Crónica de una ciudad en guerra
Por Magaly Alegría
Hasta los zanates apenas pían bajo la canícula de Ciudad Juárez. Uno de ellos se para con su plumaje negro lustroso en un eucaliptus muerto por el frio invernal.
El parque comienza a reverdecer pese al calor que se eleva a más de 36 grados, especialmente en las tardes. La primavera y el otoño sacaron de sus agendas esta región del planeta. El cura y sus escasos asistentes a la misa dominical al aire libre se atrincheran a la sombra de unas “lilas”. Los lamentosos cantos, reiterativos y deprimentes de la tribu religiosa local me irritan al punto de preferir oír en mi pequeño I-Pod el desafiante y corajudo sonido tribal de músicas africanas, mucho más energéticas.
El cielo chihuahuense es de tal variedad de azules que dejan paso a escribir en él cualquier tipo de sueños y quereres.
Estoy en Ciudad Juárez, “Juarito” para quienes la quieren. En los dos últimos años pasé largas temporadas en ella y vi pasar las estaciones de frío extremo y los calores agobiantes observando la vida en colonias y fraccionamientos de todo pelaje.
A media mañana vi caer a pocos metros al dirigente de los comerciantes, asesinado a balazos en medio de la muchedumbre en pleno centro de la ciudad. En el parque vecino, el viejo vendedor del carrito de hamburguesas quedó como dormido en su silla con una bala en la frente. De dos casas vecinas, las camionetas policiales cerraron las vías de escape a una decena de civiles que salían con los brazos en alto. Tiempo atrás, la guerra entre el Cartel de La Línea y el Cartel de Sinaloa enrojeció las calles y las primeras planas de Ciudad Juárez. Las cabezas de los ajusticiados asomaban entre los adoquines de algunas calles y los diarios de Juárez eran un listado de muertes que ni siquiera dejaban espacio para dar a conocer las causas. Sólo registraban el hecho y contabilizaban los casquillos que en cada balacera promediaban un centenar. En la periferia de la gigantesca y plana ciudad, los cadáveres de adolescentes proliferaban día a día. Entre ellos, muchas mujeres, quinceañeras reclutadas para el minitráfico de la droga, sea entrega y cobranza, que después de un par de meses en el circuito, por “saber mucho” del rodaje de los negocios, eran liquidadas de un balazo.
El stress dominaba a juarenses de cualquier edad, incluyendo parvularios. Los trastornos de sueño, los sobresaltos frente a cualquier petardazo crispaba a cualquier ser viviente y hasta los gatos escapaban por los tejados entre los ladridos de los perros, abundantes en las casas mexicanas. Llegó un momento en que concluí que bastaba sacar la cabeza del jeep para que una bala encendiera mi cigarrillo. Pero el ser humano es adaptable. Se reformulan los hábitos de compras, se ajustan los horarios y áreas de la ciudad para soslayar el encuentro cotidiano de persecuciones policiales, balaceras entre narcos, extorsionadores de cualquier calaña, algunos ostentosos en sus coloridos trajes vaqueros y botas de mantarraya, cuero de avestruz o de serpiente y de puntas interminables.
Aquí hace años que estalló la violencia en todas las áreas: entre los carteles de la droga, mujeres asesinadas y cuyas muertes siguen impunes, mexicanos “del sur” regresando a sus terruños, comerciantes huyendo con sus negocios a El Paso, Texas. Los narcos también. Y allí celebraron el último Grito de Dolores (Septiembre) en medio de fiestas copiosas y avivando al México del otro lado del río, donde su alcalde solitariamente desde un balcón oficial, agitaba la bandera frente a un pelotón de soldados armados hasta los dientes.
La violenta desaparición de fuentes de trabajo, y los veracruzanos, regiomontanos, chiapaqueños y de otras ciudades retornando con lo puesto en aviones contratados por los Estados del sur, hace que hoy Ciudad Juárez sea una ciudad donde sobra todo y falta gente. Sobran casas, para comprar o alquilar, en los “tianguis” (mercados al aire abierto) un refrigerador de dos puertas con dispensador de cubitos se consigue en unos 300 dólares, un TV de plasma en unos 400. Pero hay que nacer chihuahuense para soportar los inviernos crudísimos y los veranos tórridos. Afganistán a lo mejor se le parece.
