Por
Wilson Tapia Villalobos
Fue
rápido, sin aspavientos, sin protestas.
Y hasta el momento de escribir esta nota todo sigue como si nada hubiera
ocurrido. Sólo que Fernando Lugo además de ser ex obispo católico ahora también
es ex presidente de la República. Para algunos analistas -incluidos varios
gobernantes de esta parte del mundo- el ex mandatario fue víctima del un “golpe
blanco”, pero golpe al fin. La visión de
la derecha paraguaya y continental se escuda en que todo se hizo sin sobrepasar
las disposiciones constitucionales. Algo así como lo que le gusta decir al ex
presidente Ricardo Lagos: las instituciones funcionaron.
Lo
concreto es que Lugo era el primer presidente del Paraguay, desde 1954, que no
se había formado en las huestes del conservador Partido Colorado. En estos casi
60 años -incluidos los 35 de dictadura de Alfredo Stroessner- las estructuras
políticas de esta nación mediterránea fueron forjadas con marcada orientación
derechista. Según un reciente informe de la Comisión Verdad y Justicia del
Paraguay, durante la dictadura militar se entregaron de manera irregular cerca
de siete millones de hectáreas a personas militantes o allegadas al Partido
Colorado. Eso representa casi el 19% del territorio del país. Y fue precisamente
en uno de estos predios donde se desató el último drama político de América
Latina. Se trata de un latifundio que le
fue concedido por el gobierno de Stroessner al ex senador Colorado -hoy
retirado-, Blas Riquelme. Cien familias
llegaron hasta un sector del predio y lo ocuparon. Pertenecían a la Liga Nacional de Carperos,
organización que agrupa a sin tierras. Cuando la policía intentó desalojarlos,
en el enfrentamiento armado murieron 11 campesinos, seis policías y además hubo
80 heridos.
Fue
la última escaramuza que afectó a un gobierno debilitado desde su génesis. Lugo ganó las elecciones en abril de 2008, imponiéndose con el 40,82% de los votos
emitidos. Pero él prácticamente carecía
de una estructura política de respaldo.
Por ello fue en una alianza con partidos tradicionales, como el
Liberal. De esa agrupación era su vice
presidente y hoy quien lo reemplaza en la Primera Magistratura, Federico
Franco.
A poco andar, las relaciones de Lugo con sus aliados se debilitaron. La ex autoridad eclesiástica planteó a los ciudadanos de su país un programa que intentaba saldar viejas deudas y llevar al Paraguay a un estado más equilibrado en la relación ricos - pobres. En la actualidad, el país muestra más del 40% de sus seis millones de habitantes viviendo en condiciones de pobreza. En 2011 su economía creció a un ritmo levemente superior al 10%, especialmente por el desarrollo de polos dedicados a la agroindustria. Pero la bonanza no se derramó.
Y Lugo, hasta el momento de su destitución, no había logrado cumplir con una parte significativa de sus promesas de redistribución o al menos de mitigación de la pobreza. No era por falta de decisión. Sin fuerza propia en el Parlamento -en la Cámara de Diputados 76 parlamentarios votaron por la destitución y sólo 1 lo apoyó, y en el Senado la votación en su contra es 39 a 4- y careciendo de estructura social de apoyo, poco podía hacer, Así, sólo con pena, Fernando Lugo termina otro de los sueños que, de vez en cuando, crean los pueblos pobres.
Pero
su salida genera graves dudas acerca de la institucionalidad política en esta
parte del mundo. El Parlamento paraguayo demoró menos de 24 horas en juzgar y
destituir al Presidente. Tiempo
claramente insuficiente para que el acusado -¡nada menos que el jefe del Estado!-
pudiera preparar siquiera su defensa. Estas son las razones que han llevado a
Argentina, Ecuador, Bolivia, Venezuela y República Dominicana a anunciar que no
reconocerán al gobierno de Franco. Otros regímenes se debaten aún entre la
constitucionalidad y la ética. Es el
caso chileno.
Pero
independiente de las aristas novedosas que pueda tener el caso, el fondo sigue
siendo el mismo a que nos tienen acostumbrados quienes manejan el poder. Desde
el comienzo, los medios de comunicación regionales abundaron en detalles sobre
la vida personal de Lugo. El ex obispo católico
había engendrado a lo menos dos hijos mientras ejercía su ministerio. Y periódicamente detalles al respecto eran
reflotados en los principales medios de nuestros países. Hasta hoy si alguien
preguntaba por Lugo, la respuesta inmediata apuntaría a los juicios por
paternidad que debió enfrentar. Nada más. Los medios no ayudaban a que se
supiera algo de la situación del país.
No de las particularidades de un sui géneris sistema parlamentarista que parece
imperar allí, sino de la realidad que enfrenta el pueblo. Y la renuncia de Lugo
es una clara demostración de que poco es lo que se puede hacer. Más bien su alejamiento señala de manera
palmaria que la democracia no está funcionando para resolver los problemas de
los más necesitados. Por el contrario, la concentración económica hace a los
ricos cada vez más ricos. En la otra banda, los pobres tienen que esperar ¿qué?
Es
la gran respuesta que la caída de este presidente sigue manteniendo
pendiente. Es su cercanía con los más
humildes lo que hace que la derecha lo adverse.
El voto que lo censura por la matanza de Curuguaty, señala textualmente:
“Fernando Lugo, (…..) desde que asumió la conducción del país, gobierna
promoviendo el odio entre los paraguayos, la lucha violenta entre pobres y
ricos, la justicia por mano propia y la violación del derecho de propiedad(…)”
Sin embargo, en este episodio se da una paradoja. La masacre se produce por defender
el derecho de propiedad. Todos los argumentos valen, Lugo era molesto.
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