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viernes, 14 de junio de 2013

14-6-2013-Edición Nº857
SER RADICALMENTE POBRE PARA SER PLENAMENTE HERMANO

Por Leonardo Boff

Una de las primeras cosas que dijo el Papa Francisco fue “cómo me gustaría una Iglesia pobre para los pobres”. Este objetivo está en consonancia con el espíritu de San Francisco, llamado el Poverello, el Pobrecito de Asís. Él no pretendió gestar una Iglesia pobre para los pobres, pues no era realizable bajo el régimen de cristiandad donde la Iglesia tenía todo el poder, pero creó en torno suyo un movimiento y una comunidad de pobres con los pobres y como los pobres.



En cuanto a la extracción de clase, Francisco pertenecía a la próspera burguesía local. Su padre era un rico comerciante de telas. De joven lideraba un grupo de amigos bohemios ̶ jeunesse dorée ̶ que vivía de fiesta en fiesta y cantaba a los juglares del sur de Francia. De adulto sufrió una fuerte crisis existencial. Desde dentro de esa crisis surgió en él una inexplicable misericordia y amor a los pobres, especialmente a los leprosos, incomunicados, en las afueras de la ciudad. Abandonó la familia y los negocios, asumió la pobreza evangélica radical y se fue a vivir con los leprosos. Jesús pobre y crucificado y los pobres reales fueron los móviles de su cambio de vida. Pasó dos años en oración y penitencia, hasta que interiormente escuchó una llamada del Crucificado: "Francisco, vete y repara mi Iglesia que está en ruinas".



Le costó entender que no se trataba de algo material, sino de una misión espiritual. Se fue por los caminos predicando en los burgos el evangelio en lengua popular. Y lo hacía con tanta alegría, "grazie" y fuerza de convicción que fascinó a algunos de sus antiguos compañeros. En 1209 consiguió que el Papa Inocencio III aprobase su "locura" evangélica. Comenzaba el movimiento franciscano que en menos de veinte años tendría más de cinco mil seguidores.

 Cuatro ejes estructuran el movimiento: el amor apasionado a Cristo crucificado, el amor tierno y fraterno a los pobres, la "señora dama pobreza", sencillez genuina y gran humildad.



Dejando a un lado los otros ejes, intentemos entender cómo Francisco vio y vivió con los pobres. No hizo nada para los pobres (algún lazareto u obra asistencial), pero hizo mucho por los pobres, pues los incluía en la predicación del evangelio y cuando podía estaba con ellos, pero hizo más: vivió como los pobres. Asumió su vida, sus costumbres, los besaba, limpiaba sus heridas y comía con ellos. Se hizo un pobre entre los pobres. Y si encontraba a alguien más pobre que él, le daba parte de su ropa para ser realmente el más pobres de los pobres.



La pobreza no consiste en no tener, sino en la capacidad de dar y volver a dar hasta expropiarse de todo. No es un camino ascético, sino la mediación para una excelencia incomparable: la identificación con Cristo pobre y con los pobres con los cuales estableció una relación de fraternidad.



Francisco había intuido que las posesiones se interponen entre las personas, impidiendo que se miren a los ojos y que el corazón hable al corazón. Los intereses son lo que se encuentra entre (inter-esse) las personas y lo que crea obstáculos a la fraternidad. La pobreza es el esfuerzo continuo para eliminar las posesiones e intereses de cualquier tipo para que de ahí resulte la fraternidad verdadera. Ser radicalmente pobre para ser plenamente hermano, este es el proyecto de Francisco, de ahí la importancia de la pobreza radical.



Cierto es que la pobreza así de extrema era pesada y dura. Nadie vive solo de mística. La existencia en el cuerpo y el mundo plantea demandas que no pueden ser falsificadas. ¿Cómo humanizar la deshumanización real que comporta este tipo de pobreza? Las fuentes de la época dan testimonio de que los hermanos parecían "homines silvestres (salvajes) que comen muy poco, van descalzos y visten con los peores vestidos". Pero, para sorpresa de todos, dicen que nunca pierden la alegría y el buen humor.



En este contexto de pobreza extrema Francisco da valor a la fraternidad. La pobreza de cada uno es un reto para el otro, para cuidar de él y proporcionarle, mediante la limosna o el trabajo, lo mínimo necesario, darle cobijo y seguridad. Con esto el tener es sustituido en su pretensión de dar seguridad y humanización. Francisco quiere que cada fraile cumpla con la misión de madre para con otro, ya que las madres saben cómo cuidar, especialmente a los enfermos. Sólo el cuidado recíproco humaniza la existencia como lo mostró M. Heidegger en su Ser y Tiempo. Para quienes vivían totalmente desprotegidos, la fraternidad significaba efectivamente todo. El biógrafo Tomás de Celano describe la alegría y el gozo en medio de su pobreza severa. Escribía: "llenos de saudades trataban de encontrarse y estaban felices cuando podían estar juntos, el alejamiento era doloroso, la partida amarga, la separación triste". El despojamiento total les abría al disfrute de las bellezas del mundo, pues no las querían tener, solo saborear. 



Muchas lecciones podrían extraerse de esta aventura espiritual. Quedémonos con una: para Francisco las relaciones humanas deben construirse siempre a partir de los que no son y no tienen la visión de los poderosos. Deben ser abrazados como hermanos. Sólo una fraternidad que viene desde abajo y desde ahí engloba a todos los demás, es verdaderamente humana y tiene sostenibilidad. La Iglesia, tal como la tenemos hoy, nunca será como los pobres. Pero puede ser para y con los pobres, como la sueña el Papa Francisco.

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