AMÉRICA LATINA 2016: EL AÑO EN QUE LA BALANZA SE INCLINÓ A LA DERECHA (*)
El neoliberalismo ganó terreno en América Latina en 2016 |
El sombrío 2016 se
despide dejando su huella como el año en que las fuerzas conservadoras
finalmente recuperaron la hegemonía en la disputa de proyectos en América
Latina, consolidando una tendencia que inició en 2014 marcada por el retroceso
de los gobiernos progresistas y populares y una nueva reconfiguración del
escenario regional después de al menos una década.
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Poco suma
sumergirse en debates superfluos sobre la gastada muletilla del “fin de ciclo”,
tan sabrosa para la intelectualidad del establishment que suele decretar el
ocaso de todo lo que aborrece (primero había sido el “fin de las ideologías”,
luego el “fin de la historia”). El juego sigue abierto. Pero lo cierto es que
el paulatino -y ahora consolidado- cambio en la correlación de fuerzas abre un
nuevo tiempo en el continente que obliga a reformular estrategias, buscar
nuevas preguntas y, sobre todo, entrarle de una vez y sin anestesia a la
postergada autocrítica sobre los errores cometidos y los límites alcanzados.
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La tristeza no es
sólo brasileña
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El hecho político
más destacado de 2016 fue lo que terminó por torcer la balanza regional. La
conspiración político-judicial-mediática de la élite brasileña, devenida en un
sainete parlamentario vergonzosamente fraudulento, demostró cómo la derecha
sigue utilizando “la combinación de todas las formas de lucha”, incluidas las antidemocráticas.
El golpe institucional logró reinstaurar el proyecto neoliberal derrotado en
las últimas cuatro elecciones.
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Un golpe de alto
impacto para toda América Latina. Y no sólo por la descomunal influencia del
gigante del Sur como primera economía regional; su giro en política exterior
trastocó el tablero en el escenario diplomático y abonó el terreno para la
letal ofensiva contra Venezuela en el Mercosur.
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El organismo
suramericano se erigió en el segundo semestre en el principal teatro de
operaciones de la batalla continental y en el más nítido reflejo de esta
reconfiguración geopolítica. La suspensión a Venezuela busca sacarse de encima
al socio incómodo (y acorralar a la revolución bolivariana como parte de una
estrategia más amplia) para poder “flexibilizar” el bloque y avanzar con los
TLC y la convergencia con la Alianza del Pacífico. En síntesis, restaurar el
paradigma del “libre comercio”, revivir el espíritu del ALCA.
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El culebrón del
Mercosur, protagonizado por la triada conservadora (Argentina, Brasil y
Paraguay) y un actor de reparto (Uruguay) que terminó cediendo a las presiones
y soltándole la mano a Venezuela, marcó también el síntoma más preocupante de
la época: el desbande del proceso de integración parido en este siglo. Una
parálisis que también envuelve a los demás organismos: el ALBA, la Celac y, en
menor medida, la Unasur.
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Crónica de una
debacle ¿anunciada?
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Al margen de los
golpes en Honduras en 2009 y Paraguay en 2012, fue en febrero de 2014 cuando se
sintió el primer indicio de reflujo para los gobiernos posneoliberales. Las
municipales en Ecuador significaron la primera caída en las urnas del
oficialista Alianza PAIS luego de nueve victorias electorales. La derecha
conquistó las alcaldías de Quito y Cuenca y retuvo la de Guayaquil, las tres
principales ciudades.
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Luego
vinieron, en el último tramo de 2015, las derrotas del kirchnerismo en
Argentina y del gobierno venezolano en las legislativas. Poco después, en
febrero de 2016, Evo Morales perdía el referendo para reformar la Constitución
y poder repostularse a un cuarto mandato. El derrotero electoral tuvo otra
parada en Perú, donde si bien la gestión de Ollanta Humala había seguido los
lineamientos neoliberales, el arribo de Pedro Pablo Kuczynski sumó un nuevo
jugador al club de los presidentes-empresarios.
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¿Qué más deja el
2016?
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Sin dudas, otra
marca imborrable es el viaje de Fidel Castro hacia la inmortalidad. Los
múltiples homenajes en cada rincón de la región (y de todo el mundo)
ratificaron que la historia no sólo lo absolvió sino que lo consolidó como uno
de los líderes de mayor influencia global, condensando en su figura todas las
resistencias contra la dominación capitalista.
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Por abajo y a la
izquierda, se destaca la reactivación de la movilización de calle en Argentina
y Brasil, obligada por las circunstancias. Papel digno jugó el movimiento
popular brasileño, que debió “competir” con las grandes marchas pro-golpe y
todo su aparato mediático, aunque sin lograr revertir el avance conservador ni
mantenerse activo en el tiempo. Argentina tuvo un año de protestas casi
cotidianas, muchas de ellas masivas, contra la brutal arremetida del gobierno
macrista en todos los campos. Sin embargo, todavía se impone una lógica de
fragmentación y autoconstrucción que limita las ilusiones para la edificación
de un proyecto popular.
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Otro aporte
novedoso en este año llegó desde el zapatismo, que luego de 22 años de una
construcción reticente a toda disputa institucional anunció su apoyo a la
candidatura de una mujer indígena para las elecciones de 2018, aunque aclararon
que no será una integrante del EZLN sino que “el Congreso Nacional Indígena es
quien va a decidir si participa o no con una delegada propia, y, dado el caso,
contará con el apoyo del zapatismo”.
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Pero sin duda la
vanguardia de la resistencia continental ha sido el movimiento de mujeres, que
impulsó multitudinarias acciones contra la violencia machista en toda
Latinoamérica. Con altas dosis de coraje, creatividad y, sobre todo, capacidad
para caminar en unidad, el movimiento feminista logró interpelar a las mayorías
e instalar la problemática en la agenda pública de la región.
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También queda como
saldo positivo el avance hacia el fin del conflicto armado en Colombia después
de más de medio siglo. A pesar del traspié en el plebiscito, que demostró la
permanencia del poder uribista, el acuerdo de paz entre el gobierno y las Farc
logró reencarrilarse y camina a su implementación. Aún resta que se destrabe la
mesa con el ELN y que el cambio de escenario también abra las puertas a la
participación política con garantías para la izquierda colombiana, lo que
implicará, entre otras cosas, el desmonte del paramilitarismo que sólo en 2016
asesinó a más de 100 líderes sociales.
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El juego
sigue abierto
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La próxima gran
batalla será en febrero en Ecuador, cuando el oficialismo afronte su primer
desafío presidencial sin Rafael Correa. Su candidato Lenin Moreno tendrá un
casi seguro mano a mano con el empresario y banquero Guillermo Lasso, ex
funcionario en los gobiernos de Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez.
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Y Venezuela,
obviamente, seguirá siendo en todo el 2017 el principal terreno de disputa.
Será clave para el futuro de la región, entonces, la capacidad que muestre la
revolución bolivariana para seguir resistiendo al asedio permanente,
reconfigurar su esquema económico-productivo y no quedar atrapada en sus
propias contradicciones.
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Como sea, el
devenir de Nuestra América se dirimirá en las calles. En palabras del sociólogo
y ex ministro venezolano Reinaldo Iturriza, “la principal incógnita que hay que
despejar en América Latina hoy es la siguiente: ¿cuánto tiempo, y a qué precio,
lograrán las oligarquías contener la fuerza popular movilizada contra las
medidas anti-populares que, inevitable e invariablemente, ya ejecutan allí
donde han recuperado el poder, y ejecutarán en aquellos países donde logren
formar gobierno?”.
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(*) Publicado por
nodal.am y el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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