Las leyendas dicen que el árbol de Navidad tuvo su origen en los druidas, que eran los encargados de las ceremonias sagradas de los celtas, entre otras obligaciones.
Cercano a como se conoce hoy día, su origen estaría en el árbol que preparó San Bonifacio (s. VII), el que adornó con manzanas y velas; según la tradición las manzanas representaban los pecados y las velas, la luz de Dios.
La costumbre llegó a Alemania a principios del s. XVII, donde tomó las características que hoy conocemos, es decir, globos de colores, velas, guirnaldas brillantes, juguetes y adornos infantiles varios.
Como en el s. XIII, San Francisco de Asis inventó reproducir el nacimiento de Jesús, primero con personas y animales vivos, y después con figuras de barro, al llegar la costumbre del árbol navideño a Italia, se adoptó la costumbre de hacer ambas representaciones: un pesebre o un portal y un árbol navideño.
En la época contemporánea, los símbolos navideños han seguido evolucionando de acuerdo al avance tecnológico que nos permite contar con muy buenas imitaciones artificiales de distintos tipos de árboles, los que se pueden armar o vestir con bastante anticipación al 24 de diciembre, ventaja que no se tenía hace 50 o 60 años, cuando solo se disponía de pino radiata recién cortado.
Igual cosa ocurre con las luces, cuando antes, en muchos casos, se usaban velitas blancas o pequeñas ampolletas teñidas de colores, más, frágiles globos de vidrio y muchas figuritas de “pascueros”, angelitos, juguetes, caramelos, bastoncitos, etc.
Consideramos que dicho árbol, en cierta forma, es una falta de respeto hacia un importante credo religioso, pues, como dijimos, el árbol se instala frente a la Catedral y por otra parte, es una burda y desesperada chabacanería marquetera de dicha bebida.
En el afán de vender y vender más, se está pasando a llevar la fantasía y la ilusión de los niños, que ven este pseudo árbol de Navidad, algo que no concuerda con el festejo, al mismo tiempo que se está introduciendo en sus mentes un concepto errado de esta fiesta cristiana, pues la idea, como sabemos, no es rendir tributo a marcas comerciales o entidades públicas, si no recordar un acontecimiento espiritual e histórico que dista mucho de las conveniencias comerciales.
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