ENSAYO-CRISIS-KRADIARIO
NO EXISTE EN CHILE UNA SALIDA POLÍTICA REAL A LA CRISIS PORQUE LOS PARTIDOS ESTÁN ENTRAMPADOS Y NO TIENEN VOLUNTAD NI CREDIBILIDAD
Tampoco la CUT está en condiciones de asegurar que tiene la representatividad del mundo laboral.
Para impulsar los cambios necesarios hay que estar en posesión de poder que se consigue acumulando fuerza social, lo que se logra unificando a los sectores desprotegidos.
Los partidos de la llamada ‘izquierda’ no son convocantes legítimos para las transformaciones porque sus objetivos son el perfeccionamiento constante de la vigencia del sistema de dominación.
La crisis de legitimidad, con una representación política
tanto natural como espuria de las clases y fracciones dominantes, muestra a simple vista escasas posibilidades de encontrar salidas concretas a la difícil y tensa situación que afecta a Chile.
Algo diferentes serían, sin embargo, las posibilidades del movimiento social para alterar el curso de los acontecimientos. Para ello, analizaremos en este artículo la situación de los sindicatos,
del movimiento estudiantil y del resto de los movimientos sociales, lo que haremos conjuntamente con los partidos políticos que se autodenominan ‘de
izquierda’, puesto que no pocas personas continúan aún (y seguirán) creyendo ver
en sus actuales formas de organización y
funcionamiento la llave maestra que abrirá las compuertas al ingreso de una
sociedad mejor.
Los partidos políticos ‘de izquierda’ son, como su nombre lo
indica, ‘de izquierda’. Esta forma simplista, a la vez que reduccionista, de
concebir la sociedad con dos bandos contrapuestos, uno de los cuales (los
ricos) va a ser la ‘derecha’ siendo el otro (los pobres) la ‘izquierda’, se ha
impuesto con fuerza en la escena política de la nación. Por tanto, bajo la
denominación de ‘izquierda’ se trata de identificar al sector que debería
defender los intereses de los sectores desprotegidos.
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La mayor parte de las
veces, sin embargo, dicho sector no realiza tal cometido. La ‘izquierda’, por
consiguiente, raras veces cumple con su rol de representar naturalmente el
interés de los vendedores de fuerza de trabajo. Obnubilada por las ideas de
ciertos ideólogos de moda, adhiere a una extraña mezcla de doctrinas (no
teorías) que los une en torno a una idéntica vocación de administrar el Estado.
Pero esa es la ‘izquierda’ chilena, una mezcla curiosa en donde la palabrería
hueca y el lenguaje cotidiano parecen
ser más importantes que los conceptos. Todas las organizaciones constituyen el llamado pacto ‘Nueva Mayoría’ que es,
en verdad, la ex Concertación de Partidos por la Democracia (o simplemente
Concertación) más el partido Comunista,
el MAS y Revolución Democrática. Todos ellos forman parte del gobierno de
Michelle Bachelet, con sus permanentes desavenencias y desacuerdos.
Unidos por lo que, en términos empresariales, se denomina
‘espíritu de cuerpo’, que es la conducta de quien se siente parte de una
cofradía y sale ciegamente en su defensa sin siquiera preguntarse por qué lo
hacen, actúan a menudo como una sola
mente.
En resumidas cuentas, los partidos tradicionales y los
nuevos que conforman ese pacto se encuentran entrampados; y para el colmo, no
tienen voluntad política para resolver la crisis, si lo intentaran nadie
les creería y, en todo caso, ni siquiera
disponen de la capacidad necesaria para llevar adelante tales iniciativas.
El sindicalismo
El movimiento sindical, por su parte, no se encuentra en una situación
mejor. Las disputas por el liderazgo y la conducción gremial han hecho estragos
entre las organizaciones sindicales. La Central Unitaria de Trabajadores, que
no es la CUT antigua, se encuentra aislada del resto de los movimientos que no
forman parte de ella y que no son pocos, intentando llevar adelante una reforma
laboral que es resistida por la generalidad de los asalariados. La CUT no está en condiciones de asegurar que tiene la
representatividad del mundo laboral; es la más grande organización que existe,
pero no es la central ‘única’.
Los problemas de unificación del mundo sindical constituyen
solamente una parte de la problemática. Al margen de todo aquello, el
sindicalismo se encuentra tremendamente debilitado por efecto de la legalidad
impuesta por la dictadura. Las huelgas no han logrado levantar a la aguerrida
clase trabajadora ni tampoco elevar su calidad de vida; curiosamente, la
generalidad de los conflictos laborales que se han generado en los últimos
años, resultaron dañinos para el interés de los trabajadores. En los años 2014 y 2013 el promedio de los reajustes salariales tras negociaciones colectivas no logró superar el 1% (ver Durán y Kremerman, Fundación Sol).
