Por Abraham Santibañez
Tal como ha ocurrido por años, la conmemoración del 13 de febrero, día en que apareció La Aurora de Chile, no tuvo el realce que merece. Sobre todo en Santiago, pero no exclusivamente en la capital, el segundo mes del año es sinónimo de vacaciones... ojalá lejos de todo ruido mundanal y del smog y las rutinas.
Echarle la culpa al esforzado sacerdote de la Buena Muerte, fray Camilo Henríquez no tiene sentido. La Aurora apareció cuando todo estuvo a punto. En noviembre había llegado a Valparaíso la pequeña imprenta comprada en Estados Unidos. En enero se nombró, formalmente, al director. Las autoridades tenían creciente conciencia de la necesidad de contar con un periódico, el primero de Chile.
Su objetivo era aprovechar estas novedosas tecnologías para difundir las ideas revolucionarias, lo que Camilo Henríquez realizó con pasión y entusiasmo.
Para él debió ser un problema la inevitable tardanza en poner en marcha la máquina impresora. Por eso partió apenas pudo, sin reparar si era o no el mejor momento. No quiso esperar, como es ahora la tradición, que terminara el verano y el país se pusiera de nuevo en marcha. Son muchos los proyectos –periodísticos o no- que se postergan hasta el fin de las vacaciones.
No fue el caso de Camilo Henríquez y su proyecto estrella. No hay constancia de las cuentas que sacó, si consideró el eventual avisaje o anticipó los problemas de circulación y distribución del nuevo “producto”. Lo único que sabía con certeza era que ya estaba instalada la prensa en el edificio de la Universidad de San Felipe, donde hoy está el teatro Municipal, y que se contaba con operarios adiestrados para la confección del periódico.
Se determinó que el precio de la suscripción sería de entre seis pesos (en la capital) y doce (fuera de Santiago). La circulación llegaba a los 500 ejemplares por edición.
Y así partió, obviamente sin pensar en lo difícil que sería en el futuro rendirle homenaje a mediados de febrero. Este año, dos siglos después, no fue la excepción. Como siempre, es probable que el recuerdo más destacado haya sido el de la ciudad natal de Henríquez, Valdivia.
Pero, para quienes creemos que hemos sido lerdos en reconocer la importancia del “padre” del periodismo chileno, nos queda un consuelo. Así como pasó un siglo antes que se decidiera levantarle un monumento y otro antes que se concretara, el bicentenario de la Aurora se celebrará, con menos retraso, en las próximas semanas.
El Colegio de Periodistas creó un premio especial para distinguir a uno de los suyos. La Asociación Nacional de la Prensa ha decidido que su cena anual, a la cual se invitó al Presidente de la República, estará en el marco de los homenajes a quien pudo ser el primero de sus socios.
La Academia Chilena de la Lengua, desde su propia perspectiva, hará lo propio.
El lunes 11 de junio celebrará una sesión extraordinaria en conmemoración del bicentenario de la Aurora de Chile. En la oportunidad se presentará el libro “Biografía y escritos de fray Camilo Henríquez”, del periodista y abogado Fernando Otayza. A cargo de la presentación de la obra estará el suscrito, en su carácter de periodista y académico de número.
Estamos todos invitados.
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