ALEMANIA: POCO DESEMPLEO, MUCHA PRECARIEDAD
Hoy en Alemania se habla más de restablecer que de recortar el estado social.
Por Rafael Poch
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En Alemania se trabaja lo mismo que hace diez años, pero ese trabajo se reparte entre más gente peor pagada. El éxito de Alemania en la crisis no tiene que ver con la flexibilización de su mercado laboral, sino con los méritos ignorados de su modelo: industria, organización efectiva y estrategia, ésta última a costa de los socios
No hay un mercado laboral alemán, sino dos. El primero se contempla, por ejemplo, en la región de Heilbronn-Franken, un territorio de Baden-Württemberg (sur) como la mitad de la provincia de Barcelona y 800.000 habitantes, que es el reino del Mittelstand: empresas pequeñas y medianas enfocadas a la exportación, frecuentemente familiares y líderes mundiales en segmentos muy concretos como la tornillería o los ventiladores. Las relaciones laborales en las empresas locales se caracterizan por sueldos suficientes, alta moral del trabajo y la correspondiente lealtad de los trabajadores. Frecuentemente los empleos pasan de padres a hijos.
El segundo mercado laboral es el del sector de salario bajos y minijobs, los trabajos no contributivos con sueldos máximos de 450 euros. Favorecido por la inexistencia de salario mínimo, ahora un debate nacional, este sector precario es la otra cara de la moneda.
La exportación, cuya marca es la calidad, opera en el primer mercado laboral. En Heilbronn-Franken, con casi pleno empleo (3% de paro), Detlef Schulz-Kuhnt, portavoz de la cámara local de industria comercio, casi se molesta cuando se le pregunta por la presencia del sector de salarios bajos y de minijobs en su región. El segundo mercado de trabajo, con productos cada vez más degradados, domina el sector servicios; la mitad de la restauración y la hostelería, casi todas las peluquerías y gran parte del comercio.
En 1995 el sector precario implicaba al 15% de los trabajadores, hoy implica a ocho millones de trabajadores, el 25%, y se ha expandido tres veces más rápido que el sector tradicional, es decir con contrato a tiempo completo, convenio y salarios suficientes característico del sector exportador.
La convivencia de ambas realidades, que el Reino Unido conoce desde hace décadas, es tormentosa en Alemania. El país tiene una arraigada tradición de desagrado hacia la desigualdad y de apego al seguro social algo que se remonta a Bismarck, defendida por unos sindicatos mucho más potentes que los británicos. Esa tradición estuvo, además, muy determinada por la proximidad del frente de la guerra fría. Mucho fue derribado a partir del shock de la reunificación nacional de 1990, pero ha tenido grandes consecuencias y tensiones políticas que aconsejan hoy al establishment a no tensar más la cuerda. Hoy en Alemania se habla más de restablecer que de recortar el estado social.
Alemania tiene una de las tasas de natalidad más bajas del mundo. La tendencia viene de lejos pero es particularmente aguda desde 2005, cuando la precarización se hizo sentir más. Mientras los empresarios y el gobierno mencionan la demografía como determinante del recorte, los sindicatos apuntan que el recorte profundiza la depresión demográfica al crear condiciones aún más desfavorables para que jóvenes sin trabajo satisfactorio ni garantías de futuro, procreen y tengan familia.
Problemas del sector precario
El sector precario no parece ni transitorio ni provisional y augura serios problemas para el futuro: solo un 7% de los empleados en minijobs consiguen pasar a trabajar más tarde al sector tradicional, es decir a tiempo completo y con salarios más altos regulados por convenio, según el Instituto Alemán para el Mercado Laboral y el Empleo (IAB). Si en 1996 el 70% de los empleados en Alemania Occidental trabajaban en empresas con convenios de sector, hoy son el 53% (36% en Alemania del Este). El 42% de ex empleados del sector tradicional que han perdido su trabajo solo encuentran empleo en el sector de salarios bajos, es decir a tiempo parcial, con contrato limitado, minijobs, etc. Al ser los trabajos y contratos precarios no contributivos, se incuba, además, un problema de pensiones y de pobreza. Actualmente la mitad de los jubilados alemanes reciben una pensión inferior a 700 euros, al nivel de pobreza, aunque la inmensa mayoría de ellos tienen otros ingresos.
La institucionalización de la precarización fue el gran resultado de la reforma socio laboral del año 2003 del canciller Gerhardt Schröder, la Agenda 2010, que seguía la tendencia marcada por la “Estrategia de Lisboa” de la UE del año 2000 y del muy anterior neoliberalismo anglosajón de la época de Reagan y Thatcher: recortar el gasto social, bajar impuestos a ricos y empresas, privatizar y flexibilizar el mercado laboral. En Alemania esa reforma, menos radical que la de Thatcher, se vivió como un cataclismo para la mayoría asalariada y como una bendición para los empresarios cuyos beneficios se dispararon mientras los salarios se estancaban, agravando una desigualdad social desconocida en el país: alrededor del 50% de los hogares alemanes no pagan hoy impuesto sobre la renta porque ganan demasiado poco para hacerlo.
