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miércoles, 13 de mayo de 2015

OPINIÓN-BRUNNER-KRADIARIO

¿SEGUNDA ETAPA?

Por José Joaquín Brunner

El cambio de gabinete, se dice, inaugura una segunda etapa:  moderada, se agrega, más hacia el centro. ¿Por qué sería así? Porque los ministros entrantes -especialmente los llamados a dirigir las carteras del Interior y de Hacienda- serían personas alejadas de los extremos, de talante tranquilo. Es decir, personas que se toman las cosas con tiempo, sin nerviosismos ni agobios. Habría una nueva oportunidad para acercar posiciones, articular intereses y lograr acuerdos.
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¿Este es un buen análisis? No. No lo es.
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Por lo pronto, ni la política como campo de fuerzas ni las políticas públicas como intervenciones del Estado en la economía y la sociedad dependen del talante de las autoridades; ni siquiera de sus talentos únicamente. No son cuestiones de semblante ni de disposiciones o gustos personales. No digo que sean completamente ajenas a las intenciones, la psicología y el juego de personalidades. Pero básicamente son de otra naturaleza.
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En efecto, la política y las políticas tienen que ver con la voluntad de poder, con proyectos ideológicos, con redes y equipos, con liderazgos y con la construcción de un orden que combine las libertades de los ciudadanos con la autoridad democrática.
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¿Qué hace falta entonces para saber si estamos ingresando a una segunda etapa?
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Una decidida expresión de la voluntad presidencial. Un encuadre por parte de la Presidenta de su visión para lo que resta de su gobierno expresado en una agenda, metas y medios. Una manifestación de su voluntad de actuar articulando ideas e intereses antes que confrontándose con quienes no aplauden. Un efectivo empoderamiento de sus dos ministros claves y del resto del gabinete para que impriman un nuevo rumbo al gobierno, y  logremos así superar la crisis de conducción de los últimos meses.
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Los partidos de la Nueva Mayoría tienen una responsabilidad especial en esta encrucijada. Deben reclamar la rectificación y apoyarla. Deben dar respaldo al nuevo equipo y asegurar la gobernanza. Algunas señales iniciales son desalentadoras: de regreso a las querellas personales, los excesos retóricos, el comentario sibilino. Por esa vía los partidos estarían condenándose a permanecer en la irrelevancia y a alimentar la distancia de la opinión pública respecto de la política y el gobierno. Es imprescindible que los partidos recuperen su capacidad de análisis y den muestras de entender la crisis y de estar en posesión de los medios para superarla. No pueden entregarse solamente a una racionalidad expresiva, a un juego de emociones, al espectáculo y la impotencia, reducidos a comentar los sucesos y a ser un eco de la opinión pública que ellos deberían orientar. Sobre todo, deben resolver sus cuitas internas, terminar con los comportamientos erráticos y dejar de transmitir una suerte de desconfianza en sus propias capacidades que les impide actuar con decisión.
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Si no se reúne este conjunto de condiciones, el gobierno continuará dando vueltas sobre  sí mismo y el nuevo equipo de ministros seguirá la suerte del anterior. La segunda etapa no pasaría entonces más allá de un wishful thinking, como llaman los ingleses al pensamiento ilusorio, sin base en un análisis racional (El optimismo a ultranza).

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