América Latina rompió (temporalmente) con su era despótica-militarista, en los años 80. Su fin se debió a las crisis económicas que asolaron a América Latina por ese entonces. Ayudó a esa caída la convicción, desde la clase empresarial, que las dictaduras obstaculizaban antes que ayudar al crecimiento de sus negocios; esto, sobre todo en los casos de Brasil y Chile.
Para Argentina, resulta determinante la derrota en la guerra de las Malvinas, que desacreditó al mando militar y su ya decadente régimen. Uruguay, como siempre, sigue los pasos del proceso argentino, y Bolivia cumple uno de sus naturales ciclos de auge y caída de los regímenes de todo tipo.
De esta forma, al llegar a los 90, los cielos se despejan y comienza a brillar el sol de la democracia en toda la región latinoamericana.
Fue un proceso impresionante pero no sorprendente, ya que se adelantaba una ola de presiones por el retorno a la democracia, que llegaba incluso a definir las posiciones de EE UU, y los analistas ya venían anticipando este fenómeno.
Lo que sí sorprendió al mundo fue la caída del muro de Berlín y la disolución del socialismo real. Nadie lo pudo prever y cuando llegó, fue como un ciclón que dejó fuera de base a moros y cristianos.
Igual de sorprendente ha resultado esta asonada revolucionaria en el mundo asiático y del Medio Oriente: Túnez, Egipto, Libia, Jordania y quizá que otros países podrán verse implicados en esta “revolución” de la sociedad civil.
Pareciera que el mundo deberá habituarse a estas mareas que vienen, suben y arrasan sin previo aviso. Marx lo expresaba en el Manifiesto Comunista, cuando señalaba “Un fantasma recorre Europa”. Pareciera que ese “fantasma” retorna cada cierto tiempo, pero no sólo a Europa, a Eurasia, a Asia y al mundo hierático del islamismo le está llegando, al parecer, su turno.
Los autoritarismos familiares o tribales de estos países, con fuerte base de población árabe, han gozado del respaldo y/o la inquina de las potencias de turno. Durante la primera y la segunda gran conflagración europea, se rearticula el poder de los imperios y en la postguerra, con el largo proceso de la “guerra fría”, nuevamente se alinean las rivalidades y las alianzas en esa región.
EE UU de Norteamérica ha tenido gran influencia y responsabilidad en lo que acontece en la región. Como todo poder imperial, su conducta ha estado ligada más al interés y manejo del poder que de los principios; por tanto las contradicciones esenciales entre lo que se predica y lo que se practica, han sido la constante. Esto de buscar la paz y la liberación se viene escuchando desde que los imperios o las colonias se instalan en el mundo; hay que ver a Bélgica de Leopoldo II en el Congo; la Inglaterra Isabelina en la India; España y Portugal en América, etc.
Recordemos que durante el siglo XX, EE.UU. apoyó al Irán del autócrata Sha Reza Palevi. Cuando éste es derrocado por el ayatollah Jomeini y su movimiento religioso, empujan y apoyan la guerra entre Irak e Irán. El líder respaldado por EE UU será, esta vez, otro autócrata: Saddam Hussein; el mismo que después será destronado por la invasión de EE UU a Irak y ahorcado como delincuente.
No se puede olvidar, tampoco, que es EE UU quien apoya a las satrapías familiares del Medio Oriente, justificado por ser socios seguros en el aporte de petróleo al insaciable mercado norteamericano. Para qué hablar del apoyo a Israel, país que se las arregla para ejercer un poder abusivo sobre una población palestina mísera y vulnerable, contando, el estado judío, con el apoyo explícito e incondicional de EE UU.
Con Egipto, luego de la era tercermundita prosoviético del líder Gamal Abdel Nasser, y del independiente presidente el Sadat, EE UU apoya a Hosni Mubarak por treinta años, oficiando éste, de puente entre el mundo árabe y Occidente.
Todos estos tiranos, sátrapas y autócratas de la región, se caracterizan por administrar regímenes que usufructuan de la bendición petrolera e instalan, lo que llamamos en Occidente, “regímenes sauditas”, es decir cúpulas que gozan de una riqueza ofensiva, que se dan la vida del oso y dejan a su población sujeta a condiciones basadas en el paternalismo caritativo o asistencial, pero sin estructurar sociedades dignas de llamarse pueblos soberanos.
La revolución actual obedece a razones económicas, donde la escandalosa concentración del ingreso no es de las menores; pero también a que las nuevas capas de jóvenes vienen asomando al mundo globalizado con una mentalidad mucho menos reverente a los poderes instalados que lo que sucedió con las generaciones precedentes, por tanto hay una razón cultural de fondo. Estos jóvenes recuerdan a aquellos que desataron el movimiento del 68 en Francia. La diferencia está en que ahora la sociedad toda ha estado respaldando esta iniciativa, que ya ha dado como resultado la caída de dos regímenes muy poderosos, y amenaza con tumbar también al tirano de Libia. Lo que le aproxima mucho más a una real revolución que aquel movimiento de los europeos.
Para que se produzca una revolución integral, se requiere reemplazar el sistema política, las relaciones económicas y la cultura vigente. El del 68 sólo logró dar un golpe en la cultura; el actual está por verse; ya acumula sus éxitos en lo político, pero veremos si logra cambiar las relaciones económicas y la mentalidad imperante.
La profundidad de los cambios dirá si se trató de una revolución o de una revuelta más.
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