Dudosa repercusión en el empleo
Los defensores de la Agenda 2010 dicen que gracias a ella Alemania recuperó empleo a partir de 2005 y tiene hoy poco paro: una tasa del 6,8%, según la contabilidad nacional (5,4% para la OCDE) que corresponde a 2,94 millones de parados. La realidad es menos simple: la coyuntura general cambió en 2005 y muchos otros países que no habían realizado ese tipo de reformas también registraron aumentos de empleo.
El “milagro del empleo” alemán tiene también que ver con el hecho de que gracias a la dinámica expansión de los trabajos precarios y mal pagados, el mismo trabajo se repartió entre más personas, al convertirse empleos a tiempo completo en empleos a tiempo parcial. Lo demuestra el hecho de que al día de hoy en Alemania se trabaja lo mismo –medido en millones de horas- que hace trece años, pese a que ahora se ocupa a 3,3 millones más de trabajadores en ese mismo tiempo.
Fenómeno preocupante, tradicional en el Reino Unido pero que en Alemania se vive como novedad, es que tener empleo ya no es garantía de no caer en la pobreza: solo 2 millones de los 4,5 millones de receptores de subsidio social (Hartz IV) son parados, el resto es gente que no llega al mínimo a pesar de que trabaja. Otro espejismo del empleo alemán es que, según estimaciones sindicales, casi un millón de parados ha sido barrido debajo de la alfombra por la contabilidad oficial, que no cuenta a los parados enfermos, ni a los mayores de 58 años, ni a los que asisten a cursos de formación u otras categorías.
Un claro éxito: el Kurzarbeit
Pero incluso con un millón más de parados, Alemania sigue teniendo una tasa de desempleo y un vigor en la crisis envidiable ¿A qué se debe? En lo que respecta al empleo, al hecho de que en 2009, con una recesión del 5% aplicó una exitosa y eficaz estrategia: el “Kurzarbeit”, la jornada laboral reducida a la que se acogieron muchas empresas exportadoras, mediante acuerdos y subvenciones estatales, que salvó 1,2 millones de empleos y con ellos el consumo. Para lo demás hay que hablar de factores estructurales como la organización y gestión de las empresas, un equilibrio territorial sin grandes desigualdades regionales, un sistema educativo bien acoplado a la economía y el peso del corporativismo.
A grandes rasgos, la economía alemana tiene dos patas, el descrito Mittelstand y los grandes consorcios mundiales, tipo Siemens y Volkswagen. Estos últimos están cada vez más enfocados al mercado extraeuropeo, (el mercado de la zona euro es de gran importancia para Alemania pero está en retroceso), y son los que determinan cada vez más la extrema dependencia de las exportaciones como generadoras del grueso del crecimiento. Pero nada de ese vigor puede entenderse sin atender a dos hechos estructurales fundamentales.
Factores de solidez
Uno es la solidez de la economía alemana. Alemania es la economía más industrial entre los países desarrollados. Sin contar la construcción, un 20% de su población activa aún está empleada en la industria, mucho más que en cualquier otro país europeo. El otro es el aspecto de Alemania como “sociedad organizada”: por doquier un tupido tejido de cámaras de comercio, asociaciones industriales, sindicatos, educación y administración, estrechamente vinculado e integrado.
No hay en Europa un país mejor preparado para afirmar una ventaja competitiva sobre sus socios y para formular estrategias económicas. En el mundo solo países asiáticos como China la superan en capacidad de planificación estratégica – con la enorme diferencia de que en China la política todavía manda a las empresas, mientras que en Alemania, como en Bruselas, son los intereses de los grandes consorcios y monopolios los que determinan al gobierno la línea a seguir. En cualquier caso es muy difícil trasladar el “modus operandi” alemán allí donde no hay una estructura industrial pareja ni una sociedad organizada.
Dentro de esa mayor organización se incluye el poder de los sindicatos. Los sindicatos alemanes tienen más poder que en cualquier otro país de Europa, allí donde hay comités de empresa. El 40% de los trabajadores alemanes operan en empresas que tienen tales comités. Gracias a la llamada “cogestión” (Mitbestimung) los comités de empresas alemanes tienen poder de decisión en asuntos que en otros países son mucho más exclusivos del empresario: jornada laboral, organización del trabajo, salarios y rendimientos. El empresario costea todo el gasto de los comités de empresa. Allí donde hay comité de empresa, los despidos deben ser consultados, de lo contrario son nulos. Evidentemente, todo eso apenas existe en el sector precario.
A esa fortaleza estructural se suman también factores coyunturales. En la eurozona la industria alemana dejó en la cuneta a sus competidores europeos a base de practicar un intenso dumping salarial en un nuevo contexto de mercado y moneda común donde el superávit de uno es déficit de otros. Además, Alemania se beneficia del aumento sin precedentes de la demanda de los países emergentes por que se acopla muy bien a su industria.
Todo esto no tiene nada o muy poco que ver con la “flexibilización del mercado laboral”, la involución que tiende a volatizar el derecho laboral. En el mundo científico nadie ha demostrado nunca que un mercado laboral más flexible genere empleo. Mentar el relativo éxito alemán en la crisis, para desmontar el derecho laboral y de pensiones en España, es, pura y simplemente, un fraude.
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