ARGENTINA-PRIMARIAS, UN DÍA DESPUÉS-KRADIARIO
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AHORA, A LA
CAZA DEL ELECTORADO MÁS VOLÁTIL
Tras las PASO, los dos candidatos mejor posicionados en Argentina saldrán
a conquistar esos votantes poco fieles que podrían migrar de otras fuerzas por
razones pragmáticas o principistas
Por Marcos Novaro
Las PASO arrojaron resultados para festejar pero también
para lamentar en todos los sectores políticos. Es por ello, y no sólo por una
estrategia de marketing "pum para arriba", que todos se esmeraron en
resaltar las buenas noticias y esconder las malas. Scioli ganó, pero fracasó en
perforar su techo y en aserrucharle el piso a Aníbal Fernández. Macri se ubicó
en un expectable segundo puesto, pero no logró polarizar la elección todo lo
que necesitaba. Y Massa se recuperó en parte de las fugas sufridas por el
Frente Renovador entre abril y junio, pero tiene pronóstico reservado su
capacidad de retener esos votos en lo que sigue.
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Como sea, es razonable pensar que la moneda sigue en el
aire. Del lado que vaya a caer finalmente dependerá de lo que hagan los principales
candidatos de aquí a octubre.
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Pero no sólo habrá que atender a la evolución de la oferta
política: también hay que seguir la demanda.
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Y al respecto tan importante como saber por qué la gente
votó como lo hizo en las PASO es anticipar las opciones que tiene para decidir
su voto en la primera vuelta. Podría imaginarse que es poco lo que va a
cambiar, que la gran mayoría va a repetir su voto. Pero las campañas en estos
dos meses van a ser mucho más intensas de lo que fueron hasta aquí y los ciudadanos
seguramente les prestarán bastante más atención.
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También van a influir los
procesos políticos, judiciales y económicos, que distan de presentar un
panorama tranquilo y previsible: se vio en los últimos días con la reanimada
dolarización, que el propio cronograma electoral alimenta, ya que nadie cree
que la bicicleta financiera con que se la refrena vaya a durar mucho más; y con
los escándalos judiciales que dos por tres golpean a figuras del oficialismo.
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En cualquier caso, habrá que ver con qué criterios juzgan
tanto las campañas como estos problemas aquellos ciudadanos que están en alguna
medida dispuestos a cambiar su voto: ¿prestarán atención a los resultados de
gobierno o a las promesas?; ¿tendrán en cuenta el corto plazo y las
prestaciones estatales o el largo plazo y la precariedad de la situación
económica?; ¿buscarán la mayor identificación posible con los candidatos o
maximizarán la utilidad estratégica de su voto?
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Hasta aquí pareciera que una buena porción de la sociedad
está más atenta al día a día que a los problemas de sustentabilidad económica y
que no se preocupa demasiado por los abusos de poder, por la corrupción ni por
la ineficiencia en el manejo de la cosa pública: de otro modo sería difícil de
explicar el triunfo de Martín Bruera justo cuando las lluvias vuelven a
amenazar la precaria infraestructura de La Plata, o el de Aníbal Fernández
sobre Domínguez, pese a todo el esfuerzo de Scioli en contrario.
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Pero sería exagerado decir que nada de esto le importa a la
mayoría: algún costo electoral terminó pagando Scioli por la presencia de
Aníbal en las listas bonaerenses, y también por la decisión de Cristina de
poner a Axel Kicillof al tope de las porteñas (lo que condenó a la ola naranja
a repetir allí el escuálido resultado de Mariano Recalde), y nada asegura que
esto no vaya a empeorar si la dolarización, la corrupción y las complicidades
con el narcotráfico siguen dando que hablar.
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Destaquemos, además, que, por más que no sean muchos los que
decidan cambiar, con seguridad serán los suficientes para definir la situación.
Como hay dos candidatos con chances y varios sectores menores con electorados
heterogéneos y bastante poco fieles, es muy probable que la batalla se
concentre en esos "territorios de caza" y que sus referentes puedan hacer
bastante poco por evitar fugas. Con que un 5% se decida para un lado o el otro
el resultado de octubre variará definitivamente; y aun si eso no pasara y las
migraciones fueran menores o se compensaran unas con otras, será con esos
electorados dispersos con los que se saldará la disputa en octubre.
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Una primera disyuntiva usualmente referida para anticipar
cómo se puede definir esta competencia es la que diferencia a los votantes
pragmáticos de los principistas. Los primeros sin duda serán los más inmediatamente
interpelados por Scioli y Macri: ¿cuál de ellos logrará presentarse como la
mejor opción, o mejor dicho como la menos mala, ante el porcentaje necesario de
quienes no los votaron en las PASO, porque no los convencen demasiado pero
recelan más de su antagonista?
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Los principistas serán un hueso más duro de roer. Pero al
respecto hay que marcar una diferencia: Scioli podría sacar también algún
provecho de apelar a los principios y la identidad de muchos peronistas
disidentes, sobre todo los que apoyaron a Rodríguez Saá, a De la Sota, en menor
medida los de Massa; en cambio, Macri tal vez pueda hacer algo de esto con los
radicales que acompañaron a Stolbizer, pero va a tener que esforzarse bastante
más por seducir a los primeros.
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Es cierto de todos modos que el principismo y las
identidades están en baja entre nosotros. Algo que muchas veces se considera
una gran pérdida, el origen de nuestra decadencia cívica, del escaso interés en
las ideas, los valores y todo lo bueno y noble que puede ofrecer la vida
política, pero que en verdad no es tan de lamentar: las lealtades partidarias
nunca han tenido, al menos entre nosotros, mayor relación con las virtudes ni
con las ideas de los políticos, más bien todo lo contrario, y su crisis ha
hecho posible que se evalúen más atentamente resultados y rendimientos,
cuestiones prácticas, que sí pueden vincularse con valores e ideas. Por caso,
es muy probable que De la Sota y muchos de sus militantes prefieran votar a
Scioli antes que a Macri por tradición y lealtad, pero una enorme mayoría de
sus votantes son antes cordobeses que peronistas y lo más probable es que
atiendan más a lo que estos dos líderes puedan ofrecerle a su provincia que a
lo que les sugieran votar sus autoridades locales.
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Esto nos lleva a una segunda disyuntiva, la que contrapone
la valoración de los resultados vs. las promesas. ¿Hay que decidir el voto
según lo que cada líder nos brindó? ¿O eso es secundario y ambiguo, pues
depende más que nada de las chances que tuvo de usar recursos públicos, lo que
vuelve difícil saber si lo hizo eficientemente o no? Dada esta dificultad, tal
vez sea mejor prestarles atención a las intenciones y los planes. Pero ¿cómo
hacerlo, si en sus intenciones todos parecen ser más buenos que Lassie?
Atender a las intenciones no siempre es útil y, en
ocasiones, es por completo contraproducente. En cambio, con los resultados
sucede más bien lo opuesto: en ocasiones es muy difícil, pues pueden influir
más las ventajas circunstanciales que el mérito y la eficacia de los políticos,
porque un beneficio inmediato y visible tal vez se pague caro más adelante.
Pero nunca es un dato irrelevante, siempre es una buena guía para juzgar a los
líderes y elegir a los menos malos. El problema cardinal que enfrentamos a este
respecto es que casi todo el tiempo en el último cuarto de siglo, en el país y
en casi todo su territorio, han gobernado más o menos los mismos, así que es
muy difícil comparar resultados. Por eso el pluralismo político no puede
cumplir bien su función. Claro que tenemos por delante una oportunidad
invalorable para empezar a corregir esa tara de seguir votando a los mismos de
siempre.
(*) - El autor es columnista del diario argentino La Nación.
(*) - El autor es columnista del diario argentino La Nación.
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