Los personajes que son sorprendidos en actos ilícitos,
porque violan las normas de una libre competencia, cometen acto de dolo (acción
deliberada y manifiesta de cometer un delito, engaño o fraude), y de negación
de la verdad ante la autoridad y ante
las víctimas.
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Podemos señalar que
se falta a la verdad o se miente de manera explícita y categórica, dado que es
imposible que un directorio completo no contara con alguna persona que se
interesara en interiorizarse en los temas de la gestión de sus subalternos
jerárquicos, y toda esta ausencia
durante un período tan largo de tiempo, es decir durante once años.
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Eso es imposible puesto que sería sumamente
riesgoso inclusive en la permanencia del patrimonio en las manos de sus
accionistas; pues tal ignorancia de cosas tan delicadas ha llevado muchas veces
a la ruina a incontables confiados, dejados
e inocentes hombres que han habitado la tierra.
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Y como sabemos que estos personajes no son ni inocentes ni
confiados, tampoco son de los que abandonan sus intereses a manos de
cualquiera, entonces sólo cabe concluir que estaban perfectamente enterados de
todo el proceso delincuencial y que sus ejecutivos obraron con plena respaldo
de sus jefes.
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Nadie se inmutó ante el delito, pues lo consideraban normal, es
decir se sentían con el derecho de actuar como lo hicieron. Esto, porque el
Estado ya había sido cooptado, anulado, disminuido, humillado y ninguneado
desde los acuerdos con la Concertación en 1988, con el regalo de la mayoría
parlamentaria (ver Felipe Portales: “Chile, una democracia tutelada”); con el
rescate de Pinochet en Londres por los concertacionistas; por la concurrencia
indefectible de las autoridades políticas a los encuentros anuales de los
empresarios, a una especie de rendición de cuentas ante el poder fáctico.
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Lo que pasa es que, como estas familias son astutas en extremo y su moralidad ha mostrado ser más
aparente que real (vea usted el apoyo a porfía al cura Karadima por parte de la
familia Matte), es que dejan siempre un fusible de seguridad para que sea
quemado y poder, ellos, salir impolutos, limpios y victimizados. Esta vez el
fusible a quemar son los ejecutivos.
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Esa es la jugada de don Eliodoro; y esa ha sido la jugada de
todos estos capitostes que han sido sorprendidos con las manos en la masa.
Negar, negar, negar, creyendo que con la insistencia se puede convencer al
resto de una inocencia poco verosímil, casi absurda, más bien inaceptable para
cualquier juicio medianamente sensato.
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Ahora la SOFOFA se escandaliza y sale a condenar a ese grupo
de sus pares. Nada menos que los expulsa de la organización empresarial. Esto
es inédito, más cuando se trata de la familia Matte, uno de los más
tradicionales y prestigiosos grupos
económicos del país a lo largo de muchos años.
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Es casi como el “ocaso de los dioses”; después de este
episodio se puede decir que el Olimpo ha sido expulsado de ese monte “Parnaso”,
que es Chile. Los oráculos délficos
comienzan a ser desacreditados y eso habla de un cambio de era.
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También los déspotas de la Iglesia están siendo citados a
tribunales; los patrones de la política cívico militar están siendo procesados.
Aunque no sean encarcelado (probablemente lo sean en el futuro, cuando
ensayemos espacios más democráticos), al menos no quedan en la impunidad moral,
pues la sociedad ya los encarceló, los lapidó, los expulsó y los desterró.
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Eso que hasta un defraudador haya llegado a ocupar el sillón
presidencial es una cosa que difícilmente se podrá repetir, a menos que nos equivoquemos
radicalmente y no sean los poderes fácticos los únicos descompuestos, sino la
sociedad entera esté cayendo en una anomia irreversible.
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Por ahora, elevemos una plegaria esperanzadora acerca de
nuestra capacidad de cambiar para bien y regresar desde las profundidades
avernales.
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Hay que cambiar las leyes que absuelven al rico abusador y
estafador; se debe endurecer para quitar la impunidad como aliciente del
delito; se debe investigar por quienes tienen el deber de hacerlo (el Estado y
los directorios de las empresas), pues de no hacerlo se es cómplice del dolo.
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Se debe también quitar una legislación demasiado laxa para
con este tipo de delito. Eso de la delación pactada es una triquiñuela
discrecional que burla el objetivo estratégico de combate al delito.
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En fin, hay mucho por hacer, pero debemos permanecer
vigilantes si queremos un Chile mejor.
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