EL PADRINAZGO
Por Camilo Escalona
El diccionario define el padrinazgo como protección, “favor
de una persona a otra”, eso es exactamente la acción que ha ejercido el ex
Presidente Sebastián Piñera, en beneficio de quién fuera su ministro de Deportes, señor Gabriel
Ruiz-Tagle, este controvertido empresario conocido especialmente, por ese
vínculo tan singular, que tiene con quién ahora lo cobija para guarecerlo bajo
su paraguas político.
Resulta llamativa esta conducta, en un hombre como Piñera,
que se ha dedicado a los negocios, con toda su crudeza, y no a socorrer a los
que son arrastrados por las aguas corrientosas de riesgosas apuestas; un actor
al que no importaron ni amistades ni simpatías, en la medida que dañaran aquel
propósito que verdaderamente guiara su vida, tener cada día más poder, el que a
su vez le dio los medios que le convirtieron en dueño y controlador de una de
las mayores fortunas del país y llegar, en el periodo pasado, a la Presidencia y
moverse ahora sin reparar en costos para volver a ella.
Lo que pasa es que Piñera es lo que es, uno de los
principales operadores económicos nacionales que siente una irrefrenable
compulsión hacia el poder; lo ha buscado y seguirá buscando, como gran concentrador
y controlador, es su adicción. Uno de tantos que alaba la libre competencia
cuando le conviene y la abandona apenas interfiera con sus designios.
El ex senador y ex Presidente no es un ideólogo. Lejos está
de ser un sucesor del intrincado dogmatismo, aunque fuera inconsistente, que
distinguió a Jaime Guzmán. No es lo suyo caer en ensoñaciones utópicas ni
abstractas disquisiciones. Actúa de acuerdo al olfato que brota de la
conveniencia.
Por ello, no va a dejar caer a Ruiz-Tagle. Su mensaje es
sigan conmigo los fieles. Al tomar posición tan decidida, además esta diciendo
que pretende agrupar, primero a los duros y que por recursos no se preocupen,
que los tiene en abundancia más que suficiente para ganar la próxima campaña
presidencial. Que suban a su carro, que así van a ganar, que desde el control
del Estado se pueden resarcir de tantos malos ratos del último tiempo.
Piñera quiere dar certezas rotundas a un bloque que cruje
por las profundas diferencias que distancian a sus componentes, que se observan
con recelo y resquemor. Esa débil unidad los puede disgregar.
Siente ese como el gran peligro. Que el extremo
individualismo que inculca en los suyos su propio proyecto de sociedad, termine
con su sueño visceral, el de volver a la Presidencia de la República,
definitivamente por el suelo. Para él, que no tiene Partido y que no representa
corriente de pensamiento alguna, disgregarse puede ser la fatalidad que liquide
el sueño del pibe. Su estrategia es dar una señal de poder, no transmitir un
proyecto de sociedad.
Quiere lanzarse al abordaje y que lo sigan en la aventura.
La pesadilla que lo desvela es caer en la cubierta a tomar sin kamikazes que lo
resguarden. Sólo no podría sobrevivir. Lo suyo no es la travesía del desierto.
Vamos a ver lo que consigue, si el padrinazgo le resulta y encuentra la
cantidad suficiente de gente que lo secunde.
Por eso, debe convencer a sus fieles que tendrán en él un alero
seguro, no un refugio espiritual, pero sí un factor de poder, dispuesto a dar
una mano a los amigos que estén en apuros. En suma, envía un llamado que se
apoya en la vieja idea que “París bien vale una misa”.
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