La preparación del mensaje presidencial del 21 de mayo ha puesto nervioso al gobierno. El mandato constitucional de dar cuenta al país de lo realizado tropieza en La Moneda, con no pocas falencias. Aunque no le gusten, hay cosas que debe aceptar en un sistema democrático.
Por eso no es adecuado lo que dijo el Presidente Piñera el domingo: “Tratar de hacer una zancadilla al gobierno me parece no sólo inaceptable sino además no es inteligente porque la gente no se los va a perdonar". Antes había proclamado su disgusto ante la crítica opositora acerca de “la letra chica” a la hora de concretar promesas: "Les pido una vez más que nos ayuden a sacar adelante nuestra agenda social, que nos ayuden a sacar adelante el posnatal de seis meses, a expandir el posnatal a madres más vulnerables que hoy día no tienen ningún derecho".
Evidentemente no es lo mismo lo que se proclamó en la campaña –y presumiblemente ayudó al triunfo electoral- que lo que se ofrece ahora. El caso más claro es el descuento del siete por ciento a los jubilados, pero en la misma categoría entra el aumento del postnatal, la cancelación de la deuda histórica de los profesores; la regulación patrimonial para las parejas del mismo sexo; el ingreso ético familiar; o el bono “bodas de oro”. Todos proyectos que no satisfacen las expectativas creadas.
Una y otra vez se insiste desde el gobierno que todos estos proyectos se van a concretar. Se reconoce la demora, pero nada más.
Hay, sin embargo, un problema mayor que considerar.
La “nueva forma de gobernar” no tiene una proyección adecuada. Como precisó el senador Ignacio Walker, “tratar de culpar a la oposición por lo que el gobierno no ha podido hacer en este primer año, la verdad es que no necesitamos obstruccionismo porque el gobierno se hace zancadillas solo todo el día”.
Entre las zancadillas conviene no olvidar lo ocurrido con la ex intendenta Jacqueline van Rysselberghe; la ex vicepresidenta de la Junji, Ximena Ossandon; la ex ministra de la Vivienda, Magdalena Matte y el mal manejo del precio del gas en Magallanes.
La forma de comunicarse tampoco le da puntos al gobierno. Aparte de los furcios y “piñericosas” del Jefe de Estado, se pone en evidencia una visión permanentemente distante y hasta despectiva: el sueldo “reguleque”, por ejemplo, o el lenguaje grosero del ministro Mañalich. Incluso cabe reprocharle a la ministra vocera de Gobierno su recomendación de callar al senador Escalona, olvidando que ni siquiera al Rey de España le resultó bien un intento parecido.
Los proyectos retrasados y/o disminuidos, probablemente van a llegar a buen puerto. Lo que parece más dudoso es que las autoridades logren mejorar su estilo. Demostrar que son capaces de salir de sus enclaves tradicionales y pueden mirar a los electores como lo que son: sus verdaderos mandantes.
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