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lunes, 16 de enero de 2017

Chile-Elecciones
EL FENÓMENO GUILLIER
Por Alfredo Jocelyn-Holt (*)
Resulta paradójico que, en pleno descrédito periodístico en alza (la posverdad ha estado matando al mensajero), Alejandro Guillier sea el político mejor evaluado según el CEP, lo proclame un partido que apenas se sabía que existía más allá del reparto de cargos, y se le tema como una posible carta presidencial.

Todavía en los años 60, a un conductor de noticias de televisión, Walter Cronkite (famoso periodista de la cadena de TV estadounidense CBS que murió en 2009 a la edad de 92 años) podía calificársele como “el hombre más confiable de los EE UU”, el mejor sintonizado con “Middle America”, habiendo obligado a Lyndon Johnson a no reelegirse –cuenta a leyenda- al cuestionar su mal manejo de la guerra de Vietnam. Pero ello hace medio siglo y sin que a Cronkite se le ocurriera ser presidente de su país, hasta donde han llegado dos figuras mediáticas en el entretanto.

Una ensalada de condimentos, más que de contenidos, puede que explique su popularidad (“el medio es el mensaje”). Guillier nunca ha dejado de ser un hombre ubicuo. Ha trabajado en cuanto periódico escrito hay, ha sido voz de radio, homhombre ancla, presentador de programas televisivos, dirigente gremial y senador. Tan ubicuo que ha metido cámaras a saunas gay persiguiendo a jueces, se ha parado al lado de Bachelet en La Moneda para vapulear a carabineros por pasárseles la mano, y ha prestado su rostro para promover isapres.
A ello hay que agregar que, sin Bachelet, probablemente no estaríamos hablando de él. Se parecen. Figura en la medida que lo incluyen en las encuestas, donde además crece gracias a su “horizontal appeal” (populismo lo llaman otros), y no le hace asco a los doble discursos (Bachelet, militante del PS y aliada del PC, subiéndose al tanque de los movimientos sociales, Guillier hablando pestes de los políticos mientras cobra una no despreciable dieta parlamentaria). Es decir, el típico oportunismo para volver a salvar a la Concertación de sí misma tras su descalabrada metamorfosis en Nueva Mayoría.

¿Por eso entonces el propósito de los radicales de vincularlo a su remota historia? Específicamente, a Aguirre Cerda -no a Juan Esteban Montero, González Videla o Julio Durán- una trayectoria zigzagueante en cuya pista de baile de tanto en tanto los “barren” porque se les nota lo logio-lautarinos, aunque con nula épica. Al menos Bachelet tenía una historia oculta todavía por revelar; lo que es a Guillier hay que reinventarle una historia con fecha hace rato vencida.
Paradójicamente, el radical por excelencia es Ricardo Lagos a quien Guillier puede que sepulte. No la única ironía. Termina por descomponerse la máquina concertacionista, le sigue su versión retroexcavadora, Bachelet cae en picada y se le repudia (lo cual Guillier debe estar temiendo), y ¿lo que queda es el Partido Radical? Notable desenlace si llega a ser el caso. Conocí a Guillier años atrás, me pareció afable, pero una cosa es él, otro distinto el fenómeno en que se ha convertido. La política suele apostar a un supuesto mínimo común denominador aunque, que éste exista y se acierte jugando esa carta, está por verse.

(*) Historiador.

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