Qué expresión de la cultura nos domina: ¿la de las élites, la de masas, la clásica o moderna o la postmoderna?
Es difícil saberlo, pero de que se conjuga una mezcla de todas éstas es una verdad aparente, pero siempre con necesidad de revisarse a más fina resolución.
No es poco común escuchar frases como las que señalan que estamos siendo dominados o invadidos por la cultura de masas, que la vulgaridad y la pérdida del sentido de élite, del buen gusto, de lo selectivo y de la belleza nos está amenzando seriamente.
Sin embargo, es dable pensar que la cosa es un poco así, pero no tan así, pues siempre se ha dado esa diferencia entre la cultura de elite y la cultura popular, hoy llamada de masas.
La cultura antes popular, hoy de masas, se hace ahora más invasiva, es cierto, pero no por una especial intención dominante, sino porque los medios son hoy más masivos y extensos; esos medios se financian con el consumo de esas mismas masas y por tanto es a ellas y sus especiales gustos a quienes dirigen sus actividades, para ellos se programa, por ellos se edita, pensando en ellos es que se crea.
Eso no es tan malo, si se piensa que la gran mayoría de la humanidad es "masa", no "élite", y debe tener una expresión cultural. Es impensable que no la tenga.
Afirmado esto, vamos a otro punto: ¿Es la cultura de masa deseable, o es indeseable?
Aquí entramos en el tema de la diversidad, pues como dicen las viejas sentencias "en gustos nada se ha escrito", o mejor dicho, se ha escrito, pero nada puede ser considerado como definitivo o categórico.
¿Qué diferencia una cultura de élite de una cultura popular?
¿Expresan diferentes estados del alma humana?
Esto sería pecar de segmentar jerárquicamente el alma y la inteligencia, cosa de por sí arriesgada y aventurada.
Yo soy de los que gustan más de la cultura clásica, la música selecta, la buena literatura, pero eso no me impide reconocer cualidades de excelencia en la cultura popular, incluso en algunas cosas de la cultura de masas. Y pienso que lo que para mí es excelente, para esas gentes, que se han formado en la otra cultura, puede parecerles una antigualla, demodé y latoso al extremo; es decir no les remece una fibra de su mente ni de su espíritu; no les dice nada, como de hecho lo he podido comprobar innúmeras veces.
Pero creo que, en estas cosas de la cultura, se debe tener mucho cuidado en los juicios y prejuicios, cuidado de no hacerlos de manera tan categórica ni catastrófica, pues el mestizaje cultural y la diversidad está en la base misma de su grandeza, de su creatividad; el provincianismo cultural tiende a encerrarse en lo instalado como verdad y a desechar todo el resto. Eso es lamentable ceguera y camina más hacia los corrales de la mediocridad que a las habitaciones celestiales de la grandeza, de lo bello, de lo bueno y de lo justo.
No se debe olvidar que muchas melodías clásicas se inspiran en catos populares, desde Beethoven hasta los músicos nacionalistas polacos, finlandeses, checos o húngaros. El mismo Cervantes inspira su obra en el diario decir y discurrir de las gente del pueblo. El agrega esa grandeza de contenido y estilo, que le da categoría de genialidad; pero se nutre de lo popular, de esa sabia tosca pero inagotable, que como cantera pide ser pulida para configurar la gran obra humana.
En siglos pasados, y hasta no hace mucho, la cultura de masa era un reducto llamado "expresiones folklóricas de la cultura". La cultura dominante era la de las élites. Esto, demás está decirlo, se desprende del mismo dominio que las élites ejercían en todos los ámbitos de la sociedad, sobre todo el económico y para crear cultura hace falta ocio, el que se compra con dinero. Hablo de efectos culturales sociales, pues también se dan las excepciones de creadores desde la miseria; pero como fenómeno global, las sociedades se hacen más sofisticadas y cultas, por tanto, cuando pueden financiar esas actividades.
Lo que se publicaba, sólo estaba al alcance de las élites: los libros eran un lujo, luego los reproductores de sonido también fueron un lujo de ricos, los teatros de concierto y los grandes espectáculos de antaño sólo eran dirigidos a las clases pudientes. El pueblo debía resignarse (gustosamente) a las enramadas, chinganas, bares, carnavales, tanguerías, ferias, etc,
La gran consumidora de entonces era sólo la clase rica; la clase media, que inició la masificación, aún estaba en ciernes, entonces la razón del predominio de las élites era no sólo el buen gusto de esas sociedades, sino su capacidad de financiar esos gustos.
Ahora que la vida cultural se extiende a los nuevos grupos que la pueden pagar, y como la economía se ha democratizado hasta hacer accesible las tecnologías baratas de comunicación a las grandes mayorías, entonces como los más compran más que los menos, el mercado se hace más visible en ese sector de la población.
Eso no significa que las élites no sigan creciendo, en términos cuantitativos a nivel planetario. Sólo hay que ver cuánto ganan las divas y grandes cantantes de ópera; cuán apretada es su agenda de presentaciones; igual acontece con los buenos directores de orquesta y con los buenos escritores, etc. Hay que ver los programas culturales que se multiplican en las ciudades del mundo y se tendrá una idea de por qué es dable señalar que las élites no están en peligro de extinción, sino que siempre han sido una minoría, claro que ahora un poco ocultas por el mayor ruido que hacen las masas con su cultura algo más estridente e invasiva.
El pensamiento postmoderno: es aquél que proclama la valía de toda expresión cultural. No discrimina y no jerarquiza. Señalan que los grandes discursos culturales ya están caducos (no por su grandeza, sino por su ímpetus de dominación). Cada grupo, cada etnia, cada sector o cada club, puede esbozar su expresión cultural con libertad propia y sin tener que mirarle la cara a nadie.
Esto encierra sus bondades y puede contener vicios, pues la cultura humana, si bien puede ser diversa, nunca es ajena (no debe serlo) a los restantes hombres, por tanto, predicar el restrictivo uso de la cultura en guetos y delimitados espacios culturales, puede llevar al solipsismo, al aislacionismo, al sectarismo y a todos los "ismos" que tanto mal han hecho y hacen al hombre, como humanidad.
Pero, las postmodernidad cultural, encierra la bondad del pluralismo irrestricto, lo que, indudablemente, alienta una diversidad creadora ilimitada, cosa que hacen mucha falta, luego de los "corsé" puestos por los imperialismos ideológicos y religiosos, que gozaron de un largo tiempo de discreción para aplastar con su bota militar, o de santa cruzada, las cabezas de tantas generaciones a lo largo y ancho del planeta Tierra.
Entonces, no suframos tanto. Es cierto que si se sube a un bus ("Micro"), dan las más de las veces deseos de ponerle una bomba al chofer, por su gusto musical, pero peor sería que el pobre hombre se nos durmiese, justamente por forzarlo a escuchar el "Largo" de Haendel o el "Adagio" de Albinoni, o tantas melodías hermosas, pero poco apropiadas para el oído de quién vive bajo el fragor de la lucha por la supervivencia dura....... Como ven, la dictadura cultural, en casos como estos, pude terminar en verdaderos desastres. Es preferible tolerar la ruina del tímpano, antes que una catástrofe completa de nuestro esqueleto.
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