VIOLENCIA EN LAS MARCHAS-KRADIARIO
NUEVAMENTE LOS EXCESOS EN CARABINEROS
Por Hugo Latorre Fuenzalida
La brutalidad policial tiene solución, pero las autoridades
civiles no tienen ni la inquietud ni el coraje para resolverlo.
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La fuerza policial se llama así porque está destinada al uso
de la fuerza. Cualquier transeúnte con cierta lógica elemental podría sostener
que nadie debe quejarse de que usen esa fuerza. Y en apariencia tendría razón. El
problema radicaría entonces en saber el cómo, cuándo y dónde aplicar la fuerza. Eso lleva a discriminar
además contra qué resistencia se aplica la fuerza, lo que conduce al tema de la
proporcionalidad.
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Mucho se ha insistido en castigar a los policías que se
salen de madre y golpean de manera brutal a muchachos indefensos (que no son
nunca los encapuchados); lo que enseña que los golpeados no tienen la
sagacidad de los encapuchados, ni la habilidad para el escape de los
encapuchados; es decir son estudiantes comunes y corrientes que protestan pero
no agreden, no maltratan a carabineros, pero sí son, de manera indefectible,
los que son agredidos de manera desconsiderada por unos hombrones resueltos,
entrenados, corpulentos y dotados de todo tipo de protecciones y aditamentos
para agredir de manera muy peligrosa.
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Uno se pregunta por cuál es el criterio de selección de este
personal policial que se destina a las contenciones callejeras. Claramente un
criterio es su corpulencia. Lo otro que uno se pregunta también es si se da una
selección psicológica para elegir al personal de choque. Porque cuando se trata
de enfrentamientos entre fuerzas tan desigualmente equipadas y entrenadas, se
debe tener sumo cuidado en que este
personal no esté integrados por personas que sufran de algún incontinencia
neuronal al momento de enfrentar al público. Porque lo que ha quedado claro, en
los casos expuestos, es que ese tipo de personalidad está actuando dentro de
los grupos de choque, lo que es responsabilidad única y grave de la
institución.
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Como han sido tantas las veces que estas confrontaciones han
terminado en tragedias y no se arregla nada, a pesar de las declaraciones de
los responsables, quiere decir que la lógica de combate frontal, sin considerar
las variables de cada caso, se ha impuesto dentro de la institución policial y
que, además, la institucionalidad política ha sido incapaz de cambiar esta
situación por una más racional, profesional y humana.
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Corresponde al ministerio del interior comenzar a tomar
cartas directas en el asunto y dejarse
de lindezas como el que “se está investigando” y “se castigará al responsable”.
No….eso ya no ha dado resultados. Lo que se requiere es una política distinta
en la preparación y selección del personal de choque, pues no se puede permitir
más tragedias de este tipo en un país
que, por sus insatisfacciones tremendas, seguirá sufriendo las protestas
callejeras por bastante tiempo.
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La formación del personal policial no debe ser militar
solamente; debe ser humanista también, lo que habla de que se deben inculcar
otros valores distintos a los que introdujo la etapa dictatorial y militarista.
En esa etapa bárbara, se sabe que los policías tenían chipe libre para agredir,
sin control ni restricción, a los
civiles. Hoy en día nadie está dispuesto a tolerar que un uniformado bestial
dañe, lesione o asesine a uno de sus hijos. La ley debe establecer que un daño
o crimen que implique a un uniformado y
cuya víctima sea civil, sea tratado en
tribunales civiles y no siga esa protección indecente de los uniformados por
los tribunales militares. Porque estas desigualdades ante la ley hacen enojosa
la vida en sociedad. Es como cuando un micrero del Transantiago le estropea su
vehículo o mata a alguien, la víctima sabe perfectamente que nada saca con
perseguir al chofer, pues estará amparado por un sindicato que todo lo sobresee.
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Cuando la impunidad del más fuerte o el más organizado se
impone, quiere decir que la sociedad está en clara falencia con la justicia
mínima y básica para seguir aceptando la vida en sociedad.
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El diagnóstico y
seguimiento permanente del personal policial debe ser una de las
prioridades urgentes en el cambio institucional que debe venir en la policía
del país. Pero también deben saber de los valores humanistas que impone el
respeto a toda vida, como algo sagrado y no como un objeto que se puede
aplastar si se tiene la ocasión. Si no hay una jerarquía de principios y
valores diferentes en nuestros uniformados, entonces estaremos avalando una
sociedad salvaje, brutal, despiadada, inhumana e insensible. Todo ello no nos
puede traer más que desgracias, penas y tragedias, acompañados de un
sentimiento enguerrillado de todos contra todos, que es un poco lo que nos va
quedando en el disco duro que nos dejó la dictadura.
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