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La situación es trágica para el sector laboral. Eliminado en
gran medida el verdadero sector productor de plusvalor, que se concentra dentro
del sector industrial (solamente quedan las áreas del cobre y de las
forestales) en beneficio de las empresas importadoras, la clase obrera ha
crecido en el ramo de la construcción y en el trabajador ocasional. Pero dicho
crecimiento no basta para cifrar una esperanza en ella. El pasado duro y la veleidosidad de los partidos de la ‘izquierda’ frente al derecho a obtener mejoras en las condiciones laborales,
han sembrado temor en la clase trabajadora que prefiere hoy un salario pequeño pero
seguro antes de aventurarse en paros o peticiones que puedan desatar la ira de
los patrones en contra de ellos.
Movimientos sociales
Entretanto, los movimientos sociales están permanentemente apareciendo y
desapareciendo a lo largo y ancho de toda la geografía nacional, circunstancia
que permite caracterizarlos como verdaderas estructuras disipativas,
organizaciones esencialmente efímeras, transitorias, que sólo aparecen en el
borde del caos, en torno a situaciones coyunturales y específicas.
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En consecuencia, las organizaciones sociales no están
preparadas para asumir el control de una nación porque el estrecho marco visual
de sus reivindicaciones las hace nacer y morir dentro de períodos de
extraordinaria brevedad.
El movimiento estudiantil se presenta como un segmento
social diferente a los otros. Consta de dos grandes ámbitos, herencia de la distribución
que el mando jerárquico de la nación hizo de los jóvenes: los que pertenecen a
la educación secundaria o ‘inferior’, y
los que pertenecen a la educación universitaria o ‘superior’. Esta estructura
divisoria se acrecentó hasta manifestarse como una separación absoluta de
intereses hasta el momento de la derrota de los ‘pingüinos’ en 2006. Esta
derrota no fue fruto del azar sino una maniobra consciente y deliberada que se
perpetró y consumó bajo el primer período presidencial de Michelle Bachelet y
con su directa participación; la unificación del movimiento estudiantil pudo
alcanzarse sólo en los años posteriores y alcanzó su clímax en las grandes
marchas de 2011 que se han prolongado hasta nuestros días.
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El movimiento estudiantil es diferente porque constituye el
segmento doctrinariamente más lúcido y decidido de la sociedad en cuanto a los
objetivos de conseguir una sociedad más humana, fraterna y solidaria: se trata
de jóvenes que, tarde o temprano, tomarán en sus manos las riendas
administrativas de la sociedad.
Así, pues, si bien es cierto que la actual crisis de
legitimidad se presenta como una oportunidad para los sectores dominados en
cuanto a efectuar las transformaciones estructurales que se requieren, también
no es menos cierto que las condiciones para hacerlo no les son las más
favorables. Porque no se trata de realizar las transformaciones que el pacto
‘Nueva Mayoría’ llama ‘estructurales’, sino aquellas que verdaderamente lo son.
Si el sistema capitalista posee una estructura basada en la
existencia contrapuesta de compradores y vendedores de fuerza o capacidad de
trabajo, una transformación estructural implica alterar esa composición,
situación que, necesariamente, lo hace derivar a un sistema diferente. He ahí
el quid del problema. Por eso, cuando se habla de ‘transformaciones
estructurales’ no se habla de simples reformas sino de alteraciones en la
composición estructural de un sistema. En palabras más directas, en el cambio
de un sistema por otro. Todo lo demás es un eufemismo.
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Pero, ¿es, acaso, posible realizar esa tremenda tarea? Para que una época de cambios se haga
presente, para aprovechar las ventajas que arroja una crisis de los sectores
dominantes como sucede en el país, es necesario estar en posesión de poder; y
el poder se consigue acumulando fuerza social, lo que se logra unificando a los
sectores desprotegidos. Dicha unificación se puede alcanzar de muchas maneras.
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Por una parte, puede hacerse a través de proponer la
consecución de la propia unidad en el carácter de meta a lograr en determinado
plazo; por otra, puede igualmente conseguirse en virtud de establecer un
objetivo que sirva para alcanzar esa unidad, es decir, entregando una propuesta
que entusiasme al conjunto social de tal manera que lo haga plegarse en forma
incondicional al logro de ese objetivo.
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Sin embargo, la formulación de la tarea a realizar requiere de
algo más: debe ser propuesta por alguien y ese alguien no puede ser un sujeto
cualquiera. Por tanto, se trata de determinar a quién o quiénes van a realizar
la propuesta, y si tal persona o personas tienen o no legitimidad para hacerlo. La conducta de "un convocante" que le otorga legitimidad implica ausencia de comportamientos anómalos, fracasados o dudosos, que puedan poner en tela de juicio su probidad o capacidad de conducción. La seriedad de su convocatoria, íntimamente relacionada con lo anterior, implica su compromiso de tomar parte activa en ella.
Quién o quiénes pueden ser los convocantes
Los partidos de la
llamada ‘izquierda’ están impedidos de tomar en sus manos la convocatoria , porque no son
convocantes legítimos; perdieron su legitimidad y se encuentran
desprestigiados, incluso, ante sus propias bases y para el
caso que lo fueran, no tienen la convicción ni están interesados en hacer
transformaciones verdaderamente estructurales al sistema, porque sus objetivos
son perfeccionar constantemente la
vigencia del sistema de dominación introduciéndole reformas que permitan
reducir o amortiguar las contradicciones de clase.
Los
partidos del pacto ‘Nueva Mayoría’ se han transformado en obstáculos para la
satisfacción de los intereses de las grandes mayorías nacionales.
En el mundo sindical, la CUT no es tampoco un legítimo convocante.
Descontando el hecho que no representa al mundo laboral pues los trabajadores
sindicalizados constituyen apenas el 8% de la población laboral chilena. La Confederación de Trabajadores del
Cobre es extraordinariamente importante pues el cobre ha sido y seguirá siendo
la columna vertebral de la economía chilena; se trata, por consiguiente, de una
organización sindical establecida en empresas del área estratégica de la
economía. Otro sector estratégicamente importante es el bancario pues, que es el de los compradores de fuerza o capacidad de
trabajo que conduce hegemónicamente el Bloque en el Poder.
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A su vez, el movimiento estudiantil no está en las mismas condiciones
que en 2011. Si bien la FECH mantiene la línea de acción que trazara Gabriel
Boric en 2012, el apoyo del estudiantado de la Universidad Católica es
limitado. La CONFECH ha podido realizar sus marchas no como antaño sino tan
sólo con cierto éxito pues su llamado al cacerolazo tuvo escasa repercusión el
día de la protesta. Los secundarios tienen dos organizaciones que son la
Confederación Nacional de Estudiantes Secundarios (CONES) y la Asamblea
Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES), ambas con direcciones que buscan
llevar adelante ideas bastante avanzadas.
El comportamiento de las dirigentes comunistas Carol Cariola
y Camila Vallejo en cuanto al cambio radical que tuvieron, de contradictoras al
gobierno del pacto ‘Nueva Mayoría a sostenedoras del mismo, aunque era fácil de
prever, ha producido un severo daño a la credibilidad del movimiento
estudiantil.
El diputado Giorgio Jackson, que luchara
con tanto ahinco contra el Gobierno de Piñera y manifestara dudas respecto del
pacto ‘Nueva Mayoría’, terminó llamando a votar por Bachelet en la segunda
vuelta.
Así, pues, la situación no es la de 2011: la confianza en el
movimiento estudiantil también se ha
deteriorado; sin embargo, a pesar de ello, es el más indicado para nuclear en
torno suyo a los sectores más proclives a los cambios. Pero es dudoso si tiene o no la calidad de
convocante dotado de legitimidad.
¿Existe el convocante legítimo?
Puede suceder que ese convocante legítimo no exista o no
haya aún manifestado su presencia dentro de la comunidad; pero puede, además,
suceder que la búsqueda del mismo se haya centrado en personas individualmente
consideradas, como acostumbra hacerse respecto del ‘líder’. La
individualidad del convocante legítimo no es un requisito esencial de su
existencia. Porque cuando tal convocante particularmente considerado no se
manifiesta, en su reemplazo puede hacerlo como tal una persona colectiva, un
conjunto de individuos que ha querido concertarse con el fin de presentar a la
comunidad una propuesta para actuar en contra de los dominadores. En ausencia
del convocante legítimo particular corresponde, en consecuencia, crear al
convocante legítimo colectivo pues la sumatoria de sujetos, en potencia de ser
reconocidos en el carácter de tal, actuando de consuno, dan nacimiento a un
solo convocante dotado de legitimidad
El convocante legítimo es, pues, un ‘factor de unidad’, pero
de unidad social. Se trata de una persona, como ya se ha dicho —individual o
colectivamente considerada—, reconocida por la comunidad como un actor cuyo
llamado a la acción no sólo debe ser considerado, sino constituye, además, para
ese conjunto social un imperativo imposible de resistir. Por consiguiente,
repetimos que cuando el convocante legítimo individualmente considerado no
aparece o no se manifiesta, es tarea de los movimientos sociales realizar
encuentros sucesivos destinados a provocar la emergencia de aquel en el carácter
de sujeto colectivo.
Como conclusión sostenemos que de no
ocurrir un cambio importante en la conducta de las organizaciones sociales,
sindicales y estudiantiles en torno a encontrar cauces de unidad, y de no hacer
su aparición un convocante dotado de absoluta legitimidad, es muy posible que
los actores políticos vuelvan a tomar en sus manos el control de la situación y
alejen, merced a maniobras realizadas en el plano del manejo de ciertas
instituciones y de los recursos estatales, además de la propaganda y de los
medios de comunicación, el fantasma de la crisis que ha penado hasta ahora por
las instituciones estatales.
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