Chile-Elecciones
EL FENÓMENO GUILLIER
EL FENÓMENO GUILLIER
Por Alfredo
Jocelyn-Holt (*)
Resulta
paradójico que, en pleno descrédito periodístico en alza (la posverdad ha
estado matando al mensajero), Alejandro Guillier sea el político mejor evaluado
según el CEP, lo proclame un partido que apenas se sabía que existía más allá
del reparto de cargos, y se le tema como una posible carta presidencial.
Todavía en los años 60, a un conductor de noticias de televisión, Walter
Cronkite (famoso periodista de la cadena de TV estadounidense CBS que murió en 2009 a la edad de 92 años) podía calificársele como “el hombre más confiable de los EE UU”, el
mejor sintonizado con “Middle America”, habiendo obligado a Lyndon Johnson a no
reelegirse –cuenta a leyenda- al cuestionar su mal
manejo de la guerra de Vietnam. Pero ello hace medio siglo y sin que a Cronkite
se le ocurriera ser presidente de su país, hasta donde han llegado dos figuras
mediáticas en el entretanto.
Una ensalada de condimentos, más que de contenidos, puede que explique su popularidad (“el medio es el mensaje”). Guillier nunca ha dejado de ser un hombre ubicuo. Ha trabajado en cuanto periódico escrito hay, ha sido voz de radio, homhombre ancla, presentador de programas televisivos, dirigente gremial y senador. Tan ubicuo que ha metido cámaras a saunas gay persiguiendo a jueces, se ha parado al lado de Bachelet en La Moneda para vapulear a carabineros por pasárseles la mano, y ha prestado su rostro para promover isapres.
A ello hay que agregar que, sin
Bachelet, probablemente no estaríamos hablando de él. Se parecen. Figura en la
medida que lo incluyen en las encuestas, donde además crece gracias a su
“horizontal appeal” (populismo lo llaman otros), y no le hace asco a los doble
discursos (Bachelet, militante del PS y aliada del PC, subiéndose al tanque de
los movimientos sociales, Guillier hablando pestes de los políticos mientras
cobra una no despreciable dieta parlamentaria). Es decir, el típico oportunismo
para volver a salvar a la Concertación de sí misma tras su descalabrada
metamorfosis en Nueva Mayoría.
¿Por eso entonces el propósito de
los radicales de vincularlo a su remota historia? Específicamente, a Aguirre
Cerda -no a Juan Esteban Montero, González Videla o Julio Durán- una
trayectoria zigzagueante en cuya pista de baile de tanto en tanto los “barren”
porque se les nota lo logio-lautarinos, aunque con nula épica. Al menos
Bachelet tenía una historia oculta todavía por revelar; lo que es a Guillier
hay que reinventarle una historia con fecha hace rato vencida.
Paradójicamente, el radical por
excelencia es Ricardo Lagos a quien Guillier puede que sepulte. No la única
ironía. Termina por descomponerse la máquina concertacionista, le sigue su
versión retroexcavadora, Bachelet cae en picada y se le repudia (lo cual
Guillier debe estar temiendo), y ¿lo que queda es el Partido Radical? Notable
desenlace si llega a ser el caso. Conocí a Guillier años atrás, me pareció
afable, pero una cosa es él, otro distinto el fenómeno en que se ha convertido.
La política suele apostar a un supuesto mínimo común denominador aunque, que
éste exista y se acierte jugando esa carta, está por verse.
(*) Historiador.
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