13-12-13-KRA-882
EL REY DESNUDO
Por Hugo Latorre Fuenzalida
En política y flirteos amorosos se dicen
muchas mentirillas, y debe ser así porque en ambos casos se trata de
seducir y no de enamorar. Porque cuando
se seduce se espera una caída en la trampa, pero cuando se enamora, se espera
una relación de permanencia. Por tanto es posible mentir para lograr éxito en
la seducción, pero en el enamorar, la mentira es fatal.
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La derecha
trata de seducir con mentiras y la
Nueva Mayoría trata de enamorar con medias promesas. Esto queda en
evidencia cuando el ministro Larroulet sale proclamando que el derecho a votar
de chilenos en el extranjero ha sido una aspiración muy sentida por su
corriente (es decir la UDI o el Gobierno, del que la UDI forma parte), cuando
todos sabemos que se han opuesto a ese derecho por más de dos décadas. Como
dicen los flaites “¿Dónde la viste?
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Matthei, por su parte, propone
prácticamente un régimen teocrático (nada que contradiga a la Biblia, sin tener
conciencia que la Biblia se caracteriza por tener infinidad de pasajes
contradictorios) cuando sabemos que nunca ha sido muy devota de las alturas y
hace poco se las jugó para una ley de aborto y otro tratamiento para el
matrimonio no convencional.
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Renovación Nacional saca propuestas para
cambios en el binominal, que los acuerda con la DC, dos partidos a los que el
binominal viene beneficiando; pero saben que esa ley no llega ni remotamente al
sistema proporcional y que, de todas maneras mantiene la manija bajo el control
de los partidos políticos y sus representantes, tan propensos a mirar sus
conveniencias antes que las del país. Este maquillaje es hecho sobre un rostro
demasiado viejo para que pueda encubrir las pifias de su fealdad.
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El gobierno, ante el fracaso de su
propuesta contra la delincuencia, quiere que se apruebe a última hora
una legislación represiva contra las manifestaciones sociales. Saben que una legislación así sería
más un problema que una ayuda, pues la contrarreacción será más dura que las luchas callejeras, y
normas tan absurdamente exageradas nadie se atreverá a aplicar.
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Pero, total, el
problema se lo calará el siguiente gobierno y ellos podrán acusar después que
su remedio fue ignorado, con lo cual
se pretenda, quizás, lavar ciertas
culpas de una propia ineptitud.
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La derecha desea seducir, hasta el
fastidio, con el “crecimiento económico”, pretendiendo con ello contrarrestar
la idea dominante de que ha llegado la hora de cobrar impuestos efectivos a los
ricos, que ahora se atrevió a proponer la “Nueva Mayoría” (cosa que no se atrevió
a proponer durante los 20 años que estuvo gobernando). Pero ellos mismos
anuncian que el país crecerá menos en el futuro y de paso señalan esa misma
pretensión de cobrar nuevos impuestos
como la causa del menor crecimiento actual.
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Demás está decir que la derecha para mentir
siempre lo hace con perdigones, es decir trata de matar varios pájaros de un
tiro. Porque lo cierto es que el crecimiento, aducido, no ha hecho aumentar el
promedio de los salarios históricos más que en una porción muy marginal, además que los precios reales se los llevan por los
cuernos. Los precios reales no son los del IPC, sino esos que no se
contabilizan y que pesan fuertemente en
el presupuesto, pero que no queda registrado en los libros oficiales.
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La derecha trata de seducir con el tema de
la “calidad de la educación”, con lo cual se pretende decir que el problema de
la gratuidad no es lo fundamental. Si
uno mira las mediciones, el resultado de la “calidad” ha sido deplorable en los
últimos 30 años, tiempo suficiente para apreciar las bondades de ese sistema
privatista de la enseñanza.
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Es que no podía ser de otra forma, pues la
educación es una empresa país, donde toda la sociedad debe peregrinar tras una
vocación docente, de cultura superior y de integración a un proyecto de
desarrollo. Con las genialidades de empresarios particulares se puede tener una
chispa, pero no se dará el incendio cultural que el país necesita, pues la
densidad crítica de temperatura educativa debe ser muy alta para desatar la
reacción en cadena que se requiere, y no puede depender de una genialidad
aleatoria o de unas cuantas fogatitas aisladas.
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La salud está siendo instalada como una
actividad de mercado desde su base. Las ISAPRES son juez y parte, las
instituciones fiscalizadoras son entes de escasa efectividad pues no logran
corregir el mal; el estado dice que invierte mucha plata, pero medida en
estándares internacionales asoma claramente que es mínima esa inversión
pública. Pero además gruesa parte de esa inversión va a parar al sector privado
de la salud, vía derivaciones del AUGE y pago de sobreprecios en medicamentos y
equipos, simplemente porque se cree que la libertad de mercado corregiría esos
costos a mediano plazo.
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Por otra parte se concesiona la
construcción de hospitales cuando se sabe que es una forma distorsionada de
abordar la atención operativa de salud y además representa siempre costos
mayores que el hacerlo bajo la dirección pública, como históricamente se hizo.
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Se ha comprobado con las cárceles
concesionadas, que ya casi duplican el costo por reo de lo que se da en las
cárceles no concesionadas. Y no se trata de condiciones muy distintas de
equipamiento y confort, sino de cálculos comparativos efectivos de una y otra
en igualdad de condiciones. Pero como la ideología es una testaruda sinrazón,
se sigue incrementando costos en las inversiones públicas, simplemente porque
ello conlleva buenos negocios para los inversionistas privados, aunque se
traduzca en menos recursos finales para aliviar las demandas de la sociedad.
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La nueva Mayoría, por su parte, tiene las
manos metidas (en su era concertacionista) en muchos o la mayoría de estas
viciosas seducciones, así que ahora pasa por una fase terrible que consiste en “caer en la cuenta” que
la “seducida” ya no comulga con ruedas de carreta ni frases bonitas. Entonces
debe tratar de retomar los principios que les llevaron al poder en 1989, sin
que aparezca como una contradicción escandalosa el que se pasaran 20 años
haciendo lo contrario de lo que ahora postulan.
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Les costará trabajo perder el hábito de los
consensos y tenderán -como la cabra al monte- a reeditar una práctica de
secretismo y disimulo, que ahora no resulta posible, pues la gente está
empoderada y los concertacionistas, por encumbrarse rastreramente entre los
poderosos, han dejado en exhibición su trasero de fabuladores y embusteros.
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