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jueves, 5 de enero de 2012

¿CÓMO DESENCANTAR LA POLÍTICA?: APRENDIZAJE DESDE EL QUIJOTE.


Por Hugo Latorre Fuenzalida.

La locura de Don Quijote es una forma de estar encantado con la vida. La realidad se lee, en cambio, como una tarea de desencantar o de desencanto.

Cuando Alonso Quijano, producto de sus lecturas fantásticas sobre caballería, rompe las celdas de la realidad y abre las ventanas hacia la ilusión libre de lo imaginario, entonces trueca lo feo en hermoso, lo vulgar en noble, lo trivial en extraordinario.

Así, Aldonza Lorenzo, la criadora de cerdos, la de voz potente y brazos fornidos, se convierte a los ojos del hidalgo en una gran dama, de delicadas formas y maneras. Toda su voluntad queda hipotecada a los caprichos de su amada y todos sus dolores y cuitas son sufridos con alegría en nombre de su nombre.

Cuando en el episodio de la “Cueva de Montesinos”, en sueños Don Quijote visualiza a Dulcinea como persona vulgar, situación que aprovecha Sancho para tratar de convencer a su amo de lo real de ese sueño, el de la triste figura saca la teoría del “encantamiento” de Dulcinea por el mago Merlín.

Ese loco que desanuda sus vínculos con la realidad chata y rutinaria, se había lanzado a enderezar las realidades para convertirlas en idealidades, por tanto la vulgaridad mostrada de su dama no podía ser más que encantamiento maligno, que debía ser desencantado para volver a la realidad mistificada que él vive y en la cual se empeña.

Del Quijote a la política.

También las locuras son propias y abundantes en el terreno político. También ahí el desvarío crea sus ilusiones desbordadas y los encantamientos obsesivos. ¿No creen ustedes que a la Concertación (oposición chilena) le ha aquejado esa locura que arrastra la voluntad a romper con su forma de fe y de vida para asumir otra de manera repentina y extremada?

¿Acaso no se ha dado una forma de “encantamiento” con las ideas de privatizar, de concentrar riqueza, de concentrar los medios de comunicación, de alentar el lucro en la educación y la salud?

Pero también ha pasado la Concertación a un episodio similar al de la “Cueva de Montesinos”, en que la derrota electoral, por haber caído en el sueño profundo del poder, les lleva a vislumbrar que su Dulcinea es en verdad presentada como Aldonza. Entonces se niega a caer en la cuenta y juzga que esa visión es producto de una acción maligna, de un encantamiento, sin darse cuenta que el encantado es ella misma.

Se empeña entonces en pactar el “desencantamiento” de su dama, el romper el hechizo, para lo cual comisiona a Sancho que es afecto a las realidades antes que a las ilusiones. Luego Don Quijote recobra la razón, pero es una lucidez que no arremete contra su historia reciente, pues que la caballería no exista, le entristece y ese dolor del alma le enferma al punto de llevarle a la muerte. Sigue sosteniendo la fe en el bien aunque se siente sin fuerza; cree en el ideal, pero la realidad es prepotente hasta el punto de romper los sortilegios, entonces el hombre debe encomendarse a ese reino donde debe perseverar el bien y la justicia y hacia allá apuntar la proa de esa nave que comienza a naufragar en el agitado océano.

¿Qué hacer con la política ilusoria?

Los ideales desbocados llevan a una locura que desencamina los destinos más centrales. Luego se torna complejo discernir lo que es realidad de lo que es “encantamiento”, lo que es voluntad y lo que es resistencia.

¿Qué es hoy la Concertación ante una “Dulcinea” develada como “gañana” al servicio de porcinas tareas e intereses enlodados?  Esa dama degradada que comienza a vislumbrar pero se niega a aceptar como tal, y que puja para que se confirme la teoría de su “encantamiento” y se pacte el “desencantarla”, a cargo de ese pueblo que encarna Sancho. De esa forma se repondría el orden fantástico que contribuyó a forjar con su insanía descalabrada y aventurera. Pero Sancho que sabe que Dulcinea en verdad Aldonza, no se atreve a decepcionar a su amo; entonces disimula historias que abonen la teoría del encantamiento; de esa forma la realidad no abruma a la loca idealidad y la deja decaer hasta que enferma y se dispone a una buena y digna muerte.

Pero en fin, más fuerza hace en el hombre el engaño que la verdad, decía Erasmo de Rotterdam, en su “Elogio de la Locura”, y pareciera que eso se extiende a todas las estancias en que habita el ser humano, pues, como decía un cínico personaje, cada vez que cruzaba una residencia de orates: “no son todos los que están ni están todos los que son”.

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