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MANDELA YA TIENE SU ESPACIO EN LA GALERÍA DE GRANDES PERSONAJES.
Más
de 90 jefes de Estado y de Gobierno, entre ellos los presidentes Barack Obama de EE UU, Dilma
Rousseff de Brasil y Raúl Castro de Cuba, alabaron ayer la lucha del
líder sudafricano Nelson Mandela, fallecido la semana pasada a los 95 años de edad, en un último homaneje efectuado en el estadio Soccer City de Soweto en Sudáfrica.
Por Hugo Latorre Fuenzalida
Antes de su muerte Mandela ya ha sido
elevado a la categoría de gran estadista y, gran humanista.
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No hay muchos hombres de esa talla en la
producción humana, y esta excepcionalidad se debe a su condición de mártir por
sus ideas, de forjador de un régimen libertario, de luchador contra el
apartheid y defensor de la unidad de su
pueblo multirracial. También por abandonar el poder en aras de cultivar una
democracia sustentada más allá de las
personas y por ser un defensor de posturas anti-violentistas, como forma de
lucha por la justicia.
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En un mundo en que el poder transita
justamente por la vereda opuesta, Mandela se encumbra en el pináculo de lo
honorable; porque el ser humano puede ser poderoso, pero humanamente
miserable….,y por desgracia es la condición más común en esas esferas. Es por
esta situación que al darse un fenómeno así, se apresuran los políticos a
tratar de tomar del aurea de santidad de estas personalidades, a ver si algo
les derrama de su prestigio, como una especie de bendición “urbi et orbi”, de
esas que absuelve universalmente los pecados de los hombres mundanos.
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Casi provoca tiritones escuchar a los políticos de por acá
hablar pomposamente sobre las grandezas del prócer, al que no se tiene ni
estatura ni voluntad para imitar, debiéndose quedar en el homenaje rastrero y
vacío, además de mendaz y mediocre.
Lo que natura non da, Salamanca no la
presta, reza el viejo decir, por tanto de nada sirve tratar de empinarse más
alto que su estatura….y a veces el silencio es la más respetable postura, pues
por lo menos, ahí, queda algo de humildad reconocida.
Como Epaminondas, Mandela rechazó la
riqueza y el empoderamiento pertinaz, puesto en sus manos de manera legítima y
merecida, y lo hizo justamente para
poder combatir la pobreza y para poder dar legitimidad institucional al
ejercicio del poder dignatario.
En él no hubo furia, rencor ni odio; hubo
más bien estoica calma y ponderación, sabiduría y grandeza en todas sus
dimensiones. No juzgó ni prejuzgó, pero obró con la autoridad de quien no ataca
ni difama, de quien acoge el error y el
horror como testimonio de las humanas debilidades. Si no hubiese seguido este
camino único, Sudáfrica estaría sumida en la sangre y la guerra. Eso es lo que
hace la diferencia entre un hombre grande y un líder vulgar.
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La grandeza humana debe buscar siempre el
perdón y la comprensión antes que el castigo y la muerte. Al grande sólo le
ofende la testaruda pequeñez en la visión de los cortos de vista, que toman por
el atajo del sectarismo odioso y el egoísmo tiránico y criminal.
Este humanismo integral que envuelve la
figura de Mandela, es un referente para estos tiempos de nihilismo destructivo.
Hay esperanzas para la grandeza en la raza humana. Con Gandhi forma Mandela la
pareja más enorme del liderazgo del siglo XX.
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Ni los grandes ideólogos imperiales de
Oriente y Occidente, ni los más feroces guerreros pueden igualarse a estos
líderes del humanismo. Porque los otros han creído más en sí mismos que en la
humanidad, en la espada que en el testimonio, en el poder fáctico que en el
poder del espíritu.
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Cuando Gengis Khan agonizaba llamó a su lado
a sus hijos y los quiso evaluar cuál era el más apto para sucederle. Les hizo
la siguiente pregunta: ¿Cómo lo haríais para derrotar a un enemigo muchas veces
superior en armas?
Ninguno supo responder…y la respuesta era
extraña y ajena a los ritos de las armas a la que ese pueblo estaba habituado:
“Con la fuerza del espíritu”. Esa fuerza que hincha los ánimos en la adversidad
y permite perseverar en una fe inquebrantable…una fe de largo aliento y de
extenso horizonte, una fe porfiada e invencible.
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Esa fuerza de espíritu fue la que venció en
el caso de los antiguos cristianos, en los griegos frente a los persas, en
América frente a Inglaterra, en Mao, en la Rusia revolucionaria y en la India
de Gandhi, en Vietnam ante América y en tantas jornadas en que la minusvalía
aparente de los débiles se levanta con
prepotencia celestial hasta lograr vencer a los poderosos del mundo.
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Y esta victoria de Mandela sobre los
impulsos de la venganza y el odio, es la victoria del espíritu. Es el monumento
que se debe exponer más alto sobre los
otros monumentos que han levantado los que desmienten la humanidad del hombre:
más alto que los monumentos a los césares imperiales, a los Atila, Napoleón,
los Mussolini, los Hitler y tanto tirano rastrero y menor que proliferan en
nuestra América Latina. Seres que han venido a empaparse de la sangre de otros para transitar la degradación infernal
de su destino.
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