3-6-2006-KRADIARIO-Nº900
EL SER HUMANO: PARTE CONSCIENTE E INTELIGENTE DE LA TIERRA
El ser humano
consciente no debe ser considerado aparte del proceso evolutivo. Él representa
un momento especialísimo de la complejidad de las energías, de las informaciones
y de la materia de la Madre Tierra. Los cosmólogos nos dicen que alcanzado
cierto nivel de conexiones hasta el punto de crear una especie de unísono de
vibraciones, la Tierra hace irrumpir la conciencia y con ella la inteligencia,
la sensibilidad y el amor.
El ser humano es esa porción de la Madre Tierra que, en un
momento avanzado de su evolución, empezó a sentir, a pensar, a amar, a cuidar y
a venerar. Nació, entonces, el ser más complejo que conocemos: el homo sapiens
sapiens. Por eso, según el antiguo mito del cuidado, de humus (tierra fecunda)
se derivó homo-hombre y de adamah (en hebreo tierra fértil) se originó
Adam-Adán (el hijo y la hija de la Tierra).
En otras palabras, nosotros no estamos fuera ni encima de la
Tierra viva. Somos parte de ella, junto con los demás seres que ella generó
también. No podemos vivir sin la Tierra, aunque ella pueda continuar su
trayectoria sin nosotros.
Por causa de la conciencia y de la inteligencia somos seres
con una característica especial: a nosotros nos fue confiada la guarda y el
cuidado de la Casa Común. Todavía mejor: a nosotros nos toca vivir y rehacer
continuamente el contrato natural entre Tierra y humanidad pues su cumplimiento
garantizará la sostenibilidad del todo.
Esa mutualidad Tierra-humanidad se asegura mejor si
articulamos la razón intelectual, instrumental-analítica, con la razón sensible
y cordial. Nos damos cada vez más cuenta de que somos seres impregnados de
afecto y de capacidad de sentir, de dar y de recibir afecto. Tal dimensión
posee una historia de millones de años, desde cuando surgió la vida hace 3,8
miles de millones de años. De ella nacen las pasiones, los sueños y las utopías
que mueven a los seres humanos a la acción. Esta dimensión, llamada también
inteligencia emocional fue desestimada en la modernidad en nombre de una
pretendida objetividad de análisis racional. Hoy sabemos que todos los
conceptos, ideas y visiones de mundo vienen impregnados de afecto y de
sensibilidad (M. Maffesoli, Elogio da razão sensível, Petrópolis 1998).
La inclusión consciente e indispensable de la inteligencia
emocional con la razón intelectual nos mueve más fácilmente al cuidado y al
respeto de la Madre Tierra y de sus seres.
Junto a esta inteligencia intelectual y emocional existe
también en el ser humano la inteligencia espiritual. Esta no es solamente del
ser humano; según renombrados cosmólogos es una de las dimensiones del
universo. El espíritu y la conciencia tienen su lugar dentro del proceso
cosmogénico. Podemos decir que ellos están primero en el universo y después en
la Tierra y en el ser humano. La distinción entre el espíritu de la Tierra y
del universo y nuestro espíritu no es de principio sino de grado.
Este espíritu está en acción desde el primerísimo momento
después de la gran explosión. Es la capacidad que muestra el universo de hacer
una unidad sinfónica de todas las relaciones e interdependencias. Su obra es
realizar aquello que algunos físicos cuánticos (Zohar, Swimme y otros) llaman
holismo relacional: articular todos los factores, hacer convergir todas las
energías, coordinar odas las informaciones y todos los impulsos hacia delante y
hacia arriba de forma que se forme un Todo y el cosmos aparezca de hecho como
cosmos (algo ordenado) y no simplemente como una yuxtaposición de entes o caos.
En este sentido no pocos científicos (A. Goswami, D. Bohm,
B. Swimme y otros) hablan de un universo autoconsciente y de un propósito que
es perseguido por el conjunto de las energías en acción. No es posible negar
esta trayectoria: de las energías primordiales pasamos a la materia, de la
materia a la complejidad, de la complejidad a la vida, de la vida a la
conciencia, que en nosotros, los seres humanos, se realiza como autoconciencia
individual, y de la autoconciencia pasamos a la noosfera (Teilhard de Chardin),
por la cual nos sentimos una mente colectiva.
Todos los seres participan de alguna forma del espíritu, por
más “inertes” que se nos presenten, como una montaña o una roca. Ellos también
están envueltos en una incontable red de relaciones, que son la manifestación
del espíritu. Formalizando podríamos decir: el espíritu en nosotros es aquel
momento de la conciencia en que ella sabe de sí misma, se siente parte de un
todo mayor y percibe que un Eslabón liga y re-liga a todos los seres, haciendo
que haya un cosmos y no un caos.
Esta comprensión despierta en nosotros un sentimiento de
pertenencia a este Todo, de parentesco con los demás seres de la creación, de
aprecio de su valor intrínseco por el simple hecho de existir y de revelar algo
del misterio del universo.
Al hablar de sostenibilidad en su sentido más global,
necesitamos incorporar este momento de espiritualidad cósmica, terrenal y
humana, para ser completa, integral y potenciar su fuerza de sustentación.
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