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martes, 10 de enero de 2012

¿SER O NO SER? REFORMA TRIBUTARIA Y BINOMINAL

Por Claudio Orrego

Escribo estas líneas sin saber el resultado de la reunión entre el Presidente Piñera y los líderes de la Alianza sobre las reformas del Gobierno en su segundo tiempo. Mientras surgen voces políticas, empresariales y de la sociedad civil sobre la importancia de avanzar en reformas más profundas, varios partidarios de esta administración (UDI, RN e institutos como Libertad y Desarrollo) alertan lo “inconveniente” que sería para el primer gobierno de derecha en 50 años avanzar en cambios que no son parte de su ideario natural.

Antes de evaluar los tecnicismos de cada reforma, es importante preguntarse el por qué y para qué de ellas. Sólo así podremos despejar si se trata de transformaciones necesarias para la estabilidad política, social y económica del país, o de consignas sin fundamento.

Estoy convencido de que la reforma política es una prioridad. Es un hecho que la distorsión en la representación popular que genera el sistema binominal se ha vuelto un gran problema. Si el 33% pesa lo mismo que el 66% (generando una suerte de empate tan ficticio como peligroso), si los pactos pueden coludirse para asegurar la elección de su candidato privilegiado (haciendo irrelevante la participación ciudadana), y si los quorum siguen siendo de los más altos en el mundo (con la imposibilidad de que una mayoría relativa haga cambios importantes), estamos ante un escenario que sólo incentiva la idea de que el Congreso “no” es el lugar donde se pueden resolver los temas que le importan a los ciudadanos.

Un año de marchas teñidas por la desconfianza a las instituciones debiera enseñarnos que hemos llegado al límite: o se reforma el sistema electoral o ahondaremos la crisis de legitimidad y credibilidad de nuestra democracia.

En el plano del gasto fiscal, Chile ha forjado un consenso sólido sobre la importancia de hacer una reforma educacional profunda e integral. Esta es clave para mejorar la distribución del ingreso y el crecimiento, al permitir acceso a mejores empleos, aumento de la productividad y mejora en los salarios. Por lo mismo, debemos destinar los recursos que ello supone (muy superiores a los actuales). Llegó el momento de que el país ponga su billetera donde por mucho tiempo ha puesto su boca. Los recursos del crecimiento no son suficientes para abordar con la velocidad requerida una reforma educacional tan sustancial como necesaria.

Algunos sostienen (Libertad y Desarrollo) que cualquier aumento de impuestos generará una disminución de la inversión y consecuentemente del crecimiento. El Presidente escuchó los mismos argumentos cuando el año 1991, siendo senador, concurrió a hacer la primera reforma tributaria del gobierno del Presidente Aylwin. El posterior crecimiento del país demostró lo ideologizada y equivocada de dicha postura.

Es cierto que ambos temas se pueden abordar de manera populista y liviana, o bien con mirada de Estado, de largo plazo y técnicamente sólida. Qué duda cabe de que debemos seguir el segundo camino. Muchas son los temas que podría abordar una reforma tributaria. ¿Cómo eliminar los espacios a la elusión y evasión? ¿Cómo homologar los impuestos a empresas y personas? ¿Cómo eliminar exenciones ya injustificables? ¿Cómo hacer que se tribute no sólo por utilidades repartidas sino también por las retenidas? ¿Cómo lograr que en Chile los que tienen rentas al capital también paguen por sus ganancias? ¿Cómo hacer que el impuesto a la herencia no sea meramente decorativo? En fin, una reforma bien hecha permite, simultáneamente, aumentar la recaudación y hacer más inteligente y justo nuestro sistema tributario. También, disminuir la desigualdad brutal en nuestra sociedad.

Estos son los desafíos que tendrá que enfrentar el Presidente. ¿Podrá gobernar para las grandes mayorías, o quedará aprisionado por los dogmas ideológicos de algunos partidarios?

Impresiona ver cómo nos gusta compararnos con los países de la OCDE, salvo cuando llegamos al tema tributario y al sistema electoral. En ambos casos, al igual que en los índices de desigualdad y desconfianza, Chile se aparta de las buenas prácticas del resto. No se trata de copiar todo lo que viene de afuera, pero tampoco de ser ciegos a lo que ya ha funcionado en otras latitudes.

El tiempo dirá cuánto lograremos avanzar, pero es claro que, o estos temas se abordan en esta administración, o marcarán la próxima campaña presidencial. El Presidente tiene que decidir. Esperamos que no prime sólo aquello que le interese a la Alianza.

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