Chile, que tiene actualmente un arancel de 0% para sus productos, pasará a una nueva tasa de 10%, excepto el cobre de momento.
El discurso de Donald Trump el 2 de abril pasará a la historia… y no es para menos. Él mismo afirmó que se trataba de uno de los días “más importantes” de toda la historia de Estados Unidos, hablando de ello como una verdadera “declaración de independencia económica”. Trump, claro, quiere sentar una narrativa y reforzar su legado. Quizá no le falte razón en la dimensión absoluta que le concede al 2 de abril de 2025, pero seguramente se equivoca en el contenido específico de dicha epicidad.
¡La verdad es que me los jodí a todos!
En realidad, la decisión de abrir una guerra comercial global estableciendo
nuevos aranceles a prácticamente todos los países del mundo puede constituir, a
la larga, el error más importante en décadas de política comercial en Estados
Unidos. En cualquier caso, lo que está claro es el mensaje que Trump pretende
lanzar con esta decisión y, más importante todavía, el mundo que quiere
construir en la nueva fase del proyecto imperial estadounidense.
China, el principal rival sistémico de Estados Unidos, recibe un 34% que se
suma al 20% anterior, elevándose así hasta el 54%. Rusia, por su parte, no ha
sido incluida, principalmente porque los lazos económicos entre ambos están siendo
definidos en las sucesivas reuniones bilaterales. Por supuesto, esta decisión
del gobierno de Trump es un primer paso, a la espera de saber si algún actor se
declara en rebeldía e inicia una disputa comercial bilateral escalatoria con
Estados Unidos.
Pero, probablemente, lo más destacable de la interminable lista de
aranceles impuesta por Trump es su trato hacia sus aliados, incluso aquellos
históricos y fundamentales. Tampoco a ellos les ha concedido el beneficio de la
amistad. Japón, un 24%; Corea del Sur, un 26%; Taiwán, un 32%. Incluso Israel,
que había decretado poco antes el fin de los aranceles sobre los productos
estadounidenses en un patético ejercicio de sumisión sub imperial, se llevó un
17% porque, en palabras de la Casa Blanca, llegan 50 años tarde.
La Unión Europea no se libra: 20% y un lugar destacado en la tabla de
aranceles, mostrándose la segunda, solo después de China. Claro que la
agresividad de Trump con Europa no es nueva. El ataque comercial es solo una
parte de la estrategia de sumisión que quiere imponer a los gobiernos del Viejo
Continente. Guerra comercial con los aranceles, guerra territorial en
Groenlandia y guerra diplomática en Ucrania. Y, aún así, cuesta creer que
existirá una respuesta contundente de los Macron o Von der Leyen de turno.
Trump ha decidido que el enfoque imperial que había primado desde el fin de
la Segunda Guerra Mundial no da más de sí para Estados Unidos. Considera que el
“orden liberal”, cacareado por ellos mismos durante décadas, hoy beneficia a
China, y no a Washington, y por ende ha de ser abandonado. Lo que Trump le
ofrece a sus aliados, entre ellos Europa, es un chantaje: O aceptan su alianza
en unos nuevos términos que son más favorables para Estados Unidos a costa de
los intereses de los propios aliados o serán considerados adversarios del
hegemón imperial.
Trump no quiere liderar un bloque de asociados, de pares imperialistas que
se reparten con cierto grado de confianza mutua el botín de la dominación
internacional. Esta es la lógica que rigió desde 1945, pero ya no sirve en
Washington. Lo que Trump busca es someter a una lista de vasallos que acepten
subordinar su política exterior y su economía a los intereses individuales del
líder estadounidense para que este pueda librar en mejores condiciones su
disputa contra China. Asumiendo esta nueva realidad, Europa tiene dos opciones:
o acepta el chantaje o apuesta por una mayor autonomía estratégica que le
permita establecer lazos soberanos basados en el respeto mutuo con actores como
China, Rusia, India o América Latina.
La actitud de Trump hacia Europa, evidenciada durante la campaña electoral,
ratificada en su asunción e intensificada con su nueva guerra comercial global
no hace sino reforzar una idea crucial: Hay que salir de la OTAN, organización
liderada por un Estados Unidos que amenaza sistemáticamente a los países de la
región en todos los flancos imaginables. Por cierto, al tiempo que conserva
suculentas bases militares en suelo europeo. Es inexplicable que sigamos
formando parte de un organismo militar cuyo jefe ha marcado como una de sus
prioridades atentar contra los intereses europeos.
Y los líderes europeos, que necesitan del refrendo de las urnas
periódicamente, deberán atender este creciente reclamo electoral. En este
sentido, defender la expulsión de las tropas estadounidenses de Europa, el
cierre de sus bases militares y el abandono de la OTAN ya no solo será una
legítima y justa aspiración histórica; será, probablemente, una cuestión de
“sentido común”. El rechazo a lo estadounidense crecerá, pues los líderes
europeos ya no podrán echar mano del discurso que durante décadas embelleció la
dominación norteamericana. Sucede que hoy la brutalidad imperial de Washington
se muestra en todo su esplendor, sin elegantes protocolos que la disfracen.
(*) Editorial/ Análisis – Diario Red
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