OPINIÓN-BRUNNER-KRADIARIO
¿SEGUNDA ETAPA?
Por José Joaquín Brunner
El cambio de gabinete, se dice, inaugura una segunda
etapa: moderada, se agrega, más hacia el
centro. ¿Por qué sería así? Porque los ministros entrantes -especialmente los
llamados a dirigir las carteras del Interior y de Hacienda- serían personas
alejadas de los extremos, de talante tranquilo. Es decir, personas que se toman
las cosas con tiempo, sin nerviosismos ni agobios. Habría una nueva oportunidad
para acercar posiciones, articular intereses y lograr acuerdos.
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¿Este es un buen análisis? No. No lo es.
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Por lo pronto, ni la política como campo de fuerzas ni las
políticas públicas como intervenciones del Estado en la economía y la sociedad
dependen del talante de las autoridades; ni siquiera de sus talentos
únicamente. No son cuestiones de semblante ni de disposiciones o gustos
personales. No digo que sean completamente ajenas a las intenciones, la
psicología y el juego de personalidades. Pero básicamente son de otra
naturaleza.
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En efecto, la política y las políticas tienen que ver con la
voluntad de poder, con proyectos ideológicos, con redes y equipos, con
liderazgos y con la construcción de un orden que combine las libertades de los
ciudadanos con la autoridad democrática.
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¿Qué hace falta entonces para saber si estamos ingresando a
una segunda etapa?
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Una decidida expresión de la voluntad presidencial. Un
encuadre por parte de la Presidenta de su visión para lo que resta de su
gobierno expresado en una agenda, metas y medios. Una manifestación de su
voluntad de actuar articulando ideas e intereses antes que confrontándose con
quienes no aplauden. Un efectivo empoderamiento de sus dos ministros claves y
del resto del gabinete para que impriman un nuevo rumbo al gobierno, y logremos así superar la crisis de conducción
de los últimos meses.
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Los partidos de la Nueva Mayoría tienen una responsabilidad
especial en esta encrucijada. Deben reclamar la rectificación y apoyarla. Deben
dar respaldo al nuevo equipo y asegurar la gobernanza. Algunas señales
iniciales son desalentadoras: de regreso a las querellas personales, los
excesos retóricos, el comentario sibilino. Por esa vía los partidos estarían
condenándose a permanecer en la irrelevancia y a alimentar la distancia de la
opinión pública respecto de la política y el gobierno. Es imprescindible que
los partidos recuperen su capacidad de análisis y den muestras de entender la
crisis y de estar en posesión de los medios para superarla. No pueden
entregarse solamente a una racionalidad expresiva, a un juego de emociones, al
espectáculo y la impotencia, reducidos a comentar los sucesos y a ser un eco de
la opinión pública que ellos deberían orientar. Sobre todo, deben resolver sus
cuitas internas, terminar con los comportamientos erráticos y dejar de
transmitir una suerte de desconfianza en sus propias capacidades que les impide
actuar con decisión.
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Si no se reúne este conjunto de condiciones, el gobierno
continuará dando vueltas sobre sí mismo
y el nuevo equipo de ministros seguirá la suerte del anterior. La segunda etapa
no pasaría entonces más allá de un wishful thinking, como llaman los ingleses
al pensamiento ilusorio, sin base en un análisis racional (El optimismo a
ultranza).
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