Por David Torres*
El gobierno argentino reaccionó con contundencia a las declaraciones del ministro español de Transportes, Óscar Puente, después de que éste insinuara que el presidente Javier Milei podría hallarse bajo los efectos de ciertas sustancias. Aparte de un comunicado oficial, Guillermo Francos, ministro del Interior de Argentina, tachó a Puente de «energúmeno» y aseguró que Milei no toma «ni siquiera una gota de alcohol». Es decir, que cuando Milei se pone a saltar, a gritar, a insultar a todo dios y a echar espumarajos por la boca no está drogado ni borracho, sino que se encuentra en su estado natural. Milei químicamente puro.
Lo de Puente fue, sin duda alguna, una metedura de pata, una más de un político leñero al que Sánchez ha puesto de ministro del mismo modo que el entrenador del Wimbledon colocaba en el centro del campo a Vinnie Jones a repartir hostias y tarascadas, como si estuviera en una película de Chuck Norris en vez de en un partido de fútbol. Jones exageraba tanto el papel de matón en pantalones cortos que una vez lo expulsaron de la cancha a los tres segundos por una patada que habría sido considerada ilegal hasta en una pelea a muerte. Gracias a su bestialidad y su físico en busca y captura, Jones se ha labrado una meritoria carrera como chungo cinematográfico, mientras que, de seguir así, Óscar Puente podría llegar a portero de discoteca.
Lo que no acabamos de entender muy bien es el escándalo que han provocado las declaraciones de Óscar Puente entre las filas de la derecha española, cuando llama «drogadicto» a un presidente extranjero resulta casi un elogio comparado con las barbaridades que han soltado ellos. Además de la caterva de ultrajes más o menos racistas con los que han calificado a diversos mandatarios latinoamericanos (Chávez, Maduro, Morales) a Pedro Sánchez lo han motejado de «traidor», «terrorista», «etarra» y «felón» antes de que, en un alarde de exquisita educación, Ayuso lo llamara «hijo de puta». Se conoce que el PP considera que no sólo el gobierno de España es de su exclusiva propiedad, sino también el diccionario, el manual de urbanismo y las reglas de etiqueta.
Es lógico que los poetas y las poetisas de la derecha se tiren de los pelos con las groserías de Óscar Puente, ya que no están acostumbrados a que les respondan en sus mismos términos. Visto lo visto, Sánchez no debería haberlo nombrado ministro de Transportes, sino más bien de Defensa. Por lo demás, también parece bastante exagerada la reacción del gobierno argentino ante la salida de tono del mandatario español, sobre todo si tenemos en cuenta que su presidente está acostumbrado a llamar a sus adversarios políticos «zurdos de mierda» e «hijos de puta», sin olvidar que una vez dijo que el Papa Francisco era «un impresentable» y «representante del Maligno en la Tierra».
Debo confesar que yo ignoraba el significado preciso de la palabra «botarate» hasta el día en que vi a Milei dándolo todo en un mitin. El gran error de Puente fue achacar este exceso de vehemencia a los alucinógenos, cuando está claro que Milei viene así de fábrica. Estamos en una época en que la psicopatía y la zafiedad reinan en todos los órdenes de la vida, por supuesto, también en la política, de ahí el éxito imparable de Twitter y de personajes como Trump, Ayuso, Puente o Milei, que regalan titulares cada vez que abren la boca. ¿Cómo no iba a fotografiarse Elon Musk junto al presidente argentino si parecen primos hermanos?
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*Escritor y periodista español. Columnista habitual del diario Público.es. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid, ganó su primer premio en 1999 (con Nanga Parbat) tras publicar diversos relatos y poemas en las revistas Cartographica, Poeta de Cabra y Ariadna, el título más traducido de Ediciones Desnivel, con versiones en francés, polaco e italiano. Aporte de la agencia italoeuropea Others News
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