Perú actual
UNA HISTORIA DE NUNCA
ACABAR
Por Roberto Mejía Alarcón
El país afronta uno de los episodios más ingratos
de su vida republicana. Un viejo mal: la corrupción, corroe sus entrañas. Todo
indica que afronta un cáncer moral que puede desestabilizar su frágil
estructura legal. La dimensión de la perniciosa enfermedad no se conoce
todavía, pero muchos creen que podría traer por los suelos la posibilidad de
encarrilar su existencia por las mejores vías de la democracia. Adelantar
juicios sobre lo que vendrá, sin embargo, sería pecar de apresurado.
Todo
depende de lo que hagan quienes tienen que salvar al paciente. Éste no está desahuciado.
Contrariamente a la actitud de los más pesimistas, lo que está ocurriendo
podría brindarnos la oportunidad trascendental para cambiar de raíz hábitos,
costumbres, medios y, de esa manera, transformar en definitiva la forma de
hacer política salvaguardando el bien patrimonial de la patria. Tarea titánica
que hay que exigir no puede estar en manos de curanderos ni chamanes y menos de
los que por adelantado se aprestan a ser cómplices de las malas andanzas de los
autores de estos crímenes que tiene mucho de traición a los anhelos de un
pueblo que sueña con una vida más decorosa.
El serio problema creado por la empresa Odebrecht
con la complicidad de gobernantes que no merecen llamarse peruanos, a la fecha
tiene todas las características de una catástrofe, a tal punto que hasta el
psicoanalista Max Hernández, conocido por su ponderación, ha llegado a exclamar
que la revelación está provocando un sismo cuyos alcances son de temer porque
sus réplicas se van ver a lo largo del año. “Un gigante como Odebrecht que
parecía llenar de orgullo a América Latina, capaz de ejecutar proyectos hasta
en los Estados Unidos, resulta que se basaba en sobornos” ha dicho para
graficar su indignación. Indignación que crece al mencionarse que desdibuja la
actuación mala o regular de regímenes como los de los expresidentes Alan
García, Alejandro Toledo y Ollanta Humala, sin descontar lo que podría haber
ocurrido durante los largos años de la autocracia de Alberto Fujimori.
¿El descubrimiento de estos felones, el de sus
secuaces, está garantizado? No se sabe. Personas que tienen experiencias en
estos trajines tienen dudas. César Azabache, abogado penalista que integró el
equipo de la Procuraduría Anticorrupción que investigó a Fujimori y a su
codelincuente Vladimiro Montesinos, es uno de ellos. Ha puesto el dedo en la
llaga. Tomando como ejemplo lo ocurrido en hechos penados por la ley en el año
2001, que involucraba a los dos reos ya citados, advierte que hay en el país un
sistema que permite al Poder Legislativo abrir comisiones investigadoras para
asuntos de interés público, sin que la Constitución Política del Estado le
ponga límites a las prerrogativas que tienen respecto a las que al mismo tiempo
tiene el Ministerio Público. De esta manera, el jurista aboga porque la
comisión congresal se aboque a establecer las responsabilidades políticas,
dejando que el Ministerio Público haga lo suyo: establecer las
responsabilidades penales.
Entre quienes consideran que lo ocurrido puede
servir para superar lo malo y encaminar al país por otros rumbos, está el
presidente del Consejo de Ministros. Fernando Zavala, con otra visión de la
realidad en razón del cargo que ejerce, ha citado que el caso Odebrecht ha
comenzado a visibilizar la magnitud que ha alcanzado el problema de la
corrupción en nuestro medio. Según él, el conjunto de decretos legislativos
aprobados en esta materia, dentro de las facultades extraordinarias otorgadas
por el Congreso, son de particular importancia y están enfocados en tres
ámbitos: prevención, persecución y sanción y reinserción. La primera
-puntualiza- es la más poderosa. Por ello, se han realizado 40 modificaciones a
la Ley de Contrataciones del Estado. A partir de ahora, las empresas, sus
accionistas o vinculadas, no volverán a contratar con el Estado cuando haya una
condena o cuando exista reconocimiento de actos de corrupción. También se crea
la Autoridad Nacional de Transparencia y Acceso a la Información Pública.
Respecto a la sanción, se ha reforzado la autonomía de la Procuraduría General
del Estado para que ningún gobierno interfiera en su labor, sin dejar de
mencionar la aprobación de la muerte civil, para que ningún funcionario
corrupto vuelva a trabajar en el Estado.
La lista de medidas legislativas contra la
corrupción es amplia y seguro que ha dado lugar a una intensa labor en el
Ejecutivo. Pero, ¿habrá una actuación feliz para ponerlas en práctica o
sucederá lo mismo de lo hecho en gobiernos bien intencionados, que no fueron
capaces de desterrar un mal que tiene sus raíces en tiempos del virreinato?
Roguemos que no se repita la misma historia. Esa historia que nos hace recordar
cómo eran las ganancias ilegales e indebidas del virrey, las ganancias
irregulares y abusivas exprimidas por los titulares e interinos de cargos
venales como los de gobernador, corregidor y oidor, ineficiencias
administrativas ligadas a la corrupción como el retraso interesado en el cobro
de deudas y el descuido en la supervisión y el mantenimiento de las minas,
además, entre otras, las pérdidas debido al contrabando. Esa historia a la que
se tituló “saqueo patriótico” y que hizo que al no contar con recursos
financieros, los líderes y caudillos militares que apoyaron a la causa
emancipadora abusaran de la expropiación, las corruptelas y el crédito externo
e interno en nombre de la causa patriótica, hechos que involucraron a
personajes que actuaron bajo la sombra de San Martín y Bolívar, como el caso de
Bernardo Monteagudo, Juan Pablo Santa Cruz, Agustín Gamarra, dentro de una
larga lista, que hicieron que Hipólito Unanue, ministro de Hacienda de Bolívar,
hiciera notar su preocupación por los excesos y el caos fiscal. Todo eso, sin
dejar en el olvido, los enormes saqueos en tiempos de Leguía, Sánchez Cerro y
su compinche Ricardo Guzmán Marquina, y Manuel A. Odría, quien dio un golpe de
Estado para “restaurar” y “rescatar” la política peruana de la inestabilidad
extrema y del conflicto interno, tal como relata Alfonso W. Quiroz, en su obra
” Historia de la Corrupción en el Perú”.
Podemos concluir que para bien o para mal, la
historia se repite. Por tanto, una plegaria no estaría demás en estos cruciales
momentos, para tratar de sacar al país de la canalla integrada por malos
gobernantes, que lamentablemente, se reinventan generación tras generación.
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