LA BURDA NOVELA DE UN TALENTOSO MÚSICO
Por Enrique Fernández
¿Es posible que un popular compositor de música folklórica asuma la defensa del medio ambiente y, al mismo tiempo, pisotee la imagen del pueblo mapuche, especialmente de sus mujeres?
Es posible. Patricio Manns lo consiguió.
El talentoso músico, poeta y cantante entregó una valiosa contribución a las organizaciones sociales que se oponen al proyecto minero de Pascua Lama, en la región de Copiapó. Su tonada “De Pascua Lama” ganó el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar en el género folklórico, con un mensaje que rechaza la destrucción de los glaciares, para sacar a la superficie miles de toneladas de “oro sucio” que se ocultan en la cordillera, en la frontera entre Chile y Argentina.
La bella canción de Manns es una expresión más de su permanente sensibilidad social, reflejada en una carrera musical que partió a fines de los años 60, cuando el grupo Los Cuatro Cuartos grabó su tonada “Bandido”. A ella le siguieron –entre otras creaciones- “Arriba en la cordillera”, “El cautivo de Tiltil”, “Lautaro en el viento”, “El Cuervo” y “Cuando me acuerdo de mi país”, un emotivo poema musical escrito en el exilio, que grabaron Mercedes Sosa y el propio Manns.
Pero como contrapartida, frente a esta noble faceta del cantautor, las librerías de Santiago ofrecen en sus escaparates su última novela, con la que desea respaldar las actuales reivindicaciones de las comunidades mapuches, según advierte en forma explícita. “Este libro está consagrado a estimular la lucha de los pueblos originarios, de América Latina, en general, y de Chile, en particular, para obtener la restitución de sus tierras tan bestialmente arrebatadas”, proclama el escritor en la introducción de su novela “El lento silbido de los sables”.
El relato tiene como escenario la “Pacificación de la Araucanía”, es decir, la guerra final que lanzó el Ejército chileno contra la resistencia de los mapuches y otros pueblos indígenas, en los territorios que abarcan desde Concepción y el río Biobío, por el norte, hasta Temuco y el río Toltén, por el sur. Su protagonista es el general Orozimbo Baeza, un militar que no tenía vocación de soldado y que sin embargo se ve envuelto en la cruenta represión que, según el novelista, dejó medio millón de indios muertos entre 1861 y 1883.
Aunque su argumento central y sus personajes navegan en el mar de la ficción, sus marcos de referencia son acontecimientos reales e históricos que aquí pueden dar lugar a confusiones. En varios pasajes el autor anuncia que para reforzar la guerra contra los indígenas llegarán a la zona tropas desde el norte, que se hallaban combatiendo a la Confederación Peruano – Boliviana. Y uno de los personajes de la historia lo explica así: “Lo que se pretende es que estas divisiones, aguerridas en el conflicto contra la Confederación Peruano – Boliviana, den el golpe de gracia a los guerreros de Arauco”.
Profundo error: La Guerra entre Chile y la confederación que encabezaba Andrés de Santa Cruz se desarrolló entre 1836 y 1839… cuarenta y cuatro años antes que concluyera la represión de los araucanos. Cuando Manns habla de las “divisiones aguerridas”, tal vez quiso referirse a los soldados que libraban sus últimas batallas en el Perú, en la Guerra del Pacífico (1879-1883).
Otro atentado a la rigurosidad se observa en una escena donde el héroe Orozimbo viaja por unos días a Santiago y llega a su casa. Su esposa oficial, Josefina, no lo recibe con la alegría que él esperaba y se dirige a la sala de baño. Y el autor prosigue: “Ella se retorcía riendo, con el culo al aire y la cabeza sumida en la tina, que comenzaba a llenarse de agua caliente”. ¿Es que en esa época, en la segunda mitad del siglo XIX, ya existían los calefones? ¿Y eran a gas o eran termos eléctricos?
Pero el mayor desliz de “El lento silbido de los sables” es la forma peyorativa que utiliza para referirse a las jóvenes y niñas mapuches, violadas, golpeadas o asesinadas por el ejército de ocupación. El héroe Orozimbo -“Zimbito” para sus amigos- es todo un maestro en este tipo de hazañas, que adquieren tintes pornográficos cuando el bravo general las ejecuta a la orilla de un lago, a bordo de un tren, sobre el lomo de un caballo o en cualquier lugar. A tal extremo llegan sus proezas de macho recio que se deja “violar” sin problemas por su propia hija. Y el incesto pasa a convertirse en algo natural, porque la niña mapuche le dice a su padre que en la cultura de su pueblo eso no es malo. “Yo no veo qué maldad puede haber en el amor que te tengo”, se justifica la joven
Tampoco es malo para el autor recurrir a un abundante vocabulario de obscenidades, digno de cualquier humorista de moda. Y entonces el lector no puede evitar evocar a ese talentoso músico que triunfó en Viña del Mar.
Porque a veces los tres minutos de una canción bella tienen mucho más valor que las 229 páginas de una novela burda.
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