OPINIÓN-GUMUCIO-KRADIARIO
MICHEL JORRATT TIRÓ EL MANTEL
Por Rafael Luis Gumucio Rivas
En todo escándalo de proporciones siempre hay un chivo
expiatorio, por ejemplo, en el caso de “los sobresueldos”, al inicio del
gobierno de Ricardo Lagos, terminó pagando la cuenta el ministro Carlos Cruz,
luego que los políticos corruptos se sirvieron la opípara cena.
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Hoy, en caso
Penta y Soquimich parecía que iba a asumir el papel de “paganini” el ahora
defenestrado director del Servicio de Impuestos Internos, pero se negó,
tajantemente, a representar este desagradable papel, por el contrario, declaró
en la revista Qué Pasa que había sido presionado por el Ministerio del Interior
en el sentido de poder evitar la
querella contra Giorgio Martelli, el recaudador de dinero para las campañas, y su empresa que, según los emisarios del
gobierno, podría hundir al país.
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Al negarse Jorratt a ser el nuevo “chivo expiatorio”, por
lógica, tuvo que hacerse cargo del escándalo el renunciado Ministro del
Interior, Rodrigo Peñailillo – una vez perdido el poder es culpable de todos
los males provocados por la clase político-empresarial – quien, debe responder
por no sólo por copiar informes – como si el propio Karl Marx no lo hubiera
hecho al plagiar la genial idea de F. Hegel de que “la historia primero es en
tragedia y después en farsa”, además de robarle a Victor Hugo la frase de
“Napoleón el Pequeño”, incluso el lema “proletarios del mundo uníos”, tampoco
le pertenece – sí se le puede reprochar a Peñailillo el no acudir al recurso
característico honesto y obligado de citar la fuente -.
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Las declaraciones de Jorratt contienen, además, otras
acusaciones contra el ex Ministro del Interior, que bien podrían conducirlo a
una ridícula acusación constitucional, que no tendría ninguna posibilidad de
éxito, pero que serviría para seguir aleonando a la opinión pública contra el
gobierno de Michelle Bachelet y, a su vez, profundizar la crisis institucional
y radicalizar la “guerra santa” contra
las reformas, emprendida por el
empresariado y la derecha política y algunos sectores de la Concertación.
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No hay que engañarse: los privilegiados conservadores,
asustados ante el cambio, pueden aprovechar muy bien la crisis de dominación
oligárquica para transformarla en una verdadera restauración y, pretextando un
vacío político, instalar un populismo fascista, al cual ha postulado siempre la
UDI – se hace llamar “popular” cuando, en verdad, su verdadera fuerza está en
los sectores de altos ingresos -. Siempre debemos recordar la historia de
Silvio Berlusconi, en Italia, de Pierre Poujade, en la Francia de 1953, o de
George Boulanger, en la Francia del siglo XIX, todos marcados por un populismo
de derecha, capaz de agitar a las capas medias en razón de la “restauración del
orden”.
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Pienso que la crisis institucional chilena cada día se
parece más a la italiana, que terminó por destruir el sistema de partidos de la
península: ambas explotan por un caso banal – en Italia, un fraude a un asilo
de ancianos y, en Chile, las denuncias de un miembro de la mafia, Hugo Bravo,
en caso Penta, contra sus jefes, los aristocráticos “Carlos”- y la hebra va,
poco a poco, complicándose, sobre la base de distintas “tiradas de mantel” que,
en ambos casos, va conduciendo hacia el centro del poder político y económico –
en Italia, Bettino Craxi y, en Chile, Michelle Bachelet -; en ambos países los
gobiernos estaban compuestos por grandes Partidos históricos – socialistas,
democratacristianos y, en la oposición, el más grande partido comunista de
Europa
.
Ambas crisis políticas de legitimidad tienen su propio
ritmo: un primer momento de sorpresa ante el escándalo por los robos y
corrupción de la clase política-empresarial;
un segundo, en el cual todos los delincuentes de cuello y corbata niegan
haber cometido esos graves delitos – véase, en Chile, el caso Jovino Novoa
–; un tercero, en que el poder político
intenta esconder la mugre bajo la alfombra; un cuarto, en que destapa la olla –
en el caso italiano terminó con la huía
de Craxi al exilio, en Túnez -; un quinto, en que comienza la escisión de los
grandes partidos históricos – en Italia ocurrió con la Democracia Cristiana y,
al parecer, vamos por el mismo camino en Chile, con la presidencia de la DC, en
manos del senador Jorge Pizarro, en que dos de sus hijos están implicados en el
caso SQM -.
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Por suerte, la historia no es un papel de calco y es posible
aún enmendar la ruta para no seguir el camino de Italia. ¿Cómo hacerle entender
a la Presidenta Bachelet que la única solución a la crisis es que el pueblo
reconquiste el poder, que ha sido raptado por la deshonesta clase política
empresarial?
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