Allí volví y nada más salir del aeropuerto, las camionetas con federales copan el lugar. A mi pedido, un soldado se agacha, saca su “corvo” negro multifuncional y rasga el plástico con que sellé mi maleta. Otras figuras armadas y de negro, contemplan con curiosidad cómo guardo mi chaqueta invernal para disfrazarme de verano. Anticipo ya instalarme en la terraza de uno de los restaurantes de la cadenaVIPs de la Av. Triunfo de la República y, saboreando una buena cena, contar deportivamente los convoyes de camiones parpadeando luces rojas y cargados de soldados amedrentadores, enmascarados, portando sus ametralladoras. Meses atrás el récord de una noche fueron veintitrés.
¿Qué pasó que en pocas semanas desaparecieron de las calles los vehículos blindados, repletos de soldados de negros que – como buitres – acechaban cada rincón?
- Se fueron. Bajó la violencia en la ciudad pero a veces estalla en los extramuros y barriadas. Los carteles de la droga han cambiado de territorios y capos. Hoy también hay mujeres entre sus dirigencias y entran a tallar en la disputa territorial del Cartel de Sinaloa y el Golfo, nuevos grupos como los Caballeros Templarios. Todos ellos mercaderes de un holding que va desde la droga, pasando por los secuestros, esclavitud sexual, extorsión, tráfico de inmigrantes.
¿Será estrategia electoral? De cualquier forma, el PAN y Josefina no ganarán y Peña Nieto con su carita de Ken y casado tras una difamada viudez con una Barbie, según las encuestas lleva las de ganar. No es porque los oponentes son malos o porque la maquinaria priista es indestructible.
- Pero que no, me dice un panista… será AMLO para “no perder el voto”.
Y el exaltado Andrés Manuel López Obrador sigue ascendiendo en las encuestas. En la “sureña” Ciudad de México otros opinan lo mismo: “Ganará AMLO antes que quede el gran desastre” (?)
Desde Chile, un amigo me transfiere una entrevista a un escritor mexicano que compara los basurales del río Mapocho con este enclave en medio de la desértica meseta mexicana. Reviento de indignación. Grafica lo que sucedía aquí hace algunos meses, ya descrito y agigantado por el historial sangriento de narcotraficantes enfrentados a punta de “cuernos de chivo” con las tropas federales y estamentos policiales de las Municipalidades.
En ese marco fue que Carlos Fuentes, como buen macho del Boom hispano resolvió partir y recibió los méritos: un gran escritor que su defecto fue ser “europeizante” – vale decir, una contradicción para resumir a un mexicanista que miraba mejor a su país desde el otro lado del charco. (Sus cenizas descansan en Montparnasse, lo que me desconcierta porque creí que sería PéreLachaise). Sus hijos ya están sepultados allí, uno muerto por una enfermedad a la sangre que olvidé y la otra, por secuelas de drogas.
Después de correrías por tierras “gabachas”, (estoy tomando un curso acelerado de “mexicanismos”) mi amiga Lupita y yo vamos consiguiendo relajarnos y poner atención al entorno… que termina en las Antípodas. Nos duelen los dramas de todo tipo, la prohibición española para el ingreso de mexicanos lo que, obviamente exigirán lo mismo a los españoles, el drama griego, chilango, regiomontano, shileno… Vale decir, no podemos marginarnos de nuestra esencia femenina de la compasión per se; lo suficientemente subliminada como para que no nos arrase pero nos deje conscientes.
(*) El quiscal o zanate (Quiscalus mexicanus) es una especie de ave paseriforme de la familia Icteridae que vive en América. Es conocido también como Chanate en el norte de México. En Guatemala se le conoce como zanate. A veces se le llama informalmente "cuervo" a esta especie, pero en realidad no es pariente de los cuervos verdaderos, los cuales pertenecen a la familia Corvidae.
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