Imagen tomada de "La Voz católica"
In memoriam de Pedro Meurice Estiú
Arzobispo emérito de Santiago de Cuba
Por Yoani Sánchez
Desde La Habana
A Monseñor Pedro Meurice Estiú le decían “el león del Oriente” por su valor más que probado ante las arbitrariedades y los autoritarismos. Aquel 24 de enero de 1998, en la plaza Antonio Maceo de Santiago de Cuba, su semblante estaba serio, ensimismado. El Papa Juan Pablo II acababa de terminar la homilía y el Arzobispo de Santiago de Cuba iba a dirigirse a su rebaño y al Pastor que había venido a visitarlo. Antes de subir al estrado, Meurice habló con el sacerdote José Conrado Rodríguez Alegre y le dijo: “este león ya está viejo y con la melena despeluzada, pero rugirá”. Tomó el micrófono y cumplió su palabra.
Frente a los sorprendidos santiagueros allí congregados y para quienes veíamos la transmisión en directo por la televisión, la alocución de Meurice parecía interpretar nuestro pensamiento, brotar de nuestra propia boca. “Santo Padre… le presento a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología”. Y del lado de acá de las pantallas, muchos no parábamos de aplaudir, llorar, saltar, mirar la cara entre anonadada y molesta de Raúl Castro que estaba al pie de la tribuna. Nunca nadie le había dicho al ministro de las Fuerzas Armadas -en público y ante tantos testigos- verdades de esa naturaleza. Algunos escapaban asustados de aquella inmensa plazoleta, pero otros –los más audaces- coreaban la palabra “Libertad”.
“Este es un pueblo que tiene la riqueza de la alegría y la pobreza material que lo entristece y agobia, casi hasta no dejarlo ver más allá de la inmediata subsistencia”, seguía rugiendo el león. Y en nuestra aletargada conciencia cívica algo comenzaba a desperezarse. Meurice estaba de vuelta a sus años de mayor vitalidad y las espadas que surgen del suelo en aquella Plaza, nos echaban en cara la rebeldía perdida en algún recoveco de la historia. Por unos breves minutos, fuimos libres. La homilía terminó; el gesto adusto de nuestro actual presidente presagiaba regaños para el viejo león, pero el cayado de Juan Pablo II lo protegería.
Hoy, Pedro Meurice se nos ha ido con su hidalguía de felino guardián de la camada, dejándonos con la responsabilidad de presentarnos a nosotros mismos ante el mundo. ¿De qué manera nos vamos a describir ahora? ¿Quién va creernos que 13 años después no hemos podido aún “desmitificar los falsos mesianismos”? ¿Cómo explicar que el miedo nos ha llevado a la parálisis, a seguir esperando que sean otros los que rujan por nosotros?
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