ASAMBLEA CONSTITUYENTE-CRISIS-KRADIARIO
¿POR QUÉ LOS PLUTÓCRATAS LE TEMEN A LA ASAMBLEA
CONSTITUYENTE?
Por Rafael Luis Gumucio Rivas
Si analizamos la crisis de dominación oligárquica con un
mínimo de realismo, llegaríamos a la conclusión de “perogrullo” de que devolver
el poder a sus verdaderos detentores, los ciudadanos, es la salida más
democrática, más pacífica y más justa. La mayoría de las Constituciones
legítimas, en la historia de la humanidad, han emanado de Asambleas o Cortes
Constituyentes y, además, han sido refrendadas por sendos plebiscitos.
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Las Asambleas Constituyentes son la más moderna expresión
de la democracia, a partir de las Revoluciones francesa y estadounidense. En
este país de “bárbaros” llamado Chile, en ninguna Constitución, a partir de 1833,
ha participado el pueblo. Lo cual señala que siempre hemos tenido una
democracia precaria, y que la oligarquía ha hecho lo que quiere con la
ciudadanía a su real gusto, siempre y con mucho habilidad, protegiendo sus
intereses.
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Es dable pensar que la plutocracia – hoy en crisis – va a
recurrir a los mismos métodos de siempre para seguir engañando a los ciudadanos
y, de esta manera, evitar que el pueblo logre convertirse en constituyente y
que, por primera vez en nuestra historia, determine sus propias reglas de
convivencia.
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Para la plutocracia reinante no le ha sido difícil
conquistar a hijos de proletarios y de clase media que, por medio del halago,
los convierte en sus mejores aliados. Esta y no otra es la triste historia del
Partido Demócrata, a fines del siglo XIX y comienzos del XX; del Partido
Radical, en los años 30 que, de bomberos y masones se convirtieron en siúticos
y forrados en abrigos de piel de camello; posteriormente, el Partido
Socialista, en 1933; la Democracia Cristiana, en los años 60, y los partidos
Mapu e Izquierda Cristiana, a partir de
1970. Nada más fácil para la oligarquía chilena que lograr que estos partidos,
antes revolucionarios y populares, hoy terminen siendo los mejores defensores
del statu quo.
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El que los “tribunos del pueblo” sean, a la larga, amigos
de los señorones de esta aristocracia santiaguina beata y mala – como diría
Diego Portales – no es ninguna novedad: que el hijo de panadero, hoy ostente el
tristemente célebre título del enemigo acérrimo de la Constituyente – un roto
metido a gente defiende mejor los intereses de los patrones, pues capta y
defiende con más ahinco la bolsa de sus patrones logrando, tal vez, algunas
prebendas.
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En la anterior crisis de dominación oligárquica, de los
años 20, quien jugó el papel de encantador de serpientes fue “el tribuno de la
plebe”, el León de Tarapacá, que engañó a todos – pueblo y ejército – con una
oratoria florida y demagógica, prometiendo el paraíso a su “querida chusma”. La
famosa Constituyente, prometida por los militares revolucionarios del mes de
enero de 1925, terminó en una mascarada de Constitución, redactada por Arturo
Alessandri y su asesor refrendada por un plebiscito – fraudulento como el de
1980 -.
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Quienes creen que en Chile impera “el caiga quien caiga”,
que las instituciones funcionen y que la justicia se aplica para todos, o se
tragan la estupidez de “la igualdad ante la ley, se van a dar cuenta, más
temprano que tarde, que en la actual crisis de dominación plutocrática los
poderes fácticos se saben defender bastante bien. Veamos la realidad: el caso
Caval va a terminar en un acuerdo extrajudicial y la familia Dávalos-Compagnon
disfrutarán de mil millones de pesos, en vez de dos; los Carlos Eugenio y
Alberto habrán pasado un poco más de un mes en la cárcel, pero hoy gozan de en
sus ricas mansiones de opíparos manjares, sin haber perdido ni un centavo de
sus millones o billones – salvo algunas propinas que regalaron al Servicio de
Impuestos Internos -. En el próximo mes, Martelli y la Nueva Mayoría estarán en
la palestra, pero de seguro, sólo seguirá siendo pan y circo, una forma tan
genial para mantener al pueblo feliz, mientras le meten la mano en el bolsillo.
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La plutocracia sigue siendo genial para seguir engañando a los ciudadanos: dirán
que lo único legal es una Constitución aprobada por el Congreso, pues saben muy bien que seguirán las mismas trampas; una de las personas engañadas fue el “pavo
inflado” de Ricardo Lagos, quien hizo creer a los tontos que el reencauchaje de
2005 convertía la Constitución dictatorial de 1980 en democrática.
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Hoy
personajes como Camilo Escalona y Andrés Zaldívar están vendiendo la idea de
una comisión bicameral para que redacte una nueva Constitución y que la apruebe
un Parlamento, rechazado por un 90% de los ciudadanos, además de partidos
políticos, que sólo cuentan con el 3% de apoyo - tal vez los ingenuos puedan
creer que esta institución es legítima, cuando no es más que una pantomima, que
reúne a viejos gotosos y gagá -.
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Hay que aprovechar el “proceso constituyente”, a partir
del mes de septiembre próximo, anunciado por la Presidenta, para seguir algunos
cursos de acción: en primer lugar, una urgente campaña contra el analfabetismo
político, con una pedagogía ciudadana; en segundo lugar, aprovechar los
cabildos, seminarios, talleres, foros y otras actividades, en elementos
constitutivos de un tejido social ciudadano – una versión siglo XXI de la
democracia de los pueblos; en tercer lugar, si se convocara una Corte Constituyen
– a imitación de las españolas, 1812 y 1931 – podría utilizarse este
instrumento si tuviera el carácter fundacional, lo cual vendría a ser algo
parecido a la una Asamblea Constituyente; en cuarto lugar, en la lucha por la
convocatoria de la Asamblea Constituyente debe predominar el gradualismo,
abandonando todo maximalismo – lo que interesa es que la totalidad de los
ciudadanos participe de la Asamblea -; en quinto lugar, los movimientos
sociales debe aprovechar el proceso para presionar a las autoridades,
obligándolas a reformar la Constitución vigente para llamar a un plebiscito.
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