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lunes, 4 de julio de 2011

CHILE: ¿POR QUÉ TAN COMPLICADO CAMBIAR?

ARTICULO
Por Hugo Latorre Fuenzalida

Chile parece un país extremoso. Por los setenta quisimos ser los más revolucionarios y dar el asalto al “Palacio de Invierno”; pero luego sacaron del poder a esos desaforados revolucionarios, armando una hecatombe política y de exterminio, digna de una guerra otomana y no de esta estrafalaria puesta en escena que vivimos con la Unidad Popular.

La derecha chilena se lanzó, cual “ave Fénix”, a desenterrar las viejas teorías liberales, inhumadas por la historia, podarlas de todo aditamento morigerador e imponerla a sangre y fuego, aprovechando la tierra de nadie que dejó la confrontación anterior y sacando partido de su eterna connivencia con las fuerzas armadas, adictas al disciplinamiento violento y poseedora de una gran oquedad en la cabeza, respecto de casi todo eso que los griegos llamaron, sintéticamente, “sofrosine”, es decir: justo equilibrio, sentido común, amplitud, flexibilidad.

Entonces, desde hace cuarenta años que venimos en búsqueda del paraíso, de la “tierra prometida”, y para alcanzarla, toda esta peregrinación debe tener una ley “mosaica” que la haga eterna, que es lo mismo que ser de origen divino.

Por eso nuestras Constituciones no son ayudas para gobernar sino textos bíblicos, coránicos, más bien. Lo de Portales ya lo anunciaba cuando reclamaba que las constituciones en Chile había que atreverse a violarlas, como una doncella, pues de lo contrario sería letra muerta. Los poderes fácticos la violan cada dos por tres; los poderes económicos la eluden cada día y a toda hora; pero lo que postulamos nosotros no es que se viole, sino que debe ser cambiable. Simplemente porque los pueblos no son cementerios, tienen vida, cambian y cambiarán cada vez de forma más acelerada.

Entonces, como denuncia el mito de Procusto, no podemos amputar las extremidades a la sociedad para que quepa en el lecho de ese enano resentido que viene a ser esa constitución que no se modifica al ritmo en que se desarrollan las sociedades.

Ahora con la educación pasa algo similar. Acontece que la educación es el sector de la sociedad que más velozmente se desarrolla, pues es la base del conocimiento, y vivimos en la era del conocimiento. Pero pareciera que nuestro ministro de educación vive tiempos medievales, donde la escolástica ortodoxa se imponía como una ciencia directamente proveniente de la divinidad y por tanto eterna, inamovible, perpetua y sin esguinces. Nuestro ministro de educación acaba de declarar que el modelo de educación impuesto por su dictadura fue diseñado para durar 70 años al menos.

¿Y si no funciona?, como de hecho no ha funcionado. Peor aún ¿si ha resultado en un desastre?- desde cualquier ángulo que se le mire- ¿se debe seguir con el sistemita, simplemente porque unos días antes de la llegada de la democracia (que tampoco ha sido tal) se dicto una ley de educación inconsulta, que luego se maquilló de manera horrenda y se le rebautizó, en tiempos de la sonriente Bachelet, llamándole LEGE en vez de LOCE?

El problema de fondo, entonces, es que nos enfrentamos a una lucha agonal, que no tiene salida, entre dos fuerzas que hablan lenguas distintas, o con los mismos signos, pero a los que se dan sentidos diferentes: una plantea el cambio y la otra la inmovilidad. Sentido y significado son dos conceptos diferentes.

Hay que leer el “Libro de Buen Amor” del Arcipreste de Hita para comprender, en el diálogo entre el sabio griego y el bardo romano el problema de la verdad; pues, como comenta el sabio García Bacca: “la vida mental no soporta la verdad pura y simple, como el estómago no puede digerir el agua químicamente pura”. Y en esto de colocarte en una postura u otra, ante la realidad, sucede finalmente lo que enseñaba Don Quijote: que “Cada uno es como Dios le hizo”. Ya que no se trata en el caso de Chile de tipos o entidades puramente jurídicas que se ven enfrentadas. Lo que se trata es que son dos tipos de hombres diferentes. Y esa diferencia es tan tremenda que anula cualquier entendimiento.

Porque lo real, por muy determinado que esté, que signifique todo lo que es necesario y firme en la ciencia, puede estar absolutamente vacío de sentido, si está yermo de humanidad. Es decir, la verdad técnica puede ser una gran falsedad humana, como ya se ha demostrado trágicamente por la historia.

¿Entonces, qué hacer en esta situación de entrampamiento que vive nuestra sociedad? Si estamos hablando con los mismos signos pero con significados diferentes. Debemos tener claro que las ideologías son armonías diferentes que se ponen a las notas musicales que conforman la naturaleza creadora del universo. En consecuencia, un buen conductor debe saber qué armonía es la que suena bien al oído del auditorio y si está bien compuesta, de lo contrario corre el riesgo de quedarse solo con la orquesta pero sin auditorio. Ya le sucedió a la Concertación y al parecer la Alianza va por el mismo derrotero.

Pero mientras pasan esto tiempos de profetismo falsario, se debe seguir luchando porque el cambio venga de manera categórico pero no violento. Es decir, en guerra y en planificación estratégica esa etapa se denomina “acumulación de fuerzas”. Porque finalmente, cuando ya la separación estamental e ideológica de una sociedad se ha hecho tan enorme, como el caso de Chile, no queda más que la decisión final por acumulación de fuerzas…y de muy buenas y fundamentadas razones. Parafraseando a nuestro lema:”Por la razón (Y) la fuerza”…Pero sin dudar, la fuerza democrática.

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