, este ‘segundo tiempo’ poco o nada influirá en la
situación de las clases dominadas que seguirán en dicha condición pese a las
promesas y a los cantos de sirenas de las ‘autoridades’.
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Conclusión de todo esto: la crisis que experimenta la escena
política de la nación nada tiene que ver con el eventual proceso de reformas
que pudiese emprender el Gobierno mismo o algún otro sujeto político sino se
trata de un problema de minorías que se culpan y exculpan mientras intentan de
mantenerse en los cargos de dirección;
por lo mismo, se trata de un problema de legitimidad de esos estamentos,
no de legalidad. Son sujetos que, a pesar de ser mayorías políticas relativas,
carecen de representatividad social. Porque se puede ser mayoría política, pero
no mayoría social; y se puede tener representación política, pero no
representación social. Quienes deberían estar representando los intereses de
las grandes mayorías nacionales no lo han estado haciendo, convirtiéndose, en
consecuencia, en minorías no sólo sociales sino políticas, para terminar
abriendo las compuertas a la acción de su oponente político que, aunque siendo
todavía más minoritario, aprovecha las posibilidades de atacarlo por los
flancos y atribuirle los efectos de la crisis que experimenta la escena
política nacional.
El dilema del Gobierno
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El gobierno del pacto ‘Nueva Mayoría’ no partió siendo un
gobierno de coalición. Como lo afirmáramos en nuestro documento de 20 de marzo
del pasado año , se inauguró como un gobierno personal: de Michelle Bachelet y
un grupo de personas de su entera confianza. Los partidos del conglomerado
estaban fuera y era ella quien decidía, junto a su equipo de incondicionales.
“No podemos decir que se trata de un Gobierno de centro, de
‘derecha’ o de ‘izquierda’ pues dicha terminología en poco o nada ayuda a
entender ciertos fenómenos sociales; tampoco podemos decir que sea el gobierno
de un conglomerado político como la llamada ‘Concertación de Partidos Por la
Democracia’ pues esa organización parece haber muerto de inanición hace ya
varios meses; lo cual no implica que, más adelante, pueda resurgir victoriosa
desde sus cenizas, como el ave Fénix.
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Más curioso aún resulta no poder afirmar,
igualmente, que se trata de un gobierno de la coalición ‘Nueva Mayoría’ porque
para muchos de sus propios integrantes tal estructura no es una coalición sino,
simplemente, un pacto electoral. Por eso, el llamado ‘segundo tiempo’, no cuenta con una
coalición unida sino, por el contrario, dividida y en donde se entrecruzan
acusaciones mutuas de toda índole, complicando más aún el panorama político. Y
como sucede con la generalidad de la representación parlamentaria, gran parte
de los representantes políticos del pacto ‘Nueva Mayoría’ acusados de
corrupción se niegan a abandonar sus cargos y alegan inocencia, como es el caso
del actual presidente de la Democracia Cristiano Jorge Pizarro, que está no
sólo fuertemente cuestionado por la opinión pública sino por militantes de su
propio partido.
Al Partido Comunista (PC), entretanto, la
situación se le complica más aún. Al creciente desprestigio de su bancada
estudiantil se une un desprestigio en los movimientos sociales que nada quieren
saber de la dirección de esa colectividad a la que consideran cooptada por la
‘Nueva Mayoría’. Las vacilaciones de ese partido en cuanto a optar por la calle
o continuar en el Gobierno se han manifestado con fuertes bajas de credibilidad
en el Colegio de Profesores, amenazan a la CUT y, probablemente, a la
participación de los comunistas en otros movimientos sociales como en la de ex
presos políticos de la dictadura; en la Federación de Estudiantes de Chile
FECH, y en el resto del movimiento estudiantil, el retroceso de ese partido es
notorio.
Para colmo de todo, la solución a la crisis que se enfrenta
luego del cambio de ministros ha sido no renunciar al programa ni a las
reformas, sino ‘gradualizarlas’, lo que implica realizarlas a través de leyes
cuyos beneficios empezarían a regir en el futuro.
"La Presidenta ha dicho ayer que respecto de esos
desafíos suyos y de su gobierno es que ese norte se mantiene y lo vamos a hacer
haciéndonos cargo de que la realidad hoy es distinta a la que habíamos
imaginado. Precisamente para poder cumplir es que vamos a introducir
gradualidad y revisión de los ritmos" .
Pero, ¿es posible una solución de esta naturaleza? ¿Se
resuelven con ello los problemas de la escena política? No nos parece que así
sea. Es más: consideramos esa solución un profundo error. Porque si quienes
apoyaron tal idea creyeron posible neutralizar con ello las críticas que
formula constantemente la ‘Alianza Por Chile’, desacreditando la labor del
Gobierno, los hechos, los porfiados hechos se han encargado de representarles
su error.
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Esta acción era fácil de prever: quien, como lo ha hecho el Gobierno,
retrocede en las justas políticas, comete un grave error pues acusa con esa
actitud la extrema debilidad en que opera. Y quien acusa debilidad se pone a
merced de su oponente. Las consecuencias no se han hecho esperar: las críticas
no sólo continúan sino han recrudecido. Lo cual era de suponer. Porque, en la
política impuesta por la llamada ‘mercadocracia’, es lícito ‘sacar las castañas
con la mano del gato’, aprovechar las circunstancias, atribuir al oponente la
totalidad de las culpas esperando obtener con ello dividendos políticos; en
suma, ser oportunista. Y en esa tarea, los sectores de la ‘Alianza Por Chile’
no son aprendices sino verdaderos maestros, algo que los sectores del pacto
‘Nueva Mayoría’ deberían aprender de una vez por todas.
Un camino inverso
Así, pues, el Gobierno ha cometido el gigantesco error de
iniciar un retorno hacia los orígenes de la política de otorgar derechos ‘en la
medida de lo posible’, de subordinar lo social a lo económico, que fue la
tónica de los gobiernos anteriores de la Concertación. Y eso es precisamente lo
que jamás debió hacer; tampoco de hablar de ‘gradualidades’ ni de revisar ‘la
secuencia de los ritmos’. Porque nunca debió olvidar, tampoco, que el origen de
la ilegitimidad de la representación política que se desplaza por la escena
política de la nación es, precisamente, no haber satisfecho los anhelos de las
grandes mayorías nacionales, haber empeñado la palabra y no haberla cumplido,
haber formulado un discurso y atropellar su contenido.
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Contra esa política de
mezquindad y de ‘realismo’ se hicieron las protestas sociales. Por
consiguiente, hay que leer bien las encuestas que continuamente se están
realizando, y no sólo superficialmente, para entender correctamente que el
desafecto al pacto ‘Nueva Mayoría’ no se ha volcado a los secuaces de la
coalición ‘Alianza Por Chile’, sino se encamina en un sentido diferente. No se
trata, por consiguiente, de ‘sacar las castañas con la mano del gato’ ni de
obedecer los dictados del sistema capitalista mundial sino imponer las
condiciones que la población chilena quiere y desea establecer.
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