30-6-2014-KRADIARIO N°904
DESORDEN EN EDUCACIÓN
"La Presidenta acaba de anunciar una agenda corta en educación: el mejoramiento material de las escuelas municipales. La pregunta es obvia: ¿por qué se hace de manera repentina? ¿Acaso no era el fin al lucro, al copago y a la selección lo más urgente?.."
Por Carlos Peña (*)
¿A qué se debe la sensación de desorden que existe en la reforma educativa? ¿No es un cambio inexplicable que -según este viernes anunció la Presidenta- se haya decidido una agenda corta para incrementar los recursos a la educación municipalizada? ¿No eran la supresión del lucro, el copago y la selección los objetivos primordiales?
La explicación que ha circulado es que ese giro se debe a las presiones de sectores gubernamentales -la DC entre ellos- que habrían advertido cuán mal enfocada se encontraba la política del ministerio, ocupada, como dijo con calculada sorna Ignacio Walker, del negocio inmobiliario más que de la calidad educativa.
Sin embargo, todo lo anterior -la idea de que aquí hay un giro, una interdicción del ministro o cosas así- derivan de la falta de perspectiva.
La política, como el paisaje, depende de la perspectiva. Así como el punto de vista constituye el paisaje, puesto que dispone los objetos de la naturaleza en un orden que sin la mirada no existiría, así también ocurre en la política: la realidad y las acciones que pretenden modificarla dependen de un punto de vista, un vistazo que ponga las cosas en perspectiva, las ordene y las jerarquice.
Y eso es lo que está faltando en educación: perspectiva. Hay frases, hay quejas, hay eslóganes. Hay confusión. Pero no hay perspectiva.
¿Será posible, sin embargo, construir una que evite la sensación de desorden, de cambio puramente oportunista, y que ordene las expectativas?
Por supuesto que sí; aunque para hacerlo hay que reemplazar las frases altisonantes por ideas. Aquí va un ejemplo.
Uno de los rasgos más acusados de la modernización de Chile que se inició en los ochenta y continuó durante las dos décadas de la Concertación, deriva del hecho de que ella está apoyada sobre un principio contributivo. Cada hombre o mujer, cada niño o niña, recibe en educación, en salud y en pensiones tanto como aporta. El resultado de ese principio, que en los ochenta acicateó el esfuerzo personal, incentivó la competencia y expandió el consumo, fue la desigualdad en el acceso a los bienes básicos que configuran la existencia. Hubo mayor bienestar, es cierto, porque cuando la marea sube, todos los botes, chicos y grandes, navegan mejor. Es verdad; pero la desigualdad echó raíces. Hoy día la educación que un niño recibe, la atención a la que se hace acreedora una persona cuando enferma, la pensión que recibirá cuando viejo, dependen de una cuestión fáctica, de un hecho: la renta que posee la familia del niño, la cotización que el hoy día enfermo pagó cuando estaba sano, el salario que el jubilado ganó cuando trabajaba.
Ese principio contributivo -cada uno se rasca con sus uñas- es especialmente dañino en materia educativa. El principio contributivo en la educación perpetúa la herencia: premia al que tiene y castiga al que no tiene, con prescindencia del esfuerzo.
Ahora bien, para abandonar ese principio contributivo en la educación, es imprescindible romper cualquier vínculo entre el acceso a las oportunidades de aprendizaje, por una parte, de la renta familiar, por la otra. Y esa es la razón de por qué es correcto, y urgente, acabar con el copago, terminar con la selección y poner fin al lucro.
Esas medidas -fin al copago, al lucro y a la selección- no buscan entonces mayor eficiencia, sino abandonar las bases del principio contributivo que, hasta ahora, ha guiado la modernización de Chile. Esas medidas no se llevan a cabo buscando mayor eficiencia, sino mayor justicia. No buscan mejorar los indicadores, sino cambiar el tipo de relaciones sociales que se despliegan en el sistema educativo.
¿Fue un error entonces, como se ha oído por estos días, comenzar con esos proyectos en vez de ocuparse de la educación municipalizada?
No, en absoluto.
Una cosa es acabar con el principio contributivo en educación, que es a lo que tienden esos proyectos, y otra cosa, distinta, mejorar las condiciones materiales de la educación municipalizada. No son cuestiones contrapuestas. Una, la supresión del copago, el lucro y la selección, tiende a suprimir el principio contributivo en las relaciones sociales; otra, la inyección de recursos en la educación municipalizada, tiende a mejorar sus condiciones materiales.
Solo una queja queda en pie: no es posible que el único ministerio que se relaciona con el discurso (a eso equivalen las habilidades de lectoescritura que se enseñan en la escuela) esté carente de perspectiva o, poseyéndola, no sea capaz de comunicarla.
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(*) Tomado del blog de Carlos Peña en el diario El Mercurio
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