Es imposible creer a Muammar Gadafi cuando atribuye a Al Qaeda la responsabilidad de las movilizaciones populares que estremecen los cimientos de su dictadura. Esto por una razón muy simple: de todos los países de profesión islámica, Libia es precisamente el único donde la organización de Osama bin Laden jamás pudo arraigar. Gadafi se encargaba de ello. No debe olvidarse que jamás toleró la prevalencia de los ulemas y, a su manera, él mismo se autoerigió en referencia suprema del Islam en su patria. Construyó un sistema fuertemente laico e impuso su “Libro verde”, obra maestra de la ambigüedad, como una especie de fase superior del Corán aplicado a la política.
Por lo demás, la inculpación de Al Qaeda es una torpe maniobra en procura de identificar a la oposición popular libia con el terrorismo islámico, que no tiene relación alguna con esta tragedia. Pero no es creíble.
Gadafi no puede imputar una acción desestabilizadora a ningún otro actor de la política internacional (sobre todo a las potencias occidentales e Israel), porque es totalmente inconvincente. Y no puede esgrimir ningún argumento contra los países árabes vecinos, que siempre han optado por mantenerlo a distancia.
En 1977, sus pulsiones hegemónicas hicieron estallar la guerra contra Egipto: la intervención internacional impidió que las fuerzas egipcias le infirieran una humillante derrota. Fue siempre una especie de “tigre de papel”: cuando Egipto y Siria lanzaron la guerra de Yom Kippur contra Israel (1973) le pidieron que reemplazara su extenuante retórica antijudía por la intervención de su poderosa fuerza aérea, pero acudió a excusas y exigencias inaceptables para no intervenir.
El dictador libio supera a Bin Laden por su nefasta foja al servicio del terrorismo: brindó refugio, adiestramiento y financiación a cuanta organización terrorista surgiera en África, América latina (ex guerrilleros argentinos pueden brindar testimonios) y Europa (desde IRA y ETA hasta las Brigadas Rojas y Baader-Meinhoff). En 1988, terroristas libios volaron un avión de Pan-Am: murieron 259 pasajeros y tripulantes y otras 11 personas en tierra, alcanzadas por los restos de la aeronave caídos sobre Lockerbie, Escocia.
Fue la culminación de una serie de incidentes con Estados Unidos, que incluyó ataques contra norteamericanos en Roma, Viena y Berlín, el hundimiento de dos naves libias por la marina estadounidense y, en 1986, los bombardeos de la fuerza aérea de este país contra Trípoli y Bengazi. En 2003, aceptó la responsabilidad por el atentado de Lockerbie y pagó una compensación a los familiares de las víctimas, pero nunca admitió haber dado la orden. Aunque Suiza bloqueó su inmensa fortuna personal, quizá le haya llegado la hora de acudir a la comunidad internacional, ahora en busca de un juicio justo, que nunca otorgó a sus enemigos.
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