Por Daniel Rajmil
Revista Atenea
Mientras la ' primavera árabe' estallaba en Túnez, se extendía a Egipto y se contagiaba por Oriente Próximo, el régimen de Bachar el Asad en Siria parecía ser uno de los más estables y ajenos a dichas revueltas. Tras haber sorteado las manifestaciones que durante semanas se han propagado por toda la zona, el malestar social ha alcanzado también y con virulencia a Siria.
Bashar el Assad, el presidente |
La medida en su momento pareció salvar las ansias de una población sometida a una estricta Ley de Emergencia desde 1963 y desde que en 1970, su padre, entonces ministro de Defensa, Hafez el Asad, dio un golpe de Estado y el partido Baaz se convirtió en partido único. Parece ser que la apertura de un arma de doble filo como lo son las redes sociales no ha sido suficiente y el descontento social ha estallado con furia en el sur del país.
La semana pasada se encendía la mecha que desataría la ira en la ciudad de Deera, a unos 130 kilómetros al sur de Damasco, tras la detención de unos adolescentes por hacer unos grafitis donde reclamaban más libertades. Su encarcelación y el malestar social que está germinando en la sociedad siria tras las protestas en los países vecinos han hecho que, desde el pasado día 15 de marzo, esta ciudad se haya convertido en un símbolo de libertad. El viernes pasado tuvo allí lugar una gran manifestación que congregaba a jóvenes y no tan jóvenes deseosos de cambio para exigir el fin de la Ley de Emergencia que por más de cuatro décadas ha dirigido sus existencias.
La violenta reacción de las autoridades no ha sido útil para acallar las protestas que, con decenas de muertos y heridos, no pronostican un buen final para el presidente. Deera vivía el miércoles y el jueves otra sangrienta jornada con un largo asalto policial que se saldaba con varios muertos. Las imágenes de tiroteos en la mezquita de la ciudad, los tiroteos en el funeral por los fallecidos en las manifestaciones, los cortes de electricidad y los controles de acceso y salida de la ciudad para evitar que ciudadanos de poblaciones vecinas como Jasim, Khirbet Ghazaleh, Inkhil o Al-Harrah, pudieran acudir en socorro de sus familiares, costarán a buen seguro un alto precio político a Al Assad.
En un último intento de acallar las revueltas, el mandatario sirio anunciaba la destitución del gobernador de la provincia, Faisal Kahltoum, a la vez que ordenaba la liberación de los estudiantes que habían realizado las pintadas. Sin embargo, parece que la suerte está echada. La provincia de Hawran, situada al sur del país, junto a la frontera con Jordania, se caracteriza por su estructura tribal y su carácter conservador, hasta el momento fiel en su tradicional apoyo al partido Baaz y al régimen. Con el inicio de las protestas en Deera, tradicional bastión de apoyo para El Asad y dónde se desarrolla el pulso de fuerzas entre el régimen y el pueblo, se pone de manifiesto la debilidad que el presidente experimenta y que las ansias de cambio han llegado incluso a sus más tradicionales feudos de apoyo.
Consecuencias regionales
En julio del pasado año el presidente sirio iniciaba una gira por Latinoamérica en un preludio de las celebraciones de su décimo aniversario en el poder. Una década en la que su política de tono continuista a la de su fallecido padre le había llevado a una estabilidad nacional y sobre todo al relanzamiento regional de Siria como actor clave para Oriente Próximo. Los lazos que progresivamente estrecha con Irán en un nuevo eje de poder en la zona, su papel omnipresente en su vecino Líbano, así como su perpetuo conflicto con Israel por los Altos del Golán, en manos israelíes desde 1967, han hecho que el país se convierta en los últimos años en actor clave de la estabilidad de la región.
La política internacional llevada a cabo por El Asad, cuyo distanciamento de Estados Unidos y Occidente es patente, ha sido bastante bien acogida por la población.
No es la política internacional la causa del descontento principal y la que hace peligrar el régimen de El Asad, pero sí lo son la precaria situación de la economia, la falta de libertades sociales y las pobres políticas de desarrollo domestico.
Con una tasa de desempleo de alrededor del 20%, la mayoría entre los jóvenes, los estragos de las intensas sanciones internacionales y una población rural que vive en unas condiciones marginales, hacen que las nuevas generaciones del país vean en las actuales revueltas su última oportunidad de cambio. No es de extrañar que las manifestaciones y los disturbios más graves se hayan registrado y hayan empezado en una de sus provincias más castigadas.
En conclusión, una caída del régimen actual tendría consecuencias inmediatas no sólo para la población siria, sino también para la actual balanza de poderes en la región. La alianza entre Siria e Irán, tan cultivada por ambos países a lo largo de estos últimos años, así como sus lazos e influencias con Hizbolá en Líbano, serían los primeros afectados. No obstante, en un nuevo Oriente Próximo tan cambiante, el siempre expectante Israel se vería afectado indirectamente por cualquier variación en la situación política de su vecino país. Ahora tan sólo queda por ver como Bachar el Asad es capaz de sortear unas revueltas que, más encendidas que nunca, no están dispuestas a ser acalladas tan fácilmente.
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