OPINIÓN-ESCALONA-KRADIARIO
EL VALOR DE LA MEMORIA HISTÓRICA
Por Camilo Escalona
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Ha resurgido un intenso interés hacia la causa de los
Derechos Humanos, luego que un ex conscripto hablara en el “caso quemados”,
rompiendo el “pacto de silencio” que la dictadura Impusiera luego que este
terrible y trágico suceso ocurriera, durante una jornada de protesta nacional
contra Pinochet, hace más de 29 años. Los hechos estremecedores
permiten valorar en su real dimensión como la verdad colabora a la justicia y a
la formación de la memoria histórica de una nación. Esta es una perspectiva
verdaderamente universal.
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Por ello, me permito reflexionar ahora, en torno a un aniversario singular que
para muchos pasara desapercibido. Se trata del VII Congreso de la Internacional
Comunista, efectuado hace 80 años, en agosto de 1935, en Moscú, la capital de la
entonces Unión Soviética.
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Es una década de convulsión planetaria, la Gran Depresión,
considerada hasta hoy como la más grave crisis capitalista, ha causado estragos
incalculables; las pérdidas en los mercados son incuantificables y el desempleo
se enseñorea en las metrópolis más avanzadas y en los cinco continentes,
ratificando con ello la pobreza que sacude a la mayor parte de la población y
la incapacidad del sistema de controlar sus propios conjuros, esto es a las
fuerzas económicas que, lanzadas a una competencia desenfrenada, han terminado
por colapsar el capitalismo mundial.
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Los centros de mando se aterran ante la idea que los
vaticinios de Carlos Marx parecen cumplirse irremisiblemente. También lo
piensan así en el movimiento comunista, en el que desde la década anterior se
vaticina la inevitabilidad de una revolución a escala internacional. Por
eso, se ha impuesto una estrategia voluntarista y sectaria, le llaman la guerra
“de clase contra clase”, lo que se expresa en una política de ciego enfrentamiento
hacia otras fuerzas de izquierda que son parte del movimiento obrero, como los
socialistas y los socialdemócratas, pero a los cuales se descalifica
brutalmente, tildándoles de “social fascistas”.
En efecto, ante la crisis y la incertidumbre la ultraderecha
se ha fortalecido, en particular, en Alemania toma el poder un partido que
manipula y explota a su favor el orgullo nacionalista, realimentado por los
enormes pagos impuestos por el Tratado de Versalles al concluir la Primera
Guerra Mundial, y también explota las demandas del mundo rural y las clases
medias contra el movimiento obrero el que, ha sido ni más ni menos, precursor
de las luchas y de la formación de los partidos obreros en Europa.
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Asimismo, esa formación de ultras, condena la razón y la
cultura, fomentando un odio racial desenfrenado, cuyo objetivo privilegiado son
los judíos asentados en el centro de Europa. En su ilimitado uso de la
demagogia se hacen llamar “nacionalsocialistas”.
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Pero nazis no sólo hubo en Alemania, los hubo con mayor o
menor timidez, en Gran Bretaña y en Francia, así como, hay regímenes ultra
reaccionarios, que sin llegar a ser una copia del alemán, establecen fuertes
alianzas con Hitler, el que aparece como el nuevo mandamás de la situación;
Franco en España y Mussolini en Italia; en Asia con Japón y su afán
expansionista; así como otros jerarcas represores que propugnan
monarquías absolutistas, en Portugal, Bulgaria, Rumania, Hungría y otras
regiones.
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En suma, las fuerzas más agresivas bajo jefatura nazi se
vuelcan tras una salida de fuerza que aplaste, a sangre y fuego, la rabia y el
reclamo social, por lo cual impondrán el delirio de la “raza pura”. La guerra y
los campos de concentración ya están en el horizonte.
Las tensiones europeas han corrido paralelas al proceso que, en la Unión
Soviética, ha instalado una dictadura brutal, la de Stalin: la vieja guardia
del partido bolchevique, aquel que irrumpió gracias a la revolución rusa del
año 1917, tomándose el poder en noviembre de ese año, con Lenin a la cabeza, esa
fuerza ha sido diezmada, a través de una cruenta represión de aquel núcleo
humano ya no queda prácticamente nada. Sus dirigentes han sido liquidados. De
hecho, en el VII Congreso, se nombra líder a Georgi Dimitrov que reemplaza a
Nikolai Bujarin, que está encarcelado y pronto será asesinado.
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En Rusia, un país agobiado en medio de la agresión e
intervención extranjera y diezmado por la guerra civil, los ideales, los
valores y la práctica democrática de los principios del socialismo fueron
cancelados por el estalinismo, y se reemplazaron por brutales métodos
policíacos de represión que liquidaron el sentido profundamente libertario de
ese primer proyecto de sociedad socialista. Sin democracia ella sencillamente
no es posible.
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Mientras tanto, en medio de la crisis capitalista, la
debilitada democracia liberal, tan despreciada en esa década por el movimiento
comunista, está siendo reemplazada por un tipo de régimen totalitario que no
tiene parangón e impone el terror, cuyos límites parecen no existir y para el cual
la dignidad y el valor del ser humano simplemente no existen.
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El totalitarismo del nazi fascismo engulle lo que encuentra a su paso. Los
dogmáticos de izquierda se dan cuenta que la revolución no es inevitable y que
es perfectamente posible que surja, según Dimitrov, “la más atroz dictadura
terrorista del gran capital” y que tras ese periodo de desenfreno, en una nueva
guerra mundial, se destruyan las conquistas históricas del movimiento obrero.
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Entonces, llega la hora del viraje, de defender la democracia.
Eso es lo que decide el VII Congreso de la Internacional Comunista que impulsa
la estrategia del Frente Popular, la del entendimiento y la más amplia unidad
de todas las fuerzas antifascistas. Queda atrás la consigna de “frente único
proletario”. Es la convicción de que intentar el “Programa
máximo” es un error y que se debe partir por el “Programa mínimo”, que no es
otro que afianzar y robustecer la democracia, a fin de derrotar a las fuerzas
más extremistas del sistema.
Si bien la política de frente antifascista no logró salvar la joven república
española que fuera ahogada por una terrible guerra civil, no cabe duda que fue
un hecho, un antecedente que influyó en la alianza contra Hitler, de la Unión
Soviética, los Estados Unidos y Gran Bretaña, que permitió liquidar la agresión
nazi y un sistema de totalitarismo de Estado, que hubiese destruido por tiempo
indefinido los avances libertarios alcanzados por la humanidad. La barbarie
nazi es derrotada, a un costo humano inconmensurable.
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En tal sentido, al reconocerse que sólo el más ancho y
fuerte entendimiento de las fuerzas democráticas impediría una catástrofe
mundial, derrotando el sectarismo que consumía al movimiento comunista, el VII
Congreso, es un hito en las gigantescas y terribles batallas que marcaron el
siglo XX.
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A veces querer cambiarlo todo lleva a que no se pueda
cambiar nada. Por eso, no olvidemos tantos hechos y luchadores que, superficialmente, parece que
no lograron las transformaciones más profundas del sistema, pero que sin
embargo, fueron capaces de crear las condiciones para que prevaleciera el valor
universal de la justicia, la libertad y la paz entre las naciones.
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