POR PABLO GANDOLFO

Foto de portada: Putin está más cerca de Hitler que de Lenin.

La constitución del Estado y la burguesía rusa y sus vinculaciones –muy diferente a la de la mayoría de los países que no tuvieron revoluciones anticapitalistas– es clave para comprender el accionar geopolítico de Vladimir Putin. El intento de golpe de Estado aporta elementos para esa reflexión.

Hasta el viernes, había distintas interpretaciones acerca del significado del jefe del Grupo Wagner, Yvgeny Prigozhin, y sus esperpénticas apariciones en la estructura de poder del Estado ruso. Desde el intento de golpe de Estado, puede haber divergencias sobre el porqué del curso de acción elegido por el personaje, pero con cualquiera de ellas un dato parece claro: Prigozhin es síntoma de degradación en las más altas esferas del poder en Rusia. Este dato contradice la recomposición que Vladimir Putin y su régimen habrían realizado tras la debacle de los años 90. Hay allí una pregunta abierta: ¿el poder político en Rusia avanza hacia su recomposición o se adentra en la descomposición?

Consumir cantidades ingentes de propaganda otanista ayuda poco a comprender lo que está ocurriendo en Ucrania y en Rusia. Un mal simétrico es el consumo en cantidades tóxicas de una imagen romantizada de la Rusia actual. El gran ausente entre esos posicionamientos es el pensamiento crítico, el intento de comprender evitando razonamientos polares, donde unos tienen signo positivo y los otros negativo. Las realidades sociales y los conflictos políticos son necesariamente más intrincados y gambetean a las inteligencias perezosas.

Desde su llegada al gobierno, Putin logró detener la caída en espiral en la que se encontraba Rusia y comenzó un proceso de recomposición de las columnas del poder político, logró mantener la unidad del país —lo que hubiera estado en cuestión en caso de seguir el rumbo anterior—, trazó un conjunto de alianzas destinadas a reinsertar a Rusia en el primer plano de la arena internacional y estabilizó la economía desde una matriz reprimarizadora. Al mismo tiempo, revirtió el atraso tecnológico en materia militar e incluso se puso a la vanguardia en el desarrollo de algunos segmentos de armamentos como los misiles hipersónicos o las defensas antiaéreas.

Putin no es Lenin

Sostener que Putin es heredero de la URSS no es un juicio mesurado. Tampoco lo es creer que las condiciones materiales heredadas de ese pasado no condicionan su radio de acción político y geoestratégico. Putin expresa las dos realidades al mismo tiempo. No es heredero de la revolución de octubre sino de la contrarrevolución de 1991 que vino a acabar con aquella herencia. Es un continuador por otros medios —más prolijo que los utilizados por su predecesor Boris Yelstin— de esa contrarrevolución. Aunque en algunos aspectos haya neutralizado la fuerza disolvente que el capital juega en toda sociedad —si alguien cree exagerada esta afirmación no tiene más que mirar a su alrededor— no contradice el curso contrarrevolucionario y degradante en la mas central de las cuestiones: su gobierno es vehículo para expandir el lugar que ocupa el capital como epicentro del metabolismo de la sociedad, en un país donde el rol que jugaba estaba muy limitado, porque no existía la propiedad privada de los medios de producción. Putin no es Lenin sino su sepulturero y no se priva de decirlo cada vez que tiene oportunidad.

Ahora bien, su accionar geopolítico está fuertemente condicionado por la realidad heredada de aquella revolución. Rusia no tiene una burguesía constituida en un largo recorrido histórico, una acumulación progresiva de capital y todo lo que un proceso de ese tipo implica en términos inmateriales para la constitución de una clase social. Tomemos dimensión de la magnitud histórica de la tarea que estamos hablando: la transición desde el “socialismo real” al capitalismo implica la constitución de una clase social que en la URSS no existía. No se hace por decreto, no se tarda apenas cuatro décadas, ni está completa transfiriendo los medios de producción a individuos privados. Es un paso necesario en el camino de esa contrarrevolución, pero pasarán décadas hasta que se constituya como burguesía —si es que en algún momento llega a hacerlo— con las capacidades que ostenta esa clase social en los países más avanzados.

Es la debilidad de su clase dominante, la ausencia de las ataduras que supone una burguesía firmemente inserta en el mercado mundial, la que permite al Estado tomar medidas defensivas y demostrar márgenes de soberanía que no demuestran otros países capitalistas

Debajo de sus pies, Putin tiene un Estado y una sociedad muy distinta a la que tiene cualquier gobernante occidental. Por un lado, una participación del Estado en la economía que no puede tener una sociedad a la que le quepa el adjetivo de capitalista sin conceptualizar de qué tipo de capitalismo se trata. Por el otro, una burguesía construida desde el estado ¡en base a la rapiña del patrimonio del propio Estado que la construye! Rusia carece de una burguesía inserta en el mercado mundial de la manera en que están insertas las burguesías de los principales actores de la escena internacional, ya sean la alemana, francesa, británica o estadounidense. Esa constitución degradada le brinda al Estado ruso, a su poder ejecutivo, a Putin personalmente, un fuerte poder de control y disciplinamiento sobre ella. Allí radica una de las claves de la Rusia actual. Paradójicamente, es la debilidad de su clase dominante, la ausencia de las ataduras que supone una burguesía firmemente inserta en el mercado mundial, la que permite al Estado tomar medidas defensivas y demostrar márgenes de soberanía que no demuestran otros países capitalistas —pero sí China— ante los ataques por parte de Estados Unidos. Irónicamente, Putin disfruta de un enorme poder concentrado en su persona, debido a la estructura de clases heredada de la revolución bolchevique que repudia.

Retener ese dato es clave para comprender por qué Rusia es capaz de defenderse mientras que Alemania, Japón, Gran Bretaña o Francia —mencionamos perdedores y ganadores de la Segunda Guerra Mundial para que no sea esa la variable explicativa— son vasallos de la potencia hegemónica, incapaces de hacerle frente. No es un problema tecnológico ni económico, si lo fuera Alemania y Japón estarían en mejores condiciones para enfrentarse. La estructura de clases de una sociedad condiciona el perfil de su inserción en la economía mundial y el radio de acción geoestratégico.

Cuando analizamos geopolítica al margen de las estructuras de clases de los países en cuestión, cual si fueran piezas en un tablero de ajedrez, dejamos de lado que, en la realidad, esa pieza no puede realizar cualquier movimiento sino que la propia constitución de la pieza condiciona sus movimientos. Los analistas de geopolítica tienen tendencia a dejar de lado estos aspectos. También el pensamiento liberal con tendencia a priorizar lo formal sobre lo concreto, nos mal enseña a dejar de lado esos factores.

La posibilidad de recomposición del poder político en sociedades donde se desintegró a partir de una situación crítica siempre está presente. Lo que es menos claro es que un proceso de ese tipo en esta etapa del capitalismo pueda ser de largo alcance si no se toman medidas tendientes a limitar el papel anómico que juega el capital en nuestras sociedades. Prigozhin (Grupo Wagner) puede ser leído como el emergente de que la degradación de la élite rusa se sigue desarrollando por debajo de la pátina de estadista que le imprime Putin a su gestión de la recomposición. ¿Será?

(*) Publicado en El Salto, que es un diario de actualidad, investigación, debate y análisis con formato diario web y revista trimestral en papel editado en España. Es un medio de información independiente fundado en 2017 a partir de la convergencia de varias decenas de medios de comunicación.​​ Aporte de la agencia romana Other News.