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lunes, 14 de enero de 2013

UNA LLAMADA DESGARRADORA

Por Abraham Santibañez

La reproducción del desgarrador llamado telefónico de la señora Vivian MacKay al 133 de Carabineros en la noche en que ella y su esposo fueron asaltados en su hogar, ha suscitado una soterrada polémica. Hay quienes creen que nunca debió difundirse por respeto al matrimonio que murió esa noche. Sectores cercanos a la defensa de los mapuches sometidos a proceso alegan que hay una apelación abusiva a la sensibilidad de la ciudadanía.

Lo primero lo despejó la familia de los Luchsinger-MacKay: “No queremos salir de la sala. Queremos escuchar”, fue su respuesta cuando el juez Luis Olivares les consultó si preferían abandonar la audiencia para no escuchar el audio que presentó la fiscalía.

La comunicación, que dura un minuto y 13 segundos, reproduce la desesperada petición de auxilio de la mujer antes de morir junto a su esposo, Werner Luchsinger.

Es un testimonio conmovedor que hizo que hijos y hermanos de las víctimas se emocionaron hasta las lágrimas y se abrazaron en ese momento. Hay drama, pero no morbosidad. Hay temor, pero solo se expresa un legítimo pedido de auxilio. No hay una acusación genérica, solo la denuncia de un grupo de atacantes decididos a todo.

Este tipo de grabaciones (de audio o de imágenes) se han hecho cada vez más frecuentes, gracias al avance tecnológico. Pueden provenir de “periodistas ciudadanos” o de las propias autoridades como en este caso.

¿Cómo se puede establecer si es un valioso testimonio o un exceso tecnológico?

Aparte de la aceptación de parte de la familia, en este caso no se trata de una grabación subrepticia de discutible legalidad. Es un documento oficial y aunque ello no garantiza necesariamente la posibilidad de difundirlo, permite dimensionar la magnitud del drama.

El 6 de mayo de 1937, cuando la radio estaba en su apogeo, el periodista Herbert Morrison vio y describió el incendio del dirigible Hindenburg cuando llegaba a Nueva York. Su relato de la terrible escena es un clásico. Dice, en parte:

“¡Explota en llamas! Explota en llamas y está cayendo, se está chocando… ¡Está ardiendo, explotando en llamas y está cayendo sobre el mástil de amarre, y la gente alrededor!. Oh, esto es terrible. ¡Esto es la, una de las peores catástrofes en el mundo!. ¡Oh, Jesús mío!...¡Oh, la humanidad, y todos los pasajeros gritando alrededor!. No puedo hablarle a la gente... no puedo, señoras y señores. Escúchenme, voy a tener que parar durante un minuto porque esto fue lo... lo peor que he visto nunca”.

La función del periodista que describe una situación como esta, o utiliza el material disponible, es siempre dura y dolorosa. No es fácil determinar qué se puede difundir y cómo. Lo vimos en el caso de la detención de Claudio Spiniak, cuando se usó sin mayor reflexión una grabación policial, o en el incendio de la cárcel de San Miguel donde la legítima misión informativa se ensució con la reiteración morbosa de algunas imágenes, en especial de la desesperación de las familias de los presos. En 1937, en Estados Unidos, o ahora en Temuco, en cambio, el doloroso testimonio podría ser –quizás- el más efectivo llamado de atención a una sociedad que hasta ahora parece indiferente a la violencia en la Araucanía.

Y no se trata solo de los incendios y atentados de los cuales se ha acusado a las comunidades mapuches.

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