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jueves, 3 de abril de 2025

TRUMP QUIERE VASALLOS, NO ALIADOS

 

Chile, que tiene actualmente un arancel de 0% para sus productos, pasará a una nueva tasa de 10%, excepto el cobre de momento.

El discurso de Donald Trump el 2 de abril pasará a la historia… y no es para menos. Él mismo afirmó que se trataba de uno de los días “más importantes” de toda la historia de Estados Unidos, hablando de ello como una verdadera “declaración de independencia económica”. Trump, claro, quiere sentar una narrativa y reforzar su legado. Quizá no le falte razón en la dimensión absoluta que le concede al 2 de abril de 2025, pero seguramente se equivoca en el contenido específico de dicha epicidad.

                                                     ¡La verdad es que me los jodí a todos!

En realidad, la decisión de abrir una guerra comercial global estableciendo nuevos aranceles a prácticamente todos los países del mundo puede constituir, a la larga, el error más importante en décadas de política comercial en Estados Unidos. En cualquier caso, lo que está claro es el mensaje que Trump pretende lanzar con esta decisión y, más importante todavía, el mundo que quiere construir en la nueva fase del proyecto imperial estadounidense.



La lista de los aranceles de Trump no deja fuera a prácticamente nadie. Algunos países del Sur Global reciben un golpe descomunal a sus particularmente frágiles economías; tal es el caso de Madagascar, con un arancel del 47%; Botswana, con un 37%; o Lesoto, con un 50%. En términos regionales, los actores que salen peor parados en conjunto son, sin duda, los del Sudeste asiático: Camboya, un 49%; Laos, un 48%; Vietnam, un 46%; y Myanmar, un 44%. Allí Estados Unidos se juega mucho. Incluso territorios que no constituyen una nación, como la australiana isla Norfolk, recibieron su arancel.

China, el principal rival sistémico de Estados Unidos, recibe un 34% que se suma al 20% anterior, elevándose así hasta el 54%. Rusia, por su parte, no ha sido incluida, principalmente porque los lazos económicos entre ambos están siendo definidos en las sucesivas reuniones bilaterales. Por supuesto, esta decisión del gobierno de Trump es un primer paso, a la espera de saber si algún actor se declara en rebeldía e inicia una disputa comercial bilateral escalatoria con Estados Unidos.

Pero, probablemente, lo más destacable de la interminable lista de aranceles impuesta por Trump es su trato hacia sus aliados, incluso aquellos históricos y fundamentales. Tampoco a ellos les ha concedido el beneficio de la amistad. Japón, un 24%; Corea del Sur, un 26%; Taiwán, un 32%. Incluso Israel, que había decretado poco antes el fin de los aranceles sobre los productos estadounidenses en un patético ejercicio de sumisión sub imperial, se llevó un 17% porque, en palabras de la Casa Blanca, llegan 50 años tarde.

La Unión Europea no se libra: 20% y un lugar destacado en la tabla de aranceles, mostrándose la segunda, solo después de China. Claro que la agresividad de Trump con Europa no es nueva. El ataque comercial es solo una parte de la estrategia de sumisión que quiere imponer a los gobiernos del Viejo Continente. Guerra comercial con los aranceles, guerra territorial en Groenlandia y guerra diplomática en Ucrania. Y, aún así, cuesta creer que existirá una respuesta contundente de los Macron o Von der Leyen de turno.

Trump ha decidido que el enfoque imperial que había primado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial no da más de sí para Estados Unidos. Considera que el “orden liberal”, cacareado por ellos mismos durante décadas, hoy beneficia a China, y no a Washington, y por ende ha de ser abandonado. Lo que Trump le ofrece a sus aliados, entre ellos Europa, es un chantaje: O aceptan su alianza en unos nuevos términos que son más favorables para Estados Unidos a costa de los intereses de los propios aliados o serán considerados adversarios del hegemón imperial.

Trump no quiere liderar un bloque de asociados, de pares imperialistas que se reparten con cierto grado de confianza mutua el botín de la dominación internacional. Esta es la lógica que rigió desde 1945, pero ya no sirve en Washington. Lo que Trump busca es someter a una lista de vasallos que acepten subordinar su política exterior y su economía a los intereses individuales del líder estadounidense para que este pueda librar en mejores condiciones su disputa contra China. Asumiendo esta nueva realidad, Europa tiene dos opciones: o acepta el chantaje o apuesta por una mayor autonomía estratégica que le permita establecer lazos soberanos basados en el respeto mutuo con actores como China, Rusia, India o América Latina.

La actitud de Trump hacia Europa, evidenciada durante la campaña electoral, ratificada en su asunción e intensificada con su nueva guerra comercial global no hace sino reforzar una idea crucial: Hay que salir de la OTAN, organización liderada por un Estados Unidos que amenaza sistemáticamente a los países de la región en todos los flancos imaginables. Por cierto, al tiempo que conserva suculentas bases militares en suelo europeo. Es inexplicable que sigamos formando parte de un organismo militar cuyo jefe ha marcado como una de sus prioridades atentar contra los intereses europeos.


Es conveniente resaltar que este nuevo enfoque imperial trumpista, junto a su despiadada guerra arancelaria contra casi todos los países del mundo, tendrá consecuencias políticas dentro de los países europeos. La cruda brutalidad del jefe de la Casa Blanca evidencia el trato desigual, vejatorio y agresivo que Estados Unidos busca tener con sus aliados. No cabe duda de que esta dinámica, en absoluto disimulada por Washington, alentará posiciones críticas con el hegemón en el seno de las sociedades europeas, en mayor medida si este sigue dando pasos en la senda autoritaria y anti institucional que Trump ha decidido recorrer.

Y los líderes europeos, que necesitan del refrendo de las urnas periódicamente, deberán atender este creciente reclamo electoral. En este sentido, defender la expulsión de las tropas estadounidenses de Europa, el cierre de sus bases militares y el abandono de la OTAN ya no solo será una legítima y justa aspiración histórica; será, probablemente, una cuestión de “sentido común”. El rechazo a lo estadounidense crecerá, pues los líderes europeos ya no podrán echar mano del discurso que durante décadas embelleció la dominación norteamericana. Sucede que hoy la brutalidad imperial de Washington se muestra en todo su esplendor, sin elegantes protocolos que la disfracen.

(*) Editorial/ Análisis – Diario Red

 

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