Molesta tener que hacer de “heraldo negro”, como recitaba César Vallejo, pero las cifras indicadoras del estado de salud de la población chilena, dadas recientemente como resultado de un estudio efectuado por el propio Ministerio de Salud, nos lleva a ser necesariamente alarmistas (que resalta la situación en las formas).
Sabíamos que la población estaba subiendo de peso y que mucha gente estaba siguiendo de largo en las balanzas hasta alcanzar pleno estado de obesidad. Ahora este estudio detecta que el 47% de la población es obesa.
En un artículo anterior acerca de la “causalidad social de la enfermedad”, señalábamos las determinantes sociales que están detrás y por sobre los malos hábitos alimenticios; planteábamos, para recordarlo, simplemente, que el precio de la comida chatarra es bastante menor que el de la comida balanceada, lo que hace que aquellos empleados cuyos ingresos son muy precarios, prefieren comer la oferta de menor costo y guardar parte del bono por alimento para complementar el mercado que demanda el hogar.
También está la publicidad sugerente y seductora de las empresas que expenden comida chatarra y que inducen también a niños y jóvenes a preferir esos alimentos llenos de saborizantes e ingredientes llamativos, pero de alta elaboración industrial.
El problema es que la obesidad está cruzada con otra serie de indicadores de salud- enfermedad, como el sedentarismo, el alcoholismo, el estrés, la neurosis y la depresión, en el campo de la causalidad; mientras que en las secuelas se ubican las enfermedades circulatorias, cardiovasculares, diabetes, degenerativas, neurológicas y otros.
El estudio, de hecho, descubre que tenemos 40% de trabajadores que son bebedores problemáticos, lo que ya es una cifra escandalosamente alta y nos plantea un problema que va más allá que el vicio mismo. De hecho, también el estudio nos plantea que el 17% de la población está con signos de depresión activa, lo que ya nos va señalando por dónde vienen las causas de los males más extendidos.
Los problemas cardiovasculares y el cáncer son las primeras causas de patologías prevalentes. Ambas patologías tienen relación con la obesidad, el sedentarismo, el estrés o la depresión. Los accidentes de tránsito vienen alcanzando los primeros lugares en la mortalidad, donde, las más de las veces, el problema que está detrás es el estado de intemperancia de los conductores y/o de las víctimas (peatones atropellados).
Todas estas patologías son de alto costo social y de difícil reversión, lo que impone al futuro una carga enorme para el Estado y la sociedad en general.
Otro hábito pernicioso de los chilenos es el ser sedentarios casi totales. Y no es problema de clases sociales, pues el 96% de la población de bajos ingresos es sedentaria y el 82% de la población de altos ingresos también se declara sedentaria.
Bien sabemos que la conjunción de todas estas condiciones lleva a un futuro desastroso en el balance de salud enfermedad de la sociedad.
En medio de esta perspectiva, en Chile se está privatizando cada vez con más fuerza los servicios de salud, lo que incrementa tremendamente los costos, tanto para las familias como para el Estado. Ya hemos señalado que sólo por concepto del AUGE, las transferencias que viene haciendo el gobierno central a las clínicas privadas lleva un crecimiento exponencial: $30.000 millones el primer año del AUGE; $100.000 millones, el segundo año; $300.000 millones el tercero y $ 500.000 millones el cuarto año (2009). Como podemos ver, esto es un saco roto y se terminará fagocitando todos los recursos del sector salud.
Lo lógico sería fortalecer el sector público, con la creación de nuevos hospitales y contratación de mayor cantidad de especialistas, pues esta política es mucho más económica que la de referir a los privados los pacientes del sector público.
Pero lo que vemos es que en el último tiempo se está construyendo 1300 camas en las clínicas privadas contra no más de 300 camas anuales en el sector público, lo que también indica “para dónde va la micro”, como se dice en jerga juvenil.
Esta privatización de la atención pública de la salud, representa una contradicción en todos los términos y las consecuencias se comenzarán a ver en la limitación de los presupuestos disponibles. Se puede estirar la cuerda y aumentar el gasto en el presupuesto, cosa que se puede lograr si los privados de la salud mantienen un buen lobby ante los gobiernos y hacen buena publicidad para seducir a los usuarios, en el sentido de seguir alimentando al sistema.
Pero es obvio que ese crecimiento no podrá ser al infinito, pues esos presupuestos incrementados los debe pagar alguien. Como los empresarios están blindados en temas tributarios, no queda más que cargar los costos a los usuarios, pero estos también están copados de pagos y tributos, así es que el panorama no se muestra muy viable al mediano plazo. Pero si no se corrigen los indicadores de salud-enfermedad, o las formas organizativas de la atención de la salud-enfermedad, esto puede derivar en un desastre total, a no muy largo plazo.
Esta realidad demanda una política de Estado (concepto integrado y moderno del Estado) donde se incluyen todos los sectores y todas las áreas de influencia social: salud, deporte, educación, medios de comunicación, municipios, etc.
Como se ve, ni el sector público solo ni los privados solos, pueden dar respuestas eficientes y suficientes para los temas de las sociedades en transición acelerada. Por eso se requiere una sociedad de más alto nivel de integración y cohesión social, pues las estructuras segmentadas dificultan toda acción global y perdurable, incrementando el desgaste, la fricción y los costos operativos de sus políticas. La equidad no es un problema sólo moral, ético; es un problema de también de eficiencia y efectividad social, de competitividad y de posibilidad efectiva de desarrollo.
Las viejas políticas preventivas deben privilegiarse por sobre las políticas de respuesta curativa. El abordamiento de la primera (medicina preventiva) aminora enormemente el de la segunda y es infinitamente más económica, además de ser más racional, pues evita el sufrimiento humano, amén de los costos sociales.
Pero el paradigma curativo y mercantil se viene imponiendo como herramienta básica de la salud, que más bien es un paradigma que privilegia la enfermedad. Entonces se debe invertir la lógica, y poner a la salud, que opera por este tiempo con los pies hacia arriba y la cabeza hacia abajo, en posición correcta, es decir con los pies en el suelo. Eso implica atajar los procesos antes que se produzcan o atacar tempranamente la enfermedad, en sus estadios de inicio y no cuando el daño se profundiza o generaliza. Estas son necesariamente políticas de Estado. A los privados no les compete ni les interesa este tema; no es su labor en un tiempo de mercantilización profunda y extensa de la salud y la enfermedad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario