COLUMNA-TAPIA-KRADIARIO
¿TODO MAL?
Por Wilson Tapia Villalobos
La pregunta es válida hoy más que nunca. El problema es la
respuesta, que dependerá de cuál sea la meta que persigue quien la entregue. Y
eso nos lleva al verdadero embrollo en que estamos metidos. Si el protagonista
es conservador, querrá que todo se arregle sin hacer cambios que puedan
“desquiciar el orden establecido”. Si el personaje adhiere a una ideología
reformista, aspirará a cambios moderados.
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Si quien responde es revolucionario de la antigua escuela -en franca
extinción- pretenderá arrasar con todo para imponer alguno de los sistemas que
ya fracasaron en otras partes del mundo. Y quienes manejan cuotas de poder
reconocerán que las cosas no están bien, pero que hay que dejar que las
instituciones funcionen. Como si las
instituciones no fueran las que están cuestionadas, porque se las manipula y se
las utiliza mañosamente. Son pocos aun
los que reconocen que es necesario ir pensando en otro esquema de convivencia,
en que los valores apunten al reconocimiento del ser humano integralmente y no
solo como herramienta de trabajo para producir beneficios.
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Vivimos días complicados. Y nuestros referentes no dan con
la tecla que puede hacer que las cosas mejoren un poco. La presidenta de la
República, Michelle Bachelet parece haber olvidado los atributos que la
acercaban a la gente, en una empatía que parecía indestructible. Solo parecía. En la última entrevista que se
le conoce se mostró lejana, fría y con escasa capacidad para reconocer errores
propios. Incluso, cuando la periodista le preguntó por los días difíciles que
le habían tocado vivir por el caso Caval, en que se encuentra involucrado su
hijo, ella aceptó que había sido doloroso.
Pero a la pregunta de si había llorado en la soledad de su hogar. Ella negó.
Y fue más allá. Separó su
condición de madre, mujer y presidenta de la República. Como si el equilibrio
no se lograra utilizando adecuadamente cada una de nuestras características
básicas: razón, emoción e instinto. El caso del Transantiago debería haberle
enseñado que la intuición también cuenta.
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Pero, por otra parte, ella se ha dejado llevar, cual hoja al
viento, por sus colaboradores más cercanos. Y cuando se le preguntó acerca de
si se sentía traicionada, engañada por aquellos que no le dijeron que se haría
pre campaña, y no le dieron todos los antecedentes acerca del caso Caval, se
limitó a decir que serían las instituciones judiciales las que entregarían la
última palabra.
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Mirando hacia otros sectores, uno se encuentra con el
presidente de la Unión Demócrata Independiente (UDI), Hernán Larraín, cuya
visión del problema es que todo se resuelve con buenas palabras. Le basta con
que el senador de su partido, Jaime Orpis haya reconocido que cometió una falta
al recibir dinero de Corpesca y que no se haya inhabilitado para votar la ley
de pesca. Ordenamiento legal que favoreció, precisamente, al grupo Angelini,
propietario de Corpesca, que hoy dispone de la autorización para pescar más del
90% de esa riqueza que se encuentre en las costas comprendidas entre las
regiones de Antofagasta y Coquimbo. Orpis sigue sin ninguna traba en la UDI.
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Los profesores en la calle, en huelga indefinida. Reclaman que no se los ha tomado en cuenta en
materias trascedentes, como la reforma educacional. Su protesta no es por
problemas salariales, tampoco por el fondo de lo que se trata de cambiar. La verdad es que la molestia la gatilla,
esencialmente, que vayan a ser evaluados de manera constante. Alegan que eso no
se les hace a los abogados, a los médicos, a los ingenieros. En definitiva, a
ningún otro profesional. Claro, aquellos son evaluados por sus propios
clientes. Pero en el caso de los
educadores no puede ser así. Olvida el Colegio de Profesores que sus miembros
son emperadores en el aula. Y eso no se compara con el endiosamiento que de sí
mismo hacen los doctores. Finalmente el
paciente puede salirse del rebaño en que pretenden mantenerlo.
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Y más vale dejar pasar los mordiscos que se lanzan en el
interior de la coalición
gubernamental. Eso pareciera propio de
un acuerdo de escasa duración. Aunque
las ansias de poder son más fuertes que el amor o el odio.
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Si no, que lo diga la FIFA. Joseph Blatter, recién
electo, ha renunciado al cargo de
presidente de una de las empresas transnacionales más lucrativas y con mayor
cantidad de seguidores en el mundo. Lo ha hecho en medio de un ambiente cargado
de denuncias de corrupción. Se podría pensar que soplan nuevos aires y que los
poderes fácticos han decidido limpiar la casa.
Pero, no. La corrupción del
fútbol mundial era cosa sabido desde hace mucho. El que ahora se destapara la
olla parece obedecer a intereses más políticos que éticos (que lástima tener
que hacer la diferencia). A Estados Unidos, donde se lleva a cabo la investigación
que afecta a la FIFA, le interesa sacar de la escena mundial a Rusia, país
donde se efectuaría el próximo campeonato mundial de fútbol, en 2018.
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¿Todo está mal? No. Tenemos a una presidenta que no llora y
el 58% de los chilenos encuestados por Televisión Nacional está feliz en su
trabajo.
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