Los Matte: de
vendedores de tocuyo en la calle a los reyes de la colusión
DEL PAPEL HIGIÉNICO
A LOS PAÑALES
Por Rafael Luis
Gumucio Rivas
La antigua
aristocracia de apellidos vinosos, según el poeta Vicente Huidobro, la mayoría
descendiente de los vascos, regentaban boliches, haciendas con indios incluidos
y, para no convertirse en hidalgos pobres y ociosos se dedicaban, como
Sebastián Piñera, al lucrativo juego de la Bolsa; estos prohombres pertenecían
a la raza de los fenicios, de los duques de Venecia o de los banqueros Medicis
y, cuando el negocio se tornaba peligroso, recurrían a los mercenarios
condotieros, como es el caso de Augusto José Ramón Pinochet. A diferencia de
sus predecesores, en Chile no había artistas que adornaran con bellas obras sus
riquezas, pues lo único que interesaba a nuestros ricachones chilenos era el
dinero y la avaricia para conservarlo.
La oligarquía - y
hoy la plutocracia – siempre ha sido dueña de nuestra Bolsa de Comercio;
generalmente, el más tonto y pillo de la familia compra una acción de esta
Institución financiera para convertirse en corredor. Para los adinerados de
antaño y ogaño, el juego bursátil no puede tener ningún control estatal, pues
sería un crimen contra “el emprendimiento”; la Superintendencia de Valores y
Seguros no debe, como su par norteamericana, controlar la igualdad entre los
especuladores, sólo limitarse a asesorarlos, razón por la cual no nos debe
extrañar que no haya intervenido en setecientos o más casos anteriores; no era
su labor, según los inversionistas.
Estos juegos
económicos han ocurrido siempre: en 1904, los oligarcas se hicieron ricos
comprando acciones de compañías bolivianas inexistentes, incluso uno de los
Errázuriz, don Ladislao, inventó una guerra que favoreció a los compradores de
compañías del Altiplano y venderlas luego a mayor precio, aprovechando la
información privilegiada. Es conocido, como forma de enriquecerse, recurrir al
poder político para estar informado de las devaluaciones de la moneda; algo así
ocurrió con el cambio del peso en escudos, y viceversa. Cuando algún desplazado
aristócrata, como Luis Orrego Luco, autor de La casa grande, denunciaba
en la ficción este tipo de juego, que constituía una forma de vida de la oligarquía,
le quitaban simplemente el saludo.
En el Chile pobre
pero honrado de mi juventud había también políticos, predecesores de Sebastián
Piñera: es el caso de “cachimoco” Ibáñez y de Arturo Matte Larraín, y otros,
quienes mezclaban, sin ningún problema de conciencia, la política con los
negocios; al fin y al cabo eran y son lo mismo. Existían consejerías
parlamentarias que integraban a diputados y senadores en los directorios de las
compañías, lo mismo que hoy, pero antes con un poco más de compostura y
prudencia. El lobby siempre ha existido, con ley o sin ley y, por lo demás,
nunca tendrán ni Dios, ni ley.
Para ser justos,
esta adoración por el dinero especulativo es peor que la peste y logra
transformar en capitalistas neoliberales a antiguos revolucionarios de la clase
media: fue el caso, en el pasado, el Partido del “cucharón”, los radicales, que
convertía a los medio-pelos González Videla y Juan Luis Mauras en empresarios
de tomo y lomo; hoy pasa lo mismo con socialistas, demócrata cristianos y PPD.
Los mercenarios condotieros, como Pinochet, se convierten en geniales
especuladores
Lo único malo de
esta historia es que el pueblo está cada día más decepcionado de la casta
política, lo cual no augura nada bueno para la democracia, tan difícilmente
reconquistada.
A la democracia
siempre la sucede el cesarismo.
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