Por Leonardo Boff
Desde que el obispo de Roma electo, y por eso
Papa, asumió el nombre de Francisco, se hace inevitable la comparación entre
los dos Franciscos, el de Asís y el de Roma. Además, el Francisco de Roma se
remitió explícitamente a Francisco de Asís. Evidentemente no se trata de
mimetismo, sino de constatar puntos de inspiración que nos indiquen el estilo
que el Francisco de Roma quiere conferir a la dirección de la Iglesia
universal.
Hay un
punto común innegable: la crisis de la institución eclesiástica. El joven
Francisco dice haber oído una voz venida del Crucifijo de San Damián que le
decía: “Francisco repara mi Iglesia porque está en ruinas”. Giotto lo
representó bien, mostrando a Francisco soportando sobre sus hombros el pesado
edificio de la Iglesia.
Nosotros
vivimos también una grave crisis por causa de los escándalos internos de la
propia institución eclesiástica. Se ha oído el clamor universal («la voz del
pueblo es la voz de Dios»): «reparen la Iglesia que se encuentra en ruinas en
su moralidad y su credibilidad». Y se ha confiado a un cardenal de la periferia
del mundo, a Bergoglio, de Buenos Aires, la misión de restaurar, como Papa, la
Iglesia a la luz de Francisco de Asís.
En el
tiempo de san Francisco de Asís triunfaba el Papa Inocencio III (1198-1216) que
se presentaba como «el representante de Cristo». Con él se alcanzó el grado
supremo de secularización de la institución eclesiástica con intereses
explícitos de «dominium mundi», de dominación del mundo. Efectivamente, por un
momento, prácticamente toda Europa hasta Rusia estaba sometida al Papa. Se
vivía en la mayor pompa y gloria. En 1210, con muchas dudas, Inocencio III
reconoció el camino de pobreza de Francisco de Asís. La crisis era teológica,
pues una Iglesia-imperio temporal y sacral contradecía todo lo que Jesús
quería.
Francisco
vivió la antítesis del proyecto imperial de Iglesia. Al evangelio del poder,
presentó el poder del evangelio: en el despojamiento total, en la pobreza
radical y en la extrema sencillez. No se situó en el marco clerical ni monacal,
sino que como laico se orientó por el evangelio vivido al pie de la letra en
las periferias de las ciudades, donde están los pobres y los leprosos, y en
medio de la naturaleza, viviendo una hermandad cósmica con todos los seres.
Desde la periferia habló al centro, pidiendo conversión. Sin hacer una crítica
explícita, inició una gran reforma a partir de abajo pero sin romper con Roma.
Nos encontramos ante un genio cristiano de seductora humanidad y de fascinante
ternura y cuidado que puso al descubierto lo mejor de nuestra humanidad.
Estimo que
esta estrategia debe haber impresionado a Francisco de Roma. Hay que reformar
la Curia y los hábitos clericales de toda la Iglesia. Pero no hay que crear una
ruptura que desgarraría el cuerpo de la cristiandad.
Otro punto
que seguramente habrá inspirado a Francisco de Roma: la centralidad que
Francisco de Asís otorgó a los pobres. No organizó ninguna obra para los
pobres, sino que vivió con los pobres y como los pobres. Francisco de Roma,
desde que lo conocemos, vive repitiendo que el problema de los pobres no se
resuelve sin la participación de los pobres, no por la filantropía sino por la
justicia social. Ésta disminuye las desigualdades que castigan a América Latina
y, en general, al mundo entero.
El tercer
punto de inspiración es de gran actualidad: cómo relacionarnos con la Madre
Tierra y con los bienes y servicios escasos. En la alocución inaugural de su
entronización, Francisco de Roma usó más de 8 veces la palabra cuidado. Es la
ética del cuidado, como yo mismo he insistido fuertemente, la que va a salvar
la vida humana y garantizar la vitalidad de los ecosistemas. Francisco de Asís,
patrono de la ecología, será el paradigma de una relación respetuosa y fraterna
hacia todos los seres, no encima sino al pie de la naturaleza.
Francisco
de Asís mantuvo con Clara una relación de gran amistad y de verdadero amor.
Exaltó a la mujer y a las virtudes considerándolas «damas». Ojalá inspire a
Francisco de Roma una relación con las mujeres, que son la mayoría de la
Iglesia, no sólo de respeto, sino también dándoles protagonismo en la toma de
decisiones sobre los caminos de la fe y de la espiritualidad en el nuevo
milenio.
Por último,
Francisco de Asís es, según el filósofo Max Scheler, el prototipo occidental de
la razón cordial y emocional. Ella nos hace sensibles a la pasión de los que
sufren y a los gritos de la Tierra. Francisco de Roma, a diferencia de
Benedicto XVI, expresión de la razón intelectual, es un claro ejemplo de la
inteligencia cordial que ama al pueblo, abraza a las personas, besa a los niños
y mira amorosamente a las multitudes. Si la razón moderna se amalgama con la
sensibilidad del corazón, no será tan difícil cuidar la Casa Común y a los
hijos e hijas desheredados, y alimentaremos la convicción muy franciscana de que
abrazando cariñosamente al mundo, estamos abrazando a Dios.
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