2012: BALANCE ANUAL DE LO MACRO - VAMOS DE MAL EN PEOR
Por Leonardo Boff
La realidad mundial es compleja. Es imposible hacer un balance unitario. Voy a intentar hacer uno referente a la realidad macro y otro a la micro. Si consideramos la forma en que los dueños del poder se están enfrentando a la crisis sistémica de nuestro tipo de civilización —organizada sobre la base de la explotación ilimitada de la naturaleza, la acumulación también ilimitada y la consecuente creación de una doble injusticia: la social con sus perversas desigualdades a nivel mundial, y la ecológica con la desestructuración de la red de la vida que garantiza nuestra subsistencia—, y si tomamos como punto de referencia la COP 18 realizada en este final de año en Doha (Qatar) sobre el calentamiento global, podemos sin exageración decir: estamos yendo de mal en peor. De continuar por este camino, vamos a encontrarnos delante, y a no tardar mucho, de un «abismo ecológico».
Hasta ahora no se han tomado las medidas necesarias para cambiar el curso de las cosas. La economía especulativa sigue floreciendo, los mercados son cada vez más competitivos —lo que equivale a decir cada vez menos regulados—, y la alarma ecológica, materializada en el calentamiento global, dejada prácticamente de lado. En Doha sólo faltó dar la extremaunción al Tratado de Kyoto. Irónicamente se dice en la primera página del documento final que nada resolvió, pues pospuso todo para 2015: «el cambio climático representa una amenaza urgente y potencialmente irreversible para las sociedades humanas y para el planeta y este problema necesita ser enfrentado con urgencia por todos los países». Y no está siendo enfrentado. Como en los tiempos de Noé, continuamos comiendo, bebiendo y recogiendo las mesas del Titanic que se hunde, escuchando todavía la música. La Casa está en llamas y mentimos a los otros diciendo que no lo está.
Veo dos razones para esta conclusión realista que parece pesimista. Diría con José Saramago: «no soy pesimista; la realidad es la que es pésima; yo soy realista». La primera razón tiene que ver con la premisa falsa que sustenta y alimenta la crisis: el objetivo es el crecimiento material ilimitado (aumento del PIB), realizado sobre la base de la energía fósil y con un flujo totalmente liberado de los capitales, especialmente especulativos.
Esta premisa está presente en los planes de todos los países, incluido el brasilero. La falsedad de esta premisa reside en la total falta de consideración de los límites del sistema-Tierra. Un planeta limitado no soporta un proyecto ilimitado. No tiene sostenibilidad. Es más, se evita la palabra sostenibilidad que viene de las ciencias de la vida; ella no es lineal, se organiza en redes de interdependencias de todos con todos, que mantienen funcionando todos los factores que garantizan la perpetuación de la vida y de nuestra civilización. Se prefiere hablar de desarrollo sostenible, sin darse cuenta de que se trata de un concepto contradictorio porque es lineal, siempre creciente, y supone la dominación de la naturaleza y la quiebra del equilibrio ecosistémico. Nunca se llega a ningún acuerdo sobre el clima porque los poderosos consorcios del petróleo influencian políticamente a los gobiernos y boicotean cualquier medida que les disminuya las ganancias, por eso no apoyan las energías alternativas. Sólo buscan el crecimiento anual del PIB.
Este modelo está siendo refutado por los hechos: ya no funciona ni en los países centrales, como lo muestra la crisis actual, ni en los periféricos. O se busca otro tipo de crecimiento, que es esencial para el sistema-vida, pero que debemos hacerlo respetando la capacidad de la Tierra y los ritmos de la naturaleza, o encontraremos lo innombrable.
La segunda razón es más de orden filosófico y por ella he venido luchando desde hace más de treinta años. Implica consecuencias paradigmáticas: el rescate de la inteligencia cordial o emocional para equilibrar el poderío destructor de la razón instrumental, secuestrada hace siglos por el proceso productivo acumulador. Como nos dice el filósofo francés Patrick Viveret «la razón instrumental sin la inteligencia emocional puede perfectamente llevarnos a la peor de las barbaries» (Por uma sobriedade feliz, Quarteto 2012, 41); recuérdese la remodelación de la humanidad proyectada por Himmler que culminó con la shoah, la liquidación de los gitanos y de los discapacitados.
Si no incorporamos la inteligencia emocional a la razón instrumental-analítica, nunca vamos a sentir los gritos de la Madre Tierra, el dolor de las selvas y los bosques abatidos, ni la devastación actual de la biodiversidad, del orden de casi cien mil especies por año (E. Wilson). Y junto con la sostenibilidad debe venir el cuidado, el respeto y el amor por todo lo que existe y vive. Sin esta revolución de la mente y el corazón iremos, sí, de mal en peor.
(*) - Ver mi libro: Proteger la Tierra-cuidar de la vida: cómo escapar del fin del mundo, Nueva Utopía 2011.
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Hace más de quince años publiqué en el Jornal do Brasil, que hoy existe online, un artículo con el título “Rejuvenecer como águilas”. Releyendo aquellas reflexiones me di cuenta de lo actuales y adecuadas que son todavía para los malos tiempos que vivimos y sufrimos. Las retomo hoy para alimentar nuestra esperanza debilitada por las amenazas que pesan sobre la Tierra y la Humanidad. Si no nos agarramos a alguna esperanza, perdemos el horizonte de futuro y corremos el riesgo de entregarnos al desamparo inmovilizador o a la resignación estéril.
En este contexto recordé un mito de la antigua cultura mediterránea sobre el rejuvenecimiento de las águilas.
De tiempo en tiempo, reza el mito, el águila, como el ave fénix egipcia, se renueva totalmente. Vuela cada vez más alto hasta llegar cerca de sol. Entonces las plumas se encienden y empieza arder. Cuando llega a este punto, se precipita desde el cielo y se lanza a las frías aguas del lago. Y el fuego se apaga. A través de esta experiencia de fuego y de agua, la vieja águila rejuvenece totalmente: vuelve a tener plumas nuevas, garras afiladas, ojos penetrantes y el vigor de la juventud. Este mito seguramente es el sustrato cultural del salmo 103 cuando dice: «El Señor hace que mi juventud se renueve como un águila».
Y aquí tenemos que revisitar a C.G. Jung que entendía mucho de mitos y de su sentido existencial. Según su interpretación, fuego y agua son opuestos que cuando se unen se vuelven poderosos símbolos de transformación.
El fuego simboliza el cielo, la conciencia y las dimensiones masculinas en el hombre y en la mujer. El agua, por el contrario, simboliza la tierra, el inconsciente y las dimensiones femeninas en el hombre y en la mujer.
Pasar por el fuego y por el agua significa, por lo tanto, integrar en sí los opuestos y crecer en identidad personal. Nadie que pasa por el fuego y por el agua permanece igual. O sucumbe o se transfigura, porque el agua lava y el fuego purifica.
El agua también nos hace pensar en las grandes crecidas como las que sufrimos en el año 2010 en las ciudades serranas del Estado de Río. Con su fuerza arrastraron todo, especialmente lo que no tenía consistencia y solidez. Son los infortunios de la vida.
Y el fuego nos hace imaginar el crisol o los altos hornos que queman y acrisolan todo lo que es ganga y no es esencial. Son las conocidas crisis existenciales. Al hacer esta travesía por la «noche oscura y terrible», como dicen los maestros espirituales, dejamos aflorar nuestro yo profundo sin las ilusiones del ego. Entonces maduramos para lo auténticamente humano y verdadero que hay en nosotros. Quien recibe el bautismo de fuego y de agua rejuvenece como el águila del mito antiguo.
Pero haciendo abstracción de las metáforas, ¿qué significa concretamente rejuvenecer como un águila? Significa entregar a la muerte todo lo viejo que existe en nosotros para que lo nuevo pueda irrumpir y hacer su camino. Lo viejo en nosotros son los hábitos y las actitudes que no nos engrandecen: querer tener siempre la razón y la ventaja en todo, el descuido con uno mismo, con la casa, con nuestro lenguaje, la falta de respeto con la naturaleza, así como la falta de solidaridad con los necesitados, próximos y distantes. Todo esto debe morir para que podamos inaugurar una forma de convivencia con los otros que se muestre generosa y cuidadosa con nuestra Casa Común y con el destino de las personas. En una palabra, significa morir y resucitar.
Rejuvenecer como un águila significa también desprenderse de cosas que fueron buenas y de ideas que en su día fueron luminosas pero que lentamente, con el paso de los años, han sido superadas y son incapaces de inspirar un camino hacia el futuro. La crisis actual perdura y se profundiza porque los que controlan el poder tienen conceptos envejecidos, incapaces de dar respuestas nuevas.
Rejuvenecer como un águila significa tener coraje para volver a empezar y estar siempre abierto a escuchar, a aprender y a revisar. ¿No es esto lo que nos proponemos cada vez que empezamos un nuevo año?
Que el año 2013 que estamos inaugurando sea la oportunidad de preguntarnos cuanto de gallina que solo quiere andar escarbando en el suelo existe en nosotros y cuanto de águila hay todavía en nosotros, dispuesta a rejuvenecer, al confrontarse valientemente con los tropiezos y las crisis de la vida, y a buscar un nuevo paradigma de convivencia.
Y no podemos olvidar aquella Energía poderosa y amorosa que siempre nos acompaña y que mueve todo el universo. Ella nos habita, nos anima y confiere un sentido permanente al vivir y al luchar.
¡Que el Spiritus Creator no nos falte nunca!
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