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domingo, 10 de abril de 2011

Paul McCartney y la satisfacción del cliente

Por Cristóbal Peña (*) 
Ciper Chile

 
Dieciocho años atrás, cuando el ex Beatle debutó en Chile, una productora ofreció a última hora dos boletos por el precio de uno. Ni así llenó el Estadio Nacional. Ahora los boletos más caros cuestan entre uno y medio millón de pesos. ¿Qué ha pasado desde entonces? Cambió el poder adquisitivo de los chilenos. Pero también cambiaron los chilenos, sus hábitos musicales y de consumo, y hasta su idiosincrasia. El gerente de la mayor productora de espectáculos dijo sin arrugarse: “A los chilenos nos gusta que haya entradas caras, es algo aspiracional”.

En diciembre de 1993, cuando Paul McCartney debutó en Chile, la productora del concierto inventó una triquiñuela de última hora para revertir la baja venta de boletos: algo así como dos por el precio de uno a quienes exhibieran tres tapitas de la cerveza oficial. Así y todo la capacidad del Estadio Nacional no fue copada. Y quienes compraron los boletos al precio original sintieron –con justa razón- que habían sido objeto de un engaño. Qué engaño. A eso se le llama estafa.

En esto último las cosas no han cambiado mayormente para los consumidores de espectáculos. Quizás porque desde entonces romper las reglas del juego comercial es barato, a veces gratis. Pero donde las cosas sí han cambiado es en los hábitos de consumo del público chileno. Ahora que se anuncia el retorno del ex Beatle a Chile hay público de sobra para repletar un Estadio Nacional con su show. Tan de sobra que DG Medios, la productora que organiza el concierto del 11 de mayo, se da lujo de cobrar lo que le da la gana.

El boleto más caro supera el millón de pesos y su valor lo fija el músico directamente. El valor del resto de los boletos -que va de $532.000 a $28.000- es resorte de la productora. El de medio millón es el precio más caro que se ha fijado en Chile para un concierto. Equivale a más de tres sueldos mínimos. A 32 balones de gas de 17 kilos, que es similar a decir un año de gas. A cerca de 133 entradas al cine. A cerca de 53 discos de los caros. Dieciocho años atrás, cuando McCartney actuó por primera vez en Chile, a nadie se le hubiera ocurrido fijar boletos con esos precios. Ni que se tratara de Lennon y McCartney juntos. Entonces las entradas iban entre los $8.000 y $40.000.

¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Qué ha pasado entre el primer y segundo concierto de McCartney? Primero, sin duda, cambió el poder adquisitivo de los chilenos. Pero también cambiaron los chilenos, sus hábitos musicales, sus hábitos de consumo y hasta su idiosincrasia. De 1993 a esta parte las productoras de espectáculos han comprendido las señales de un consumidor que está dispuesto a pagar precios altísimos por el show de una estrella consagrada internacionalmente que llega con el cartel de leyenda. Peor aún, ese tipo de público valora los precios altos. Es como opera la clase ejecutiva de las aerolíneas: quienes pueden y quieren pagar esas tarifas no sólo acceden a un viaje más cómodo sino que también a una sensación de mayor estatus y satisfacción de clase.

Algo similar ocurre con los productos culturales. La satisfacción también va en el costo y la exclusividad que éste implica. Lo dijo sin arrugarse el gerente de la productora Time 4 Fun, Francisco Goñi, responsable de la organización de varios de los más importantes conciertos internacionales de os últimos años: “A los chilenos nos gusta que haya entradas caras, es algo aspiracional”.

La aspiración está fundada en productos concretos pero también en símbolos que lo justifican. Por ello la industria del espectáculo se ha inventado denominaciones rebuscadas, más bien siúticas, para denominar las ubicaciones: Golden, Vip Platinum, Vip Top, Vip Top Premium. Y ahora, con motivo del próximo concierto del bajista de los Beatles, se patenta una nueva categoría: la Premium Hot Sound Package.

El problema no es sólo que los precios de los espectáculos internacionales estén por las nubes. El problema mayor es que el servicio está por los suelos. El Servicio Nacional del Consumidor (Sernac) informó que el año pasado recibió 4.500 reclamos de consumidores de espectáculos. Casi el doble que en 2009. La mayoría de esos reclamos los concentran cinco empresas que fueron demandadas por el Sernac y que no obstante haber sido objeto de multas, sanciones o demandas siguen operando con normalidad. La más importante, Time 4 Fun, recibió denuncias masivas en febrero último por haber empapado con agua putrefacta a los asistentes al concierto del grupo adolescente Paramore. También por quienes compraron entradas carísimas al concierto de Depeche Mode y vieron y escucharon igual o peor que los de galería.

La lista de reclamos formales es larga. Ya está dicho: 4.500 en 2010. Pero como ocurre en otras actividades económicas en Chile, las empresas de espectáculos están sujetas a sanciones irrisorias. A veces basta con devolver el precio del boleto. A veces ni eso. La diferencia con otras actividades es que las productoras de espectáculos disponen de una fuerza de seguridad totalmente gratuita y están exentas del pago del impuesto al valor agregado. Las productoras dirán en su favor que en caso contrario el IVA se cargaría a los consumidores. Los consumidores se preguntan por qué si los espectáculos no pagan IVA sí lo deben hacer los libros.

Cuando los discos compactos no podían ser pirateados, o al menos costaba muchísimo hacerlo, los precios de los discos estaban por las nubes. Todavía lo están. Pero ahora que cualquiera copia un disco original en su casa, la industria ha acusado el golpe, obligándose a bajar en algo los precios.

Considerando lo que vale un boleto en una ubicación donde se pueda escuchar y ver medianamente bien a un músico como McCartney, es una lástima que de momento no exista la posibilidad de asistir al concierto de un clon de una estrella de la música.

(*) Periodista de la Universidad Diego Portales

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