THORSTEIN VEBLEN: UN ECONOMISTA REBELDE
Por Hugo Latorre Fuenzalida
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Thorstein Veblen, sociólogo y economista norteamericano, de origen noruego, se caracterizó por una visión pragmática, descreída y mordaz respecto al capitalismo norteamericano.
Se le puede ubicar como afín al pensamiento de Marx, pero no era marxista. Su crítica al capitalismo le llevó a postular que este capitalismo será destruido, pero señalaba que no sería por el proletariado, sino por los ingenieros, es decir por formas estructuradas y conscientes de institucionalización de nuevos poderes al interior del mismo capitalismo.
Escribió un libro que le dio fama: “La teoría de la clase ociosa”, obra en la que se burla del capitalismo ostentoso y suntuario, el cual garantizaba por anticipado su ruina. Curiosamente Veblen morirá tres meses antes que se desatara la gran crisis del capitalismo de 1929, que él tanto esperaba.
Su carrera académica no fue fácil, pues existía bastante prejuicio sobre los noruegos y por considerarse un tipo de formación y modos bastante rústicos; además era agnóstico en un medio académico puritano, donde la formación religiosa era un pre requisito para ejercer la docencia.
Su teoría antropológica de la “apropiación privada” de los bienes y recursos es de una simpleza casi narrativa. Sostiene que la primera sociedad primitiva vivió sin apropiación, hasta que en un determinado momento la posesión de las mujeres por los hombres más fuertes inicia el proceso de la acumulación privada de recursos, sin argumentar las condiciones históricas, tecnológicas ni antropológicas que llevan a este proceso.
Desde esta especie de “caída”, la vida productiva pasó por las artesanías, la producción organizada, el maquinismo y la actual producción industrial, donde la vida se ha vuelto “mezquina, sucia y brutal”. Los cuatro jinetes del Apocalipsis de la vida moderna, para Veblen son: la propiedad, la guerra, el machismo (barbarie masculina) y la clase ociosa.
En cuanto el hombre dejó atrás la cultura naturalista entró en la cultura “predadora”, olvidando la primaria solidaridad universal del grupo y elevando la condición egoísta a una verdadera religión por el tener, por el poder y el sometimiento oprobioso y ventajista de los demás seres humanos, para lo cual exalta el espíritu belicoso, agresivo y de competencias.
Es justamente ya en su tiempo que finalmente se corrompe el sistema industrial y se exalta el espíritu de competencia, que no es más que el deseo de superar a otros, no en logros productivos y de beneficio humano, sino en términos puramente especulativos y pecuniarios, lo que también califica como “derroche honorífico”.
En la “Teoría de la clase ociosa”, sostiene que esa clase se desarrolló como consecuencia de la guerra y la emulación envidiosa, llegó a convertirse, con el progreso tecnológico de la sociedad, cada vez en mayor medida, en una clase “refinada y castrada”.
Creía en el “virtuosismo industrioso” y detestaba el ocio especulativo, es decir egolátrico; aunque deseó siempre el “ocio filosófico”, como fin para sus días.
La tendencia del sistema hacia la emulación pecuniaria y la destrucción envidiosa, no sólo crea una clase ociosa, sino una especie de mecanismo autónomo que encierra una tragedia, en que el hombre, como está ciego, sustituye el trabajo efectivo por el beneficio pecuniario. De esta manera, el hombre se esfuerza por captar los valores intangibles de la realidad económica en vez de la realidad misma. El resultado final será necesariamente un “monstruo económico”.
La irrealidad de la vida económica moderna queda especialmente reflejado en la tendencia a acumular beneficios monetarios y en las instituciones financieras que satisfacen y alientan ese impulso. Los capitanes de empresas, los capitanes de las finanzas, son criminales, saboteadores de la producción. Más bien su propósito es socavar el proceso de producción porque esperan ganar más mediante violentas alteraciones del proceso productivo real.
Veblen expresa en su obra “Theory of Business Enterprise” que el hombre de negocios se siente impulsado a sacar beneficios del proceso industrial por cualquier medio, entendiendo como “beneficios” el producto de la manipulación y la adquisición de valores y títulos. Este es un juego malicioso en que la comunidad es la que siempre pierde.
Finalmente Veblen sentencia:
“El moderno capitán no crea posibilidades de aumentar la eficiencia industrial, sino que busca tan sólo el medio de colocar a sus competidores en una situación desventajosa; competencia despiadada, guerra de precios, duplicidad, desviación de los objetivos de producción, esfuerzos desperdiciados y demoras en las posibles innovaciones y mejoras, constituyendo el precio que debe pagar la comunidad. Cuando este juego se juega hasta el final entre los intereses comerciales en competencia, y los competidores llegan a formar una coalición y someterse a una dirección única, la cuestión se convierte en un conflicto entre el monopolio y la comunidad.”
Como podemos ver, la fase monopólica de las transnacionalización planetaria, más fase especulativa de la economía globalizada, fueron ciertamente intuidas por este rebelde de la ciencia económica.
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