Por Luis Casado
Y van dos. Dos gobiernos que caen sin tirar un tiro. Los de Irlanda y Portugal. Sometidos a una cura de austeridad que hubiese matado a un caballo, después de aceptar no uno sino tres o cuatro programas de reducción del gasto público, sus parlamentos rehusaron ir más lejos en la autoflagelación forzando la dimisión de sus Primeros Ministros. ¿Coraje o miedo?
Más que un despliegue de tardía intrepidez se trató de un brusco acceso de pavor ante la previsible reacción pública. En Grecia las movilizaciones no decaen después del “rescate” que el FMI y la Europa comunitaria impusiesen junto a una drástica reducción de salarios, presupuestos y servicios públicos, asociada a la venta a vil precio del patrimonio público, la jubilación a 70 años de edad y otras amenidades. Sin sacar al país de la espiral de endeudamiento: tasas de interés usureras, ligadas a una fuerte disminución de los ingresos fiscales en razón de la recesión provocada por la reducción del gasto público y del poder adquisitivo, hacen prácticamente imposible el equilibrio fiscal y auguran un empeoramiento que ya comienza a quedar en evidencia.
Más que un despliegue de tardía intrepidez se trató de un brusco acceso de pavor ante la previsible reacción pública. En Grecia las movilizaciones no decaen después del “rescate” que el FMI y la Europa comunitaria impusiesen junto a una drástica reducción de salarios, presupuestos y servicios públicos, asociada a la venta a vil precio del patrimonio público, la jubilación a 70 años de edad y otras amenidades. Sin sacar al país de la espiral de endeudamiento: tasas de interés usureras, ligadas a una fuerte disminución de los ingresos fiscales en razón de la recesión provocada por la reducción del gasto público y del poder adquisitivo, hacen prácticamente imposible el equilibrio fiscal y auguran un empeoramiento que ya comienza a quedar en evidencia.
Durante un acceso de debilidad bastó con un gesto de las agencias de calificación Standard & Poor’s, Fitch y Moody’s, para que cayeran los gobiernos. Más eficientes que los misiles de crucero, los bombarderos “invisibles”, las bombas “inteligentes”, los satélites espías y la espada de Star Wars, las agencias de calificación son letales. Los gobiernos europeos les tienen miedo y hasta amenazaron con crear una propia para no tener la cabeza bajo la triple guillotina yanqui.
Para ser franco yo no diría que cuestan menos que la parafernalia militar. No porque los ejecutivos de la troika se adjudican salarios de miedo, sino porque solo pueden hacerlo alimentando la especulación más desenfrenada e irracional. ¿Qué importa hundir uno o dos países si con ello la “comunidad financiera” obtiene cientos de miles de millones de beneficio?
Gobiernos dóciles e impotentes, lo que Samuel Huntington llamó “residuos del pasado”, hacen lo imposible por “tranquilizar a los mercados”, “devolverles la confianza”, o sea satisfacer los dictados de un puñado de “analfabetos” -la fórmula es del neoliberal Alain Minc, consejero de Sarkozy- que controlan los mercados financieros. Para Minc los “analfabetos” son los administradores de fondos de pensiones, los “traders”, los operadores de la banca, y los “expertos” de las agencias de calificación. Jean-Claude Guillebaud abundó en ese sentido y dice que “asistimos al nacimiento de un imperio mundial: el de los cretinos”(sic).
Los “cretinos analfabetos” son los mismos que no vieron venir la crisis de los créditos basura (subprimes), y que recomendaban comprar acciones de empresas que no valían un cuesco. Esforzadamente ignorantes, apasionadamente mediocres, pagados a precio de oro, creen vehementemente en la posibilidad de ganar fortunas sin producir ni un clavo. Por eso son letales, más peligrosos que un presidente estadounidense o que una central nuclear. Por eso los gobiernos les temen.
El amor a la verdad me obliga a reconocer que son eficaces. De una temible eficacia. Basta con que Standard & Poor’s anuncie que considera bajarle el “rating”a la deuda pública española para que Rodríguez Zapatero pierda el sueño, que el PSOE cuestione su “liderazgo”, y que Emilio Botín-Sanz de Sautuola y García de los Ríos, Marqués consorte de O'Shea, el patrón de los patrones hispanos, exija que el futuro político del “bambi” se incline ante los eminentes intereses de los negocios.
Como dice Guillebaud, todo dios se pone “a bailar la danza del vientre” ante los “cretinos analfabetos” para no perder la teta, el poder, o lo que aún representa algún poder. Y nos recuerda que “estos organismos son empresas privadas, que no están sometidas a ningún control, a pesar de que reinan sobre los mercados financieros y pueden poner de rodillas a los más grandes gobiernos democráticos”.
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