EL CAOS POLÍTICO Y SOCIAL QUE AFECTA A CHILE
Por Walter Krohne
La semana que termina
estuvo caracterizada por el desalojo, la destrucción, el pillaje y la
decadencia de la política chilena, una vez más. El operativo policial realizado
antenoche y de madrugada fue perfecto desde el punto de vista técnico-militar.
No hubo fallas ni tampoco podría haberlas habido porque éste fue preparado
acuciosamente con anticipación entre La Moneda y Carabineros. Ya una o dos semanas antes la
decisión del desalojo estaba tomada y se sabía lo que iba a ocurrir, tema que se
mantuvo en el más completo secreto entre las cuatro paredes del Palacio
Presidencial.
Fue un operativo en el cual se utilizó, por una parte, la
planificación gerencial que caracteriza el modus operandis del actual Gobierno
y, por otro, el tecnicismo militar de las Fuerzas Especiales de la policía uniformada,
que esta vez tuvo si un importante ingrediente como fueron las carabineras que
pusieron el tono femenino amable y protector que hizo que los estudiantes fueran menos violentos,
especialmente en los colegios de mujeres.
La decisión del desalojo era el único camino que veía el
Gobierno para resolver la encrucijada que significaba tener tomados los liceos que
estaban destinados a ser locales de votación en las primarias del domingo.
Todo lo demás es historia, incluyendo los “diálogos” que los
alcaldes de la oposición tuvieron con el
Ministerio del Interior y el Servel, contactos que al Gobierno le sirvieron
sólo para ganar tiempo y poder efectuar el desalojo como quería el Presidente. No
eran pertinentes las propuestas pacificadoras que planteaban los ediles
opositores, especialmente las alcaldesas Carolina Tohá y Josefa Errázuriz y Santiago Rebolledo, porque
al no desalojar y esperar que los alumnos entregarán libremente los
establecimientos, hubiese significado una muy notoria pérdida de autoridad,
aparte de que no era completamente seguro que el diálogo funcionara.
Es por esta razón que el Ministerio del Interior no esperó para actuar
hasta ayer al mediodía, como se había comprometido con los ediles, sino realizó su plan
justamente la noche antes. Tampoco podía permitir el Gobierno que se designaran
nuevos locales paralelos, mientras los oficialmente seleccionados iban a seguir
tomados, lo que hubiese dejado en ridículo a quienes
tienen el poder total. En este caso, lo que se hubiese dicho es que no fue el Gobierno el que resolvió las tomas, sino los alcaldes
opositores.
Carabineros eligió la noche para actuar. Así se evitó que llegaran
a los colegios grupos de simpatizantes del movimiento estudiantil, lo que
hubiese dificultado la labor policial. Sin embargo, el desalojo no estuvo libre
de violencia, que en algunos casos fue extrema. Hubo más de un centenar de detenidos y algunos heridos.
Sin embargo, el punto negro en todo este panorama fue el
balance de destrucción con el que fueron entregados los colegios y liceos,
acciones que indudablemente afectarán la imagen del movimiento estudiantil, porque con la
destrucción de las instalaciones actualmente existentes en los establecimientos
educacionales no se va a lograr que se acabe el lucro, que se mejore la
educación o que se logre la gratuidad. Entonces muchos se preguntan ¿por qué
luchan los estudiantes si en vez de construir algo nuevo destruyen sin razón lo
que aún está en pie?
Pienso que el movimiento estudiantil debe plantearse y
replantearse estas interrogantes y sus objetivos para ir avanzando en la
dirección correcta. Hoy se ve en todo el mundo un descontento
globalizado, con posiciones y técnicas similares de lucha, debido a la existencia de un sistema capitalista extremo que se
caracteriza por grandes injusticias que impiden el desarrollo y la felicidad
del ser humano, dos aspectos que deben ser los objetivos centrales de una
sociedad y no una que esté noche y día concentrada
en el crecimiento del PIB. Si en Chile el 5 por ciento de los ricos capta
el 70% de las riquezas del país, jamás podremos salir de la profunda
desigualdad económica y social que nos afecta y que con mucha razón somos un
país criticado por los organismos internacionales como la OCDE en París.
Vemos hoy protestas en Europa de los indignados, también en
Estados Unidos, en Brasil y en otras naciones donde la gente no está dispuesta
a tener que seguir trabajando para los empresarios o quienes controlan las
bolsas de comercio y el mercado financiero global. Lo poco que se ha podido conseguir frente al poder que tienen los ricos se le debe a la actividad de los
movimientos sociales que son muy importantes como herramientas del cambio que
viene para terminar con la crisis que vive la humanidad.
En Chile también son importantes, pero debe evitarse la
violencia extrema que vimos en la marcha por la Alameda el miércoles pasado,
con encapuchados y delincuentes que arrasaron con tiendas establecidas
perteneciente, muchas de ellas a comerciantes esforzados o emprendedores, donde
se utilizó el pillaje y el fuego para incendiar locales comerciales.
Es cierto que han pasado ya siete u ocho años de este
movimiento que en un principio fue tenue e inofensivo, pero hoy ha pasado a
altos grados de violencia con participación de “delincuentes profesionales” que
se aprovechan de la situación, frente a los cuales las autoridades hacen la vista gorda. Son siete
u ocho años en que ni el gobierno de Michelle Bachelet ni el actual han dado
soluciones concretas a las demandas sociales y educacionales. Y en este momento,
en víspera de elecciones, este país está inserto en una gran crisis político-social,
con soluciones que no se vislumbran o se ven sumamente difíciles y lejanas.
Todo esto nos ha llevado a una decadencia política de
proporciones en un país donde son muy pocos lo que creen en los partidos y movimientos
políticos, mientras que los actores de la política han perdido todo respeto, credibilidad y
son vistos como “engañifas” que defienden su crecida dieta que le paga el
Estado por discutir leyes que después, por intereses personales, grupos
económicos o el lobby, simplemente no se aprueban o son completamente
modificadas hasta el punto de que no le sirven al pueblo ni al país para su
desarrollo objetivo. Los políticos forman una “casta social” con
muchos privilegios, que promete, promete y no cumple. Frente a esto, el ciudadano ha
crecido, conoce a los mentirosos y es hoy un personaje empoderado.
Ojalá que el candidato presidencial que llegue al poder en
noviembre se fije muy bien lo que dice y lo que promete porque el nuevo
ciudadano le va a cobrar la palabra y lo hará en la calle integrando
nuevos y masivos movimientos sociales. El período que viene será mucho más
difícil que el actual.
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