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jueves, 7 de junio de 2012

LA POBREZA NO ES UN PROBLEMA, ES UN DESAFÍO
Por Roberto Mejía Alarcón
Desde Lima - Director del Diario Crónica Viva

El Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) nos ha hecho saber que la pobreza en Perú se ha reducido en tres puntos porcentuales. Eso significa que 785 mil peruanos, diseminados en diferentes regiones del territorio, han dejado de ser pobres. Y eso no es todo. Otros 362 mil han abandonado la extrema pobreza. Si es así, la noticia merece ser bien recibida. Más de un millón de peruanos seguramente deben estar mirando el presente con satisfacción y no faltarán quienes oteen el futuro con más optimismo.

Bueno, esa es la parte que alegra nuestros sentimientos. La parte mala corresponde al hecho que en contraste tenemos otros 8 millones 300 mil peruanos que no logran salir de la pobreza. No cuentan con un ingreso de al menos 272 soles mensuales (US 101) que les permita satisfacer las necesidades más apremiantes para su sobrevivencia. A ello debe agregarse que 1 millón 900 mil personas siguen arrinconados en la extrema pobreza. Carecen de todo, viven de la caridad y casi nunca llegan a sumar 143 soles al mes (US$ 53) para adquirir el pan diario, algo al fin, con que llenar el estómago. La noticia, en consecuencia, nos golpea y duramente, porque no puede ser posible que haya 10 millones 200 peruanos, excluidos de toda posibilidad inmediata del derecho a vivir con un mínimo de dignidad.

Estas cifras estadísticas, de carácter oficial, nos hace recordar que más allá de los lugares, en donde ciertos sectores de la población disfrutan de los ingresos fruto de su trabajo, del consumo de un plato de comida caliente y del goce de los beneficios de la modernidad tecnológica, en otros lugares como Apurímac, Cajamarca, Huancavelica, Huánuco y Ayacucho no ocurre lo mismo. Sus pobladores sufren los rigores de la pobreza, sobre todo en Cajamarca, Apurímac y Huánuco, en donde no es raro, y lo hemos constado, hay quienes en las alturas rurales se mueren de hambre.

Quienes tienen la mala costumbre de mirar hacia un solo lado, podrían afirmar que es innegable que lo ocurrido con la reducción de la pobreza es consecuencia del fortalecimiento de la economía. Es verdad. Pero al mismo tiempo no se puede ocultar cuán insuficientes son las políticas de Estado sobre este problema. En consecuencia, debería ser preocupación diaria de la sociedad civil y, sobre todo, de quienes tienen cargos de poder político y de cuantos tienen vocación de servicio a la humanidad.

Quizá esté pidiendo mucho, conociendo como es la conducta egoísta, la soberbia de quienes lo tienen todo en demasía, el encono ideológico, que existe en un país como el nuestro. Sin embargo, creo que tengo derecho a soñar, un sueño en donde la sociedad peruana sea capaz de establecer una relación entre pobreza y moral, que se entienda dentro de una dinámica de causa-efecto, que no se trata de una constatación natural sino de un fenómeno social y que es más correcto hablar de empobrecimiento que de pobreza.

La fundamentación ética, básica en este tema, es que toda persona humana goza de la misma dignidad por el solo hecho de ser persona humana. Se trata del principio ético fundamental y fundante de que todos somos iguales en dignidad. La no aceptación de este principio conduciría a conclusiones nefastas. Por ejemplo, la ley de la selva donde sobrevive el más fuerte.

Me pregunto cuánto se ganaría en favor de un país con avance económico, pero que no se ha olvidado y, sobre todo, trabajado solucionando los problemas de los más pobres. Por esa ruta, habría otro tipo de desarrollo. El descontento se convertiría en historia antigua, la provocación en anécdota, la violencia en recuerdo ingrato. La superación de las situaciones de pobreza y extrema pobreza sería, entonces, un factor de auténtica unidad nacional, en la medida en que se convergen todos los esfuerzos.

Ahora, dejando de lado la ilusión, solo quiero terminar señalando que la presencia de los que viven en la miseria, interpela la calidad humana de cualquier sociedad. La opción de los pobres es una opción para humanizar la sociedad. La realidad de los empobrecidos constituye una inquietud ética constante. Por tanto, la pobreza no es un problema sino un desafío.

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