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miércoles, 7 de agosto de 2013

7-8-2013-KRADIARIO-EDICIÓN N°865

EL CAMBIO DE MODELO: CRECIMIENTO CON DESARROLLO
Por Hugo Latorre Fuenzalida 
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Se ha borrado la palabra “desarrollo” de los programas de gobierno. Esta mala costumbre quedó desde que se aplicó el paradigma de un  “modelo de negocios”, en los años 70, que reemplazó al “modelo de desarrollo” que había regido hasta entonces.
El mayor signo de que en Chile no se cree más en el desarrollo, es la eliminación de las oficinas de planificación, que antes fueron tan  importantes. Como se trata de una economía privada y de negocios, entonces pareció ocioso  mantener  una burocracia destinada a planificar el desarrollo nacional en sus diversas áreas y etapas, desde el Estado.
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Es cierto  que la planificación central total y absoluta estaba siendo cuestionada en todo el mundo, ya por los años 70. Ese paradigma se aplicó en los países socialistas y Afanasiev fue el epítome de esa opción. Este planificador de la Unión Soviética, en su soberbia, llegó a publicar que  su aparato central de planificación estaba en capacidad de controlar todas las variables de la producción, distribución y consumo, de una economía tan enorme como la de esa asociación de naciones socialistas; y lo dijo en un tiempo en que ni siquiera se tenía un instrumento tan esencial, hoy, como son los ordenadores.
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En América Latina, los gobiernos democráticos acostumbraban a entregar sus planes de gobierno que eran, normalmente, quinquenales. Ese era el “libro-plan”, y en este se contenían todas las propuestas y estaban al alcance de quienes quisieran hacer estudios o seguimientos de su cumplimiento. Se alcanzó a derivar de la planificación normativa a la planificación indicativa, pero no se llegó a aplicar la planificación estratégica (excepto en algunas empresas del Estado) y menos la planificación de situaciones, que recién quedó enunciada a finales de los 70.
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Las más de las veces esos planes de gobierno se seguían muy parcialmente. Era tradicional que quedasen truncos u obsoletos por diversos avatares de la economía local o mundial, o por los errores de cálculo de los planificadores, a pesar  que ya desde los años 60 se hizo  de la planificación una disciplina bastante seria y rigurosa. Los políticos fueron tradicionalmente menos rigurosos ante sus propuestas. Corresponde al tiempo en que se hacían propuestas populistas y, una vez en el gobierno, se aplicaban políticas  neoliberales (década de los 80 y 90), con lo cual, se terminó por desacreditar la planificación misma como herramienta de diseño de políticas.
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En los países desarrollados nunca se ha dejado de planificar a mediano y largo plazo; pero como  la economía del “business” ha ido penetrando esas estructuras durante la globalización,  los resultados han sido, demostradamente al día de hoy, muy perjudiciales, derivando en crisis y bandazos permanentes. Los asiáticos, en cambio, mantuvieron esa práctica de planificar a gran escala y los resultados vienen siendo muy superiores en rendimiento y competitividad.
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En Chile el “libro plan” de Jorge Ahumada, titulado “En vez de la miseria”, representó un programa de mediano y largo plazo para el gobierno de Eduardo Frei Montalva. En ese libro se planificó dar un salto cualitativo en el desarrollo nacional.  Se planteó la reforma agraria, al estilo europeo, es decir muy técnica, cosa que derivó en una mixtura bastante más política; también la industrialización del agro, lo cual se fue cumpliendo de manera bastante rigurosa con las plantas a cargo del  Estado, tanto la de Iansa como las de celulosa, la diversificación frutícola y silvícola, la explotación pecuaria a nivel industrial, todo destinado a hacer más barata y eficiente la producción de alimentos y más competitiva la economía industrial urbana.
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El freno de la economía mundial, ya por 1967, problematizó el financiamiento necesario para ese plan, y Chile debió ralentizar su proceso de cambios, llevando al quiebre del partido de gobierno y a no poder controlar las demandas sociales y la inflación, lo que valió el triunfo de la izquierda con su promesa de aceleración de las transformaciones ya instaladas por el gobierno de los falangistas.
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Con todo, el programa de Frei Montalva fue ciertamente uno de los más profundos e integrales dentro de las escuelas de planificación de América Latina. Lo fue, pues abarcó todas las áreas y sus proyecciones de integración del corto, mediano y largo plazo. Es decir fue integral y profundamente transformador: en lo social mediante la organización social del pueblo, sobre todo el campesinado; la reforma de la educación, la extensión de la salud pública, la reforma del agro y su industrialización, la integración del campesinado a la sociedad de derechos, entre ellos  a un salario jurídicamente asegurado, al consumo y la educación.
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La recuperación de la riqueza minera, a través de la chilenización y nacionalización pactada (antes de la nacionalización total de 1971); se acompañó de un salto en la industrialización urbana, de la producción de consumo fungible a la industrialización de bienes durables; la integración regional y subregional para ampliar mercados y superar las barreras de productividad de pequeña escala y de competitividad de la economía local.
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Chile alcanzó a exportar bienes durables al mercado andino y países vecinos, antes de ser desmantelada su industria por la antojadiza economía neoliberal durante los años 70 y 80.
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Desarrollarse y crecer
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No es lo mismo una política de crecimiento que una de desarrollo. Por crecer, se puede crecer de manera desequilibrada y también en áreas desintegradas, lo que es propio de las estructuras primario exportadoras, como la chilena. Los resultados pueden ser la formación estructuralmente deforme, es decir que se instale una sociedad inequitativa, desarticulada  o monstruoide, como son las sociedades que experimentan “crecimiento empobrecedor”.
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Chile es otro ejemplo: pierde más recursos y reservas mineras que lo que recibe de su explotación, lo que impone un empobrecimiento patrimonial neto.
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Desarrollo es, en cambio, un sistema articulado de crecimiento; además pretende ser integrador, armónico, equilibrado y universal. Pretende ocuparse de las áreas más rezagadas y de los sectores sociales menos beneficiados por el crecimiento (en cambio el modelo de crecimiento no se ocupa de esos desequilibrios estructurales, porque no sostiene estrategias activas, sino pasivas de competencia). También se ocupa de que se integre el corto con el largo plazo.
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También la planificación busca incentivar el desarrollo de áreas de multiplicación del impulso de crecimiento, justamente abonando estímulos directos e indirectos, ya sea a través de los agentes públicos o privados (o ambos en simbiosis), para sacar adelante las llamadas “áreas estratégicas” e impulsoras de otros desarrollos en menor escala.
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Como podemos apreciar, el desarrollo es la formación necesaria para una sociedad plenamente democrática, pues busca también los equilibrios políticos y asegura la movilidad social, cultural y económica, contrario a lo que viene sucediendo con las políticas de “crecimiento”, que sólo atinan a mantener las cosas tal como están, a costa de sacrificar las demandas del futuro, que-aunque las nieguen, igual como fluye el agua, terminan por nivelar las cosas ante la historia imparable del progreso humano, claro que un retraso histórico puede condenar a la decadencia.
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Dentro de las candidaturas actuales, el único grupo que plantea esta visión planificada y estructural del desarrollo chileno, es la del novel líder Marcel Claude. Las restantes opciones no se atreven a usar esta nomenclatura, ya sea por miedo ideológico o por ignorancia de cuna, pero es, a no dudar, un planteamiento que debe ser retomado con urgencia entre los hacedores de políticas en Chile